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Vigilia por Miguel Bru
Por Fatima ((i)) La Plata -
Wednesday, Aug. 18, 2010 at 2:36 PM
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Como cada año se realizo la vigilia en la comisaría novena de La Plata para recordar la noche que desapareció Miguel Bru de ese lugar. Cumpliéndose el aniversario 17 de aquella noche en donde Miguel fue sacado de esa comisaría golpeado por el propio personal. Como cada aniversario se comparte una comida, este año toco un riquísimo guiso de mondongo preparado por el propio Néstor -padre de Miguel- para hace mas amena la jornada.
Este año se realizo en vivo el programa de radio "De igual a igual" de la Asociación Miguel Bru, que normalmente se transmite desde los estudios de Radio Universidad de La Plata. En el marco del mismo hubo entrevistas a otros organismos, a amigos de Miguel de la Facultad de Periodismo, y a Rosa, quien relato como fueron los días previos a confirmar la desaparición de Miguel, como fue el Jury al juez Amilcar Vara, y el trabajo que realiza la Asociación en la Isla Maciel.
En un momento de la radio abierta se acerco una mujer que insistió en hablar sobre Miguel, pero al momento de hablar dijo que "hay policías buenos y malos", y "que no es mala toda la novena", una situación no esperada pero a la que Rosa Bru supo responder sin demora. Fue el único incidente.
Luego de esto se largo el guiso, al cual nadie se pudo resistir.
Por Asociación
Miguel Bru
El caso Bru
Como dice el cantante y padrino
de la Asociación Miguel Bru, León Gieco, "todo está
guardado en la memoria espina de la vida y de la historia. La memoria pincha
hasta sangrar a los pueblos que la amarran y no la dejan andar libre como el
viento". El 17 de Agosto de 1993, marca un antes y un después en
la historia del gatillo fácil en la Argentina. Desaparece Miguel Bru,
que tenía 23 años y estudiaba periodismo en la Universidad de
La Plata Desde ese trágico día, sus familiares y amigos nos preguntamos
"¿Dónde está Miguel?", un interrogante que pronto
se convirtió en la consigna desde la cual nos convocábamos y encarábamos
la lucha. Con ella pintábamos banderas y titulábamos volantes
y comunicados de prensa que entregábamos en lugares públicos,
en plazas, en facultades y en los barrios.
A Miguel, sus familiares y todos sus amigos y compañeros de Universidad
lo recordamos como una persona muy buena, generosa, que tenía un gran
afecto por los animales; un tipo muy dulce y cariñoso que no soportaba
los atropellos, hijo y hermano muy afectuoso, que amaba la libertad por sobre
todas las cosas.
Cristian Alarcón, amigo de Miguel, quien con su investigación
periodística en el diario Página 12, fue uno de los impulsores
para que se supiera la verdad, escribió: "Miguel era parte de una
gran banda que sabía pasarla bien, aunque golpeada, solía caminar
en zigzag en grandes patios llenos de rock cuando éramos universitarios
y estudiábamos periodismo en lo que llamábamos la Escuelita. Solíamos
escaparnos irresponsablemente de las clases aburridas para seguir el ritmo de
la ciudad donde en esa época los pibes no querían dormirse y todo
devenía en festejo, ruidos de baterías punkies, cierta nube de
precoz desesperanza mezclada con la candidez y la virginidad más desenfadada
que haya conocido".
La Facultad de Periodismo tenía una característica muy peculiar:
era una de las que más actividad y conciencia política tenían
sus alumnos. Nosotros sabíamos de los resabios de la dictadura militar
que mantenía en sus prácticas la policía, plagada de hechos
corruptos y violentos. Era común por esos tiempos las detenciones de
jóvenes por averiguación de antecedentes, que luego eran sometidos
a provocaciones, malos tratos o torturas, u otros tipos de desbordes que llegaron
hasta el asesinato inclusive. Eran conocidos entonces los casos de Maximiliano
Albanesse, asesinado por policías en la puerta de un boliche bailable,
el caso de Andrés Núñez, un albañil asesinado por
policías en la Brigada de Investigaciones de La Plata, el caso de Walter
Bulacio, asesinado por policías en un recital de rock, y el caso Guardatti,
también asesinado y desaparecido por la policía. Estos ya habían
llenado varias páginas de la prensa y también generado varias
marchas.
