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El Kume Mögem Mapuche o sobre "Vivir en armonía"
Por Avkin Pivke Mapu-Komunikación MapuChe - Wednesday, Mar. 16, 2011 at 11:13 PM
avkinpivkemapu@yahoo.com.ar

El concepto del "Buen vivir o vivir en armonia" tiene que ver con las distintas cosmovisiones de los Pueblos Originarios que habitan el continente, como una propuesta de largo alcance que incorpora todas las dimensiones del territorio. A diferencia de la lógica lineal que busca obsesivamente la evolución hacia un futuro "Vivir mejor", la lógica para el Buen vivir se enfoca en mantener las condiciones materiales y espirituales para que los ciclos de la vida se conserven y reproduzcan en forma armónica.

Por Patricia Viera Bravo / Distintas Latitudes

El proceso de expansión de la producción mundial necesita nutrirse en forma creciente de nuevas fuentes de materias primas. América Latina se sitúa como una de las principales fuentes de recursos primarios dentro del sistema de producción capitalista, en su actual etapa monopolista transnacional. Contiene la cuarta parte de las reservas naturales registradas a nivel mundial. Más de un 50% de la actividad exportadora de la región se vincula a la extracción de materias primas[1].

La mayor parte de los territorios que poseen estas reservas se encuentran habitados por comunidades pertenecientes a pueblos culturalmente diferenciados de la cultura dominante de lógica capitalista. La diversidad cultural de estos pueblos, simplificada bajo una misma categoría de ‘indígena’, representa aproximadamente el 10% de la población total del subcontinente latinoamericano. Estos pueblos han visto mermados sus territorios a pequeñas reducciones de tierras excluidas del modelo hegemónico de producción mundial, a través de un proceso de usurpación sistemática, con la consecuente disminución de los recursos disponibles para la reproducción de la vida y de sus culturas. Esta marginación los ha obligado a replantear la relación que han mantenido con la tierra y sus recursos, adaptando sus sistemas de vida propios, basados en los conocimientos que han acumulado desde tiempos ancestrales, como estrategias de sobrevivencia en un medio ambiente deteriorado y amenazado por el modelo de explotación voraz que tensiona sus debilitadas fronteras.

Según esta lógica ‘indígena’, el territorio es entendido como el sustrato físico que les ha permitido sobrevivir como pueblos, manteniendo los procesos de reproducción de sus culturas, organizaciones y sistemas económicos y políticos. En este sentido, el nuevo ciclo reivindicativo de los pueblos indígenas, que surge con el levantamiento zapatista en Chiapas, incorpora el valor simbólico del territorio a la histórica demanda por la reivindicación de sus derechos de posesión de la tierra y de manejo y control de sus recursos. Esta noción del territorio comprende su carácter multidimensional a partir de sus elementos materiales -como hábitat (dimensión físico-geográfica)- e inmateriales -como espacio de reproducción de la pertenencia social (dimensión socio-cultural) y como espacio donde ejercer su soberanía como pueblo (dimensión política).

De esta manera, algunas comunidades de estos pueblos han optado por generar iniciativas de desarrollo construidas en base a sus propias lógicas para entender y experimentar los distintos aspectos de la vida colectiva. Manchineri lo explica claramente:

“Nosotros creemos en un modelo de desarrollo diferente al vigente, basado en el derecho de definir y conducir nuestro destino, de forma soberana y ambientalmente sostenible, respetando la diversidad, y los valores sociales y humanos. El concepto predominante de <<desarrollo sostenible>> no incluye adecuadamente nuestra visión, aunque históricamente hemos practicado la sustentabilidad humana, material y espiritualmente en armonía con la naturaleza[2].”

Asumiendo una postura crítica frente a las categorías que establece el etnodesarrollo[3] y el desarrollo sostenible, incorporadas por los Estados en sus políticas en materia indígena, las propuestas de estas comunidades son diseñadas a partir del rescate de prácticas económicas, culturales y políticas propias, con plena conciencia del entorno mundializado con el cual debe relacionarse mediante un diálogo fluido y constante, como un sistema abierto a la interculturalidad y, a su vez, autónomo en relación a la toma de sus propias decisiones.

En este punto, el concepto del ‘Buen vivir’ comienza a ser rescatado desde las distintas cosmovisiones originarias que habitan el continente, como una propuesta de largo alcance que incorpora todas las dimensiones del territorio[4]. Suma Qamaña (aymara), Sumak Kausay, Allin Kausay (quechua), Küme Mogen (mapuche), Buen vivir o Vivir en armonía, son nociones que plantean un debate en torno a la revisión y reconstrucción de las concepciones de desarrollo y de Estado, a través del diálogo y de la implementación de proyectos colectivos, como “una construcción socio-económica distinta de su antítesis: el concepto capitalista de progreso, definido por el crecimiento económico, marcado por la asociación de bienestar con consumo, productividad, competencia y rentabilidad” [5].

