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La “inseguridad” en los hospitales públicos
Por Juan Herrmann - Sunday, May. 01, 2011 at 6:56 AM
juanherrmann@gmail.com (Casilla de correo válida) Rosario. Santa Fe

Una mirada crítica al discurso de la “inseguridad” construido por trabajadores de salud a partir del retiro de la policía federal de hospitales porteños.

Durante las últimas semanas hemos asistido a dos hechos que ponen en cuestión aspectos del sector público de salud, en este caso al de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Por un lado, la muerte de un habitante de la Villa 31 a partir del abandono criminal por parte de trabajadores del SAME, quienes haciendo propio el discurso discriminador del gobierno local no repararon en su obligación de garantizar el derecho humano a la atención que posee todo ciudadano. Por el otro, el paro en los hospitales porteños a partir del retiro de la federal ordenado por la Ministra de Seguridad de la Nación.
Ambos acontecimientos están estrechamente vinculados, no solo por haber ocurrido en el mismo territorio donde el PRO pone en práctica su modo de concebir la política social en general, y la salud en particular, sino también por la modalidad a partir de la cual grupos de trabajadores de salud, especialmente ligados a corporaciones profesionales, construyen el discurso que sostiene su práctica dentro de las instituciones públicas. Se trata de una posición ideológica que piensa al hospital público como ámbito de la beneficencia, donde los usuarios no son sujeto de derecho y deben conformarse con lo que hay; donde el trabajador quién “voluntariamente” decide “dispensar” la beneficencia, “olvida” que recibe un salario por su trabajo, sumado al prejuicio de clase que sostiene que los usuarios de los servicios públicos en su condición de pobres son “vagos” y seguramente “delincuentes”, y que solo saben “vivir del Estado” a través de los subsidios que otorga un “gobierno populista”.

Esta ideología no se limita a grupos de trabajadores de salud de los servicios públicos porteños. Puede observarse también en hospitales y Centros de salud de otras provincias. En mi caso puedo dar cuenta de ello en servicios de salud de la ciudad de Rosario, donde desde hace casi 20 años trabajo como médico del sector público. No pretendo soslayar las diferencias entre los sistemas de salud, los contextos sociopolíticos ni la realidad sanitaria entre ambas jurisdicciones, sino señalar aquellos aspectos que se expresan en el discurso de ciertos grupos dentro del sector salud, los que sumado a políticas excluyentes y discriminatorias, producen efectos devastadores sobre la salud-enfermedad-cuidados de los grupos más humildes, discurso que por momentos alcanza tal eficacia que paraliza 33 hospitales de la ciudad de Buenos Aires y varios Centros de salud (CESAC), y que tomando como bandera “la inseguridad”, interpreta como “riesgo al que se exponen los trabajadores” el tener que asistir a ciudadanos pobres (“villeros”), a quienes la misma racionalidad asocia con lo “peligroso”, la “delincuencia” y la “violencia”. Esta construcción es la manifestación que en el espacio particular del hospital adopta el discurso producido por los sectores más reaccionarios en el espacio general de la sociedad. Es el sentido común construido, entre otros, por el poder de los grandes medios de comunicación.

Ahora bien, ¿son los hospitales y los Centros de salud lugares “inseguros”?, ¿están los trabajadores en situación de “riesgo inminente”? De ser así, ¿qué pasa con el resto de las personas que transitan por los servicios (usuarios y familiares)?, ¿Qué responsabilidad asumen éstos trabajadores para con ellos? Sería interesante que cada quién revise con honestidad las estadísticas de la “inseguridad” al interior de sus propias instituciones. Es más, deberían hacer el esfuerzo para definir que es un “hecho de inseguridad” dentro de los servicios de salud. Recuerdo en mi hospital un robo muy violento a mano armada, hace más de quince años, cuando todavía los sueldos de los trabajadores (más de mil trabajadores) se abonaban religiosamente en efectivo, situación que tuvo como desenlace lamentable la muerte de un médico por las herida sufridas al quedar en medio de disparos cruzados entre policías y ladrones. Incluiría también en esta categoría los robos que de vez en cuando sufren trabajadores y usuarios, hechos que ocurren en situación de descuido, y que a ciencia cierta y en su mayoría no pueden atribuirse a alguien en particular (léase los usuarios). Aun teniendo una frecuencia tan baja, el hospital cuenta con un servicio de vigilancia privado, que para tranquilidad de los usuarios cumple de manera bastante aceptable las funciones de “oficina de informe” y un destacamento de la policial provincial con un agente, quién a partir de la escasa demanda de servicios por la institución salud, desempeña frecuentemente funciones en la comisaría cercana (cuatro cuadras)