Miguel vivía en una casa tomada, con varios integrantes de la banda de
música y allí ensayaban, hacían reuniones. Allí
mismo había sido víctima de dos allanamientos ilegales muy violentos
y a punta de pistola, por personal de la Comisaría 9º de La Plata,
con la excusa de que los vecinos habían denunciado ruidos molestos, la
primera vez, aunque nunca se supo quién fue el denunciante, y la segunda
aduciendo un supuesto robo a un quiosco que nunca existió. La policía
nunca reconoció estos hechos. En el allanamiento rompieron varios instrumentos
y se llevaron a algunos detenidos, sin encontrar rastro alguno de lo que buscaban.
Miguel, creyendo que se protegía, luego de consultarlo con su madre,
denunció al personal policial.
Esto sin duda agravaría las cosas: empezó a ser víctima
de un hostigamiento constante, lo amenazaban diciendo que si no retiraba la
denuncia lo matarían, lo insultaban lo perseguían a paso de hombre
con sus autos, incluso en presencia de su novia y de sus amigos. Un día
fue a cuidar la casa de unos amigos que vivían en el campo a 50 kilómetros
de la ciudad de La Plata y desde entonces nunca más volvimos a verlo.
Aparecieron, sí, su ropa y su bicicleta ubicadas prolijamente a la orilla
del Río de la Plata, cerca del cual se encontraba la casa que Miguel
cuidaba. La policía no quería tomar la denuncia por su desaparición
en ninguna de las comisarías donde peregrinaba su madre y tampoco quería
buscarlo. Entonces comenzamos con lo que primero fueron sospechas y luego certezas:
Miguel era otra víctima más del atroz accionar del personal policial.
Pero la policía no había tenido en cuenta que Miguel era un estudiante
universitario y que sus compañeros y amigos, encabezados por su madre,
empezamos a movilizarnos y desde la universidad pública creamos también
una verdadera ingeniería en los medios de comunicación. A través
de ellos el hecho tomó rápidamente relevancia pública y
miles de personas marcharon por las calles. Desde la facultad empezamos a elaborar
un sinnúmero de documentos políticos y periodísticos directos
y punzantes, que mezclaban la fuerza, la ternura y el dolor sincero de una madre
con la formación y la juventud de estudiantes universitarios de periodismo.
Y para preservar nuestra identidad y darnos cohesión como entidad, firmábamos
con el nombre de Comisión de Familiares, Amigos y Compañeros de
Miguel.
Por su parte, los policías tenían a su favor un hecho clave: la
complicidad judicial. El juez de la causa, Amílcar Vara, misteriosamente
se negaba a vincular la desaparición de Miguel con la actividad del personal
policial y públicamente aseguraba "mantengo la íntima convicción
de que Miguel está vivo". En sus oficinas, varias personas escucharon
frases tales como "mirá lo que parece en esta foto. Seguro que era
homosexual y drogadicto", e incluso llegó a decirle a Rosa Bru,
sin fundamento alguno, "sospecho que se ha ido con alguna chica a Brasil".
Este tipo de frases también fue escuchado por las madres de los desaparecidos
de la última dictadura cuando golpeaban las puertas de los militares
para pedirles explicaciones sobre la desaparición de sus hijos. Con argumentos
similares se amasó, durante muchos años, el inconsciente social
argentino. Las frases "en algo andará" o "por algo será",
justificaron desde todos los estratos sociales, los crímenes aberrantes
que hoy estamos contando.
Por si fuera poco, el juez Vara no volcaba en los expedientes las declaraciones
que vinculaban a los policías con el hecho, mantenía la carátula
de la causa como averiguación de paradero y no le permitía a Rosa
Bru, intervenir en la misma como particular damnificado, alegando que "<strong>si
no hay cuerpo, no hay delito</strong>", un argumento que también
utilizaban los responsables de la desaparición de personas durante la
última dictadura militar. Sus fundamentos iban cayendo a medida que se
aportaban más pruebas que incriminaba a la policía.
Finalmente, los familiares y amigos de Miguel conseguimos que fuera sometido
a un jury de enjuiciamiento, para ser destituido al comprobársele irregularidades
en 26 causas distintas en las cuales estaba involucrado personal policial.
