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Sale en libertad la mujer que pasó más años detenida
Por Jimena Rosli - Tuesday, May. 10, 2011 at 5:08 PM
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En julio queda libre Claudia Sobrero, que estuvo casi tres décadas en prisión acusada del crimen de Lino Palacio

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La mujer de cabeza rapada, cresta de rastas teñidas de colorado, aros en la oreja y nariz y los dos brazos tatuados es Claudia Sobrero. Parece una punk rock, pero es más que una fanática de la música. Sobrero es la primera y única mujer del país con condena a reclusión perpetua, con la pena agravada por el artículo 52, la accesoria por tiempo indeterminado. La juzgaron en 1990 junto a su pareja y un amigo, acusados de asesinar al dibujante Lino Palacio la noche del 14 de septiembre de 1984. Tiene otro récord: es la mujer con más años vividos dentro de una cárcel argentina. Estuvo casi tres décadas en la Unidad Penal Nº3 de Mujeres de Ezeiza, en la misma celda desde que entró: en la número 7.

Miradas al Sur asistió a una de sus sesiones de terapia. Ya no las hace más en prisión: tiene un permiso especial del juez Marcelo Peluzzi para tenerlas en sus salidas transitorias. No hay antecedentes de terapias de presos extramuros. La Ley de Ejecución Penal 24.660 alienta la ampliación de márgenes de libertad graduales para la inserción del detenido en lo público, pero los únicos tratamientos que permite hacer fuera del penal son los médicos. Por eso, la terapia con su psicólogo, Santiago Emilio Montilla, comenzó siendo telefónica, hasta que en el 2009 se le permitió hacerlo fuera del penal.

Empezaron en el consultorio de Villa Pueyrredón y hace seis meses se trasladaron al aire libre. Es una reunión abierta y fuera de lo común, realizada con pacientes invitados y a cielo abierto, bajo un árbol de tilo de una plaza del barrio. El grupo camina todos los jueves la cuadra que separa el consultorio de la plaza y durante dos horas, toman mate y discuten dos temas principales: el encierro y la libertad. Sobrero no paga las sesiones. Otros pacientes del terapeuta aportan dinero para que se pueda realizar el encuentro.

En julio, sale en libertad definitiva. Ese es el tema principal sobre el que ronda la terapia, su futura nueva vida: la búsqueda de trabajo, el temor al repudio y a ser rechazada. Claudia empezó a tener las salidas en enero del 2006, pero una tarde de enero del año siguiente la culparon de robar un reloj y cincuenta pesos de la cartera de una mujer de Belgrano. Fue detenida, volvió a prisión y recuperó la libertad condicional dos años después.

“A mí en una época me gustaba robar y no me arrepiento para nada”, reconoce. Por eso, discute con Yo no fui, el nombre de la organización social que hace talleres de poesía para presas: “Sí, yo fui, ¿y cuál es? El ‘Yo no fui’ para mí tiene que ver con no hacerse cargo”. Ella no niega el pasado y recuerda: “Cuando iba a chorear, me fijaba que no haya nadie, estudiaba los movimientos de la casa, tenía todo un desarrollo ir a robar una casa. De profesión ladrón; no existen ya. Ahora, las mayores bandas de ladrones están relacionadas con policía”.

Sobrero tiene 48 años. Conserva algunos rasgos de aquella veinteañera con gorro de vaquera detenida por un crimen que fumaba y sonreía frente a las cámaras y flashes de los fotógrafos. Todavía se ríe abriendo sus ojos celestes y mostrando todos sus dientes. Ensaya una pose de fortaleza, pero se quiebra por momentos. Sólo se pone seria para explicar lo que más le preocupa, la condena social: “Decí que si ahora me ven por la calle, no me reconocen