El Buen vivir exige un cambio de lógica para pensar las relaciones espacio-temporales en las que nos movemos como individuos, como sociedad y como especie. A diferencia de la lógica lineal que busca obsesivamente la evolución hacia un futuro ‘Vivir mejor’, la lógica para el Buen vivir se enfoca en mantener las condiciones materiales y espirituales para que los ciclos de la vida se conserven y reproduzcan en forma armónica. Como visión holística del mundo, esta lógica valora el conocimiento sobre las formas de relacionarse y convivir con todo lo existente, manteniendo el equilibrio en estas relaciones interdependientes. Lo fundamental de las propuestas para el ‘Buen vivir’ es la transformación del paradigma del desarrollo sostenido en una forma distinta de concebir lo productivo, basada en la colaboración y en la complementariedad de las relaciones entre los distintos actores, en contraposición a la competencia y la búsqueda de la satisfacción individual de la lógica comercial imperante.

El ‘Küme Mogem’ Mapuche y el Estado de Chile

El caso del pueblo mapuche expresa la situación de la mayoría de los pueblos de América Latina en relación al proceso de reivindicación de sus derechos territoriales, y de su lógica particular para la reproducción de la vida -Kume Mögem- basada en conocimientos transmitidos ancestralmente respecto a la forma de habitar esos territorios, en forma armónica. Este pueblo ha sido sometido a un proceso de pauperización sistemática desde que el Estado de Chile, en forma coordinada con el Estado argentino, ocupara definitivamente el territorio ancestral al sur del río Bío-Bío, en 1883. Además de la disminución del territorio a un 6% y la pérdida de la soberanía sobre éste, a partir de 1927 se inicia un proceso de división de tierras comunitarias para incorporarlas al régimen de propiedad individual, dominado por el latifundio como polo productivo dentro del plan estatal de desarrollo agro-exportador.

En 1974, la dictadura cívico-militar liderada por Pinochet crea las condiciones necesarias para aplicar un estricto modelo económico de matriz neoliberal, llevando a cabo una reestructuración político-administrativa del territorio nacional, el cual es dividido en regiones de acuerdo a las posibilidades de explotación y extracción de recursos naturales y de su salida hacia los mercados internacionales, asignando funciones dentro del nuevo modelo económico primario-exportador a cada una de las regiones definidas. Según este modelo, la zona centro-sur, correspondiente al territorio ancestral mapuche –VIII Región del Bío-Bío, IX Región de la Araucanía, X Región de Los Lagos– es proyectada como el centro de la actividad forestal, lo que se tradujo en políticas de expansión de este sector con fuertes subvenciones a los grandes propietarios de predios plantados con monocultivos de especies exógenas (principalmente pino y eucalipto).

Desde entonces, el sector forestal ha mantenido hasta hoy un crecimiento exponencial de la superficie plantada, en perjuicio de las comunidades mapuche que han quedado rodeadas por estos monocultivos y expuestas a sus efectos ambientales que repercuten negativamente en su calidad de vida: destrucción de bosque nativo, disminución de la biodiversidad, agotamiento de las fuentes de agua superficiales y subterráneas y la degradación de las condiciones del suelo, con la consecuente disminución de su productividad a niveles de agricultura de sobrevivencia, sin posibilidad de obtener excedentes comercializables. El aislamiento físico ha desconectado las redes comunitarias de producción, y las fuentes laborales agrícolas han disminuido frente a la demanda por técnicos especializados provenientes de otras localidades.

Considerando la importante participación del sector forestal en la economía nacional, sólo superada por la minería, se explica la preeminencia de estos intereses por sobre las demandas de tierras por parte de comunidades mapuche empobrecidas y con una precaria capacidad técnica. Durante los gobiernos de la Concertación, entre 1990 y 2010, las políticas estatales en la materia se enfocaron básicamente en el traspaso de tierras reclamadas en Títulos de merced, entregados por el Estado en forma posterior a la ocupación militar del territorio ancestral. Los mecanismos de ampliación y regularización de la propiedad de la tierra fueron insuficientes para revertir el proceso de disminución y fragmentación del territorio mapuche y el empobrecimiento de su población. Los recursos públicos disponibles para la compra de tierras reclamadas quedaron sujetos a los precios transados en el mercado de tierras y a la especulación generada por sus propietarios. Los programas de desarrollo, como política estatal, se han orientado a la superación de la pobreza de las comunidades y familias indígenas, con la entrega de incipientes recursos, sin ningún tipo de asesoría o apoyo técnico efectivo, con enormes falencias en su gestión y cuestionamientos a la probidad del proceso de asignación de recursos.