Este caso fue víctima, asimismo, de un accionar histórico en los
procedimientos de las fuerzas de seguridad argentinas, el denominado "espíritu
de cuerpo", que es el encubrimiento y la complicidad de toda la fuerza
cuando un miembro de ella comete una irregularidad, sin importar la gravedad
de la misma. Pedro Klodzyc, jefe de la policía bonaerense en ese momento,
hoy recordado como uno de los máximos impulsores de la llamada "maldita
policía", dijo en ese momento "no hay ningún nexo que
permita vincular el accionar de personal policial con la desaparición
de Bru", a pesar de las declaraciones de sus familiares y amigos que señalaban
que Miguel era permanentemente amenazado por efectivos. Pero, como dicen algunos,
"el delito perfecto no existe". Gracias a las declaraciones de seis
detenidos en la Comisaría 9º que oficiaron de testigos del caso,
pudo saberse que Miguel Bru fue ingresado en esa seccional el 17 de agosto de
1993, entre las 11 y 12 de la noche. Los presos, al escuchar los gritos de Miguel,
espiaron por las ventanas de sus celdas y vieron cómo era torturado hasta
la muerte con la práctica denominada del submarino seco, esto es golpes
en el estómago con una bolsa de nylon en la cabeza que produce asfixia,
un método también utilizado durante la dictadura. Por si con el
testimonio un hubiera sido suficiente, se realizó además una pericia
caligráfica sobre el libro de guardia de la seccional, en donde se asienta
la entrada y salida de detenidos. En él había sido escrito el
nombre de Miguel Bru, y luego borrado. En el lugar, encima del borrón,
aparecía el nombre de otro detenido.
Uno de los presos alojado en la Novena era Horacio Suazo, que increpaba a los
policías gritándoles "qué le hicieron a ese pibe"
y los amenaza con denunciarlos. Meses después, una vez liberado, en un
operativo con pruebas "armadas", Horacio fue asesinado. Pero antes,
tuvo una idea que sería reveladora: habló con su hermana sobre
el hecho. Ella le cuenta a Rosa, la madre de Miguel, lo que había escuchado
de labios de su hermano. Luego de buscarla incansablemente durante varias noches
de vigilia, Rosa finalmente la encuentra y registra el testimonio con un grabador
escondido en su cartera. Pocos días después, entrega la cinta
a un diario que publica el texto y al juez no le queda más remedio que
detener a los policías y excusarse de la causa para ser sometido a juicio,
ya que tampoco había volcado en los expedientes el testimonio que ésta
le había hecho luego de la muerte de su hermano. "Ella era prostituta
y no quise embarrar la causa", le decía el ex juez Vara a la madre
de Miguel.
Sin un juez corrupto al frente de la investigación penal, y con la presión
ejercida por el estado público que había tomado la misma, las
pruebas se sumaban y se convertían en irrefutables. En 1995, luego de
la declaración de los testigos, la justicia dicta la prisión preventiva
a uno de los policías, el sargento Justo López -que ya tenía
numerosas denuncias por abusos y violaciones de todo tipo en la dependencia
de asuntos internos de la fuerza. Finalmente, en 1996, se ordena la detención
del subcomisario Walter Abrigo, del comisario Juan Domingo Ojeda y de los efectivos
Jorge Gorosito y Ramón Cerecetto. En mayo de 1999 comienza el juicio
oral y público. En él fueron condenados a prisión perpetua
los policías Justo José López y Walter Abrigo, acusados
de tortura seguida de muerte, privación ilegal de la libertad y falta
a los deberes de funcionario publico.
En 2003, la Suprema Corte Bonaerense dejó firme la condena a ambos ex
funcionarios policiales. El entonces comisario de la 9°, Juan Domingo Ojeda,
fue condenado a dos años de cumplimiento efectivo de la pena, pero recuperó
su libertad con sólo ocho meses de prisión, al igual que el oficial
Ramón Cerecetto. La Asociación Miguel Bru continúa exigiendo
el procesamiento de los y las policías que estaban en servicio en la
Comisaría 9° la noche del 17 de agosto de 1993, por considerarlos
cómplices del hecho, así como la investigación penal al
primer juez que entendió en la causa, Amílcar Vara. El cuerpo
de Miguel sigue sin aparecer hasta hoy en día, pero su muerte pudo comprobarse
a través de pruebas indirectas. El cuerpo del delito puede configurarse
sin la aparición del cadáver, ya que pueden considerarse otros
elementos de juicio, como en este caso, la pericia caligráfica sobre
el libro de guardia y los testimonios de los detenidos en la Comisaría
9º.
http://www.ambru.org.ar
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