A pesar de éste panorama, por cierto más que alentador, periódicamente reaparece entre los trabajadores el pedido de mayores “medidas de seguridad”, solicitud que tiene su origen en la vehemencia con la que algunos usuarios plantean sus quejas por la atención (o desatención) recibida. Las protestas surgen a consecuencia del trato burocratizado que la institución brinda (colas, tiempos de espera prolongados por los que no se recibe explicación, déficit de información sobre circuitos institucionales), como del maltrato desembozado de algunos trabajadores que no entienden aun que el cuidado de la salud-enfermedad es parte de un derecho que el usuario posee en tanto ciudadano, y que es deber de funcionario público brindar una atención de calidad (cálida, respetuosa, responsable, idónea, etc., etc.). Aclaro que los que se revelan contra este enorme poder institucional son los menos. En ésta lógica, la condición de pobre es también la de paciente. Seguramente hay algo de supervivencia al evitar la sanción que probablemente recaiga sobre quién se revela al orden establecido.

Hacer pasar estas situaciones como “inseguridad” es, además de canallesco, francamente falaz. Personalmente creo que la probabilidad de ocurrencia de verdaderos hechos de inseguridad en hospitales es baja. Por su parte la institución cuenta con un enorme poder para evitar las situaciones de violencia que ella misma genera. Se trata de un poder que todo trabajador de salud posee: desde aquellos que pertenecen a los sectores profesionales hasta los de mantenimiento, desde los administrativos a los directivos. Es el poder organizador de las prácticas cotidianas, de los modos de atender al usuario, y según el sentido que le otorga el propietario, puede servir para curar, alojar, cuidar y aliviar, o bien para expulsar, violentar, enfermar y hasta matar. Este poder no reside solamente en las normas burocráticas de la institución (horarios de visita, de atención y de informes). Reside también en la estructura edilicia (espacios de encuentro para la espera, para la reunión con las visitas, para el descanso de los trabajadores) y en la estructura organizacional (dispositivos de admisión, organización de las jornadas, posibilidad que el usuario identifique por su nombre al responsable de producir los cuidado), pero muy particularmente reside en la práctica profesional, en la atención misma, en el proceso de producción de cuidados, en la clínica. El poder que la medicina hegemónica tiene sobre los cuerpos es por momentos tan brutal que llega a objetualizar a los pacientes al extremo de ignorar lo que cada uno porta como sujeto, posibilidad que se multiplica hasta lo impensable en personas en situación de calle (los “indigentes”), las mujeres pobres cursando un aborto, las personas privadas de su libertad (los “presos”) y los “enfermos mentales”.

Hay mucho por trabajar en y con los equipos de las instituciones públicas de salud, y para comenzar hay que dejar de mirar para otro lado. El paro por reclamo de seguridad oculta cosas más profundas: desde las posiciones de clase de los trabajadores, hasta el incumplimiento de las condiciones contractuales y la estafa que ello representa para con la ciudadanía; desde la complicidad con los sectores más reaccionarios de la sociedad a lo injusto de privar de cuidados sanitarios a los sectores más humildes. Armar el discurso de la “inseguridad” desde estas coordenadas ideológicas, y a partir de allí decretar un paro de actividades tomando como argumento el retiro de la policía de los hospitales es, además de falso, un camino que conduce a escamotear la dimensión terapéutica del trabajo en salud. Así las cosas, quienes están verdaderamente expuestos a la inseguridad dentro de los hospitales, son los usuarios.

Llegado a este punto, equipos y trabajadores de salud olvidan las potentes herramientas que como tales poseen. Estas herramientas permiten, a través de una atención humanizada, no solo sobrellevar mejor los infortunios que la enfermedad produce en la vida de las personas y sus familias, sino también y en el mismo acto, contribuyen a garantizan derechos y a construir ciudadanía.

En fin, no se trata de más policía sino de más y mejor clínica.

Juan Maximiliano Herrmann
Medico especialista en medicina general
Rosario, Santa Fe
Abril 2011

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