Frente a la ausencia del tratamiento de la problemática del territorio en todas sus dimensiones, y amenazados sus medios básicos de subsistencia por una actividad forestal en constante expansión, algunas comunidades mapuche han decidido generar sus propios programas de desarrollo, según su lógica particular para entender todas las dimensiones del habitar como colectivo humano, y basados en sus derechos como pueblo, expresados en instrumentos jurídicos internacionales como el Convenio 169 de la OIT, ratificado recientemente por el Estado de Chile, en septiembre de 2009. Estas propuestas de desarrollo colectivo autónomo, construidas bajo las premisas del Kume Mögem, revalorizan el conocimiento profundo del territorio habitado, enriquecido a través de numerosas generaciones que han observado el comportamiento de estas tierras y de la biodiversidad que las cohabita a través de relaciones de reciprocidad, procurando un nivel de explotación de los recursos suficientes para sustentar la propia soberanía en los ámbitos económicos, socio-cultural y político.

[…] como en un primer tiempo -y luego de la conquista militar del Wallmapu- fue la idea del ‘granero de Chile’, y en el presente las plantaciones forestales, solo empobrecen a la población, así como terminan depredando el ambiente que ocupamos, en vez de coexistir tomando lo necesario de manera diversificada y sustentable (supliendo las ‘faltas’ con comercio) a la manera Mapuche[6].

Resumiendo, las propuestas para el Buen vivir que reivindican la lógica ancestral, forman parte de un proceso de configuración de la materialización de las dimensiones simbólicas del territorio, en consonancia con los lineamientos del Derecho Internacional que obliga a los estados a la implementación de profundas reformas en la materia. Más allá de constituir alternativas al modelo de producción hegemónico, estas propuestas reivindican un modelo de reproducción del ciclo de la vida, construido desde los conocimientos del territorio habitado, presentes y actualizados en la memoria de los pueblos, y en contraposición a la lógica de reproducción del ciclo del capital.

A partir de la recuperación de los territorios ancestrales y de sus prácticas para habitarlos, se revitalizan, en consecuencia, las posibilidades de recuperar las condiciones óptimas para la reproducción de la diversidad de la vida y de las culturas en el planeta, lo que implica un cambio de paradigma importante y necesario. La resistencia que durante siglos estos pueblos han ejercido frente a un modelo capitalista avasallador, se expresa en la permanencia de sus complejas cosmovisiones que nos entregan pautas sobre las dinámicas más adecuadas para que los ciclos de la vida continúen su curso, entendiendo los límites del planeta y sus recursos que la lógica capitalista neoliberal no considera en sus ambiciosos objetivos de constante expansión, y en la cual han arrastrando a todas las sociedades y el entorno ambiental con que se relacionan. Sin que signifique una ‘vuelta al pasado’ según la lógica lineal, estamos a tiempo de retomar afluentes de conocimiento más saludables, construyendo sobre las narrativas milenarias que portan la sabiduría de la persistencia del vivir… del ‘buen vivir’.

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[1] CEPAL, (2008). La transformación productiva 20 años después. Viejos problemas, nuevas oportunidades. Santiago de Chile: Naciones Unidas, p.100.

[2] Haji Manchineri, S., (2002). ‘Sustentabilidad humana y ética desde el punto de vista de los pueblos indígenas’. Ética, vida, sustentabilidad. Enrique Leff (Coordinador). México D.F.: Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

[3] Si bien, en algunos planteamientos teóricos el etnodesarrollo valora la importancia de la autodefinición de los pueblos indígenas en todos los aspectos de la vida que le competen, en la práctica se ha limitado a políticas indigenistas que intentan asimilar a estas comunidades a la lógica de mercado, aprovechando sus particularidades para obtener ventajas comparativas en ciertos nichos de mercado.

[4] Esta lógica ha sido desarrollada, en distinta forma, en las Constituciones Políticas de los Estados de Ecuador (2008) y Bolivia (2009), las cuales aportan con algunas nociones fundamentales para analizar los planteamientos teóricos del Buen vivir. Ecuador reconoce como uno de los principales roles del Estado “planificar el desarrollo nacional, erradicar la pobreza, promover el desarrollo sustentable y la redistribución equitativa de los recursos y la riqueza, para acceder al buen vivir” (Constitución Política de la República del Ecuador, Artículo 3°, inciso 5).

[5] León, I., (2010). Sumak Kawsay / Buen Vivir y cambios civilizatorios. Quito: FEDAEPS, p.11.

[6] Marimán, P., (2006). ¡… Escucha, winka…! Santiago: LOM Ediciones.

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