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Los que intentaron disfrazar a Perón de progresista
Por RENÉ BALESTRA - Saturday, Jun. 03, 2006 at 9:51 PM

Perón y la distorsión de su imagen

Por RENÉ BALESTRA

"Nadie expone ya su persona, sino que se disfraza de hombre culto, de erudito, de poeta o de político. Cuando uno toca tales máscaras, creyendo que toman en serio la cosa y no hacen la comedia... se queda de pronto con nada más que un montón de trapos y retazos."
Nietzsche

Desde que apareció en Italia, en 1922 e inventado por Mussolini, el fascismo fue considerado un movimiento totalitario. Sobre el totalitarismo no hay discusión, pero sí sobre su naturaleza y motivos de nacimiento. Una profusa bibliografía, preferentemente de orientación comunista, pretende que fue únicamente un manotón de ahogado de la alta burguesía de la Península, asustada por el avance del socialismo, del anarquismo y del recién llegado comunismo ruso entre las clases trabajadoras italianas. Sin desmerecer el hecho objetivo del aprovechamiento de la oportunidad, que todos los seres humanos tenemos (valga el ejemplo del rey Enrique IV, que se convirtió al cristianismo exclamando: "¡París bien vale una misa!"), es evidente que las clases poseedoras se valieron en su momento del instrumento, llámese Mussolini, para taponar lo que ellos consideraban un avance peligroso. Pero el componente del beneficio de la oportunidad no agota, ni mucho menos, el fenómeno fascista. Ese fundamentalismo bolchevique, esa miopía ante la profusa, variada y contradictoria realidad de la vida, les hizo perder a los comunistas el imperio que edificaron durante 70 años con mano de hierro en Rusia. Como botón de muestra podríamos ofrecer la fobia que se tuvo siempre en la Unión Soviética a la genética de Mendel, sólo porque el botánico austríaco era sacerdote católico. Esa ceguera los hizo fracasar, constantemente, en las cosechas.

No. El fascismo no tiene una única causa. Como toda realidad, es diversa; a veces, contradictoria. Pero tiene un componente fundamental, que es la presencia y la permanencia de su fundador. Pablo Lucas Verdú, el gran profesor de derecho público español, lo resume admirablemente en su Curso de derecho político : "En principio, cabe afirmar que el fenómeno fascista es inescindible de su fundador, Benito Mussolini. Mussolini nunca consideró su persona al servicio del fascismo sino éste al servicio de su persona". El fascismo, entonces, es su fundador, y como toda realidad enraizada no es intercambiable. Giambattista Vico (1668-1744), italiano como él, lo sabía. Sostenía en su libro fundamental, La scienza nuova , los corsi e ricorsi , pero también sabía que ese aparente retorno o repetición de situaciones históricas nunca se da de la misma manera, como una reiteración mecánica, sino que las nuevas guardan "un aire de familia" con las viejas.

Es seguro que Juan Domingo Perón no fue Benito Mussolini. Cada uno de ellos poseía una personalidad definida y manejaba realidades y épocas diversas. Pero también es fehacientemente seguro que Perón fue discípulo de Mussolini y que aprendió muchas cosas de él mientras fue agregado militar de la embajada argentina en Italia. Esa sabiduría aprendida fue inteligente y eficientemente aplicada entre nosotros. Los dos fueron autoritarios y también totalitarios. Los dos tuvieron la obsesión de ser endiosados en vida. Uno tuvo el crimen de Mateotti; el otro, el asesinato de Ingalinella. Los libros escolares, en ambos países, decían que el niño "ama al Duce", o "al general Perón". Tenemos en nuestros archivos -a disposición de los escépticos, que nunca faltan- las solicitudes de empleo de cuatro empresas nacionales de la época (gas, teléfono, electricidad y obras sanitarias) en las que, impreso al lado de los requerimientos de datos personales del postulante, se pedía el número del carnet de afiliación al partido gobernante. Mussolini tuvo su aceite de ricino: era su cuota de humillación gratuita al adversario. Perón, la corbata y el luto obligatorio por la muerte de Eva Perón, su esposa. La ausencia del luto no producía diarrea, como la producía el ricino, sino la cesantía automática en el puesto de trabajo.

En la década de los años setenta del siglo pasado, el cuadro de situación era el siguiente: Juan Domingo Perón no gobernaba. Estaba exiliado en España desde su derrocamiento. Un peronismo sin Perón, el sueño imposible de Augusto Timoteo Vandor, le había costado la vida al inventor del sueño. El anciano general seguía teniendo millones de seguidores en su propio país. Una gruesa capa de jóvenes ambiciosos se sintieron excitados por esa inmensa masa aparentemente vacante. Se trataba, nada más y nada menos, que de adherir al viejo líder todavía vigente para lograr, a su vez, liderarla. Pero, siempre hay un pero, esta gruesa capa anhelante se decía progresista y el objeto de su sincronizada operación distaba de serlo. Había que disfrazarlo; con maquillarlo no bastaba. Y eso intentaron. En un formidable envión verdaderamente oceánico, de imaginación creadora, reinventaron al personaje. Lo transformaron en un protagonista del futuro. Sólo que fue marquetería pura, porque el personaje nunca cambió. Esta generación ansiosa, más fascista que progresista, mirando por el espejo retrovisor, creyó que avanzaba. La calificación de fascismo, ya lo dijimos, suele ser errática y acomodaticia para las intenciones de quien la esgrime. Pero tiene un metro de terreno firme donde todos, o una gran parte, podemos acordar. Más allá de ser una creación de Mussolini, quien la configuró ayudado y apoyado en las ideas de Georges Sorel, el fascismo es un desprecio olímpico a los mecanismos de la democracia clásica, al parlamentarismo, al intento de respetar y convencer al adversario. El fascismo cree en la acción directa de las masas en la calle; cree en el vencer, no en el convencer. Y si es necesario apela al crimen como método para conseguir los resultados apetecidos. Y, sobre todo ése era el fuerte cordón umbilical que con autenticidad lo unía a Perón, cree en el líder. En el hombre fuerte. Dentro de todo fascista hay un adorador que declina el compromiso de pensar por su propia cuenta, con su propia cabeza. Si existen Mussolini, Hitler, Stalin, Castro, Mao, Perón, ¿para qué pensar? Basta con adherir. Y eso hicieron.

Cuando el jefe del justicialismo fue derrocado, en 1955, su itinerario hacia el exilio describió e hizo patente con precisión de relojería su verdadero sentir. Paraguay (Alfredo Stroessner), Nicaragua (Anastasio Somoza), Venezuela (Pérez Jiménez), Panamá (junta militar), España (Francisco Franco).

En medio de ese operativo inmenso de los años setenta, en que tantos tramoyistas del progresismo terminaron a su vez disfrazados, el único que no se enmascaró nunca ni permitió que lo hicieran con él, fue Juan Domingo Perón. Un sarcasmo, que acabó siendo sangriento, de nuestra desgraciada historia nacional.

Publicado en LA NACIÓN, el 6 de Febrero de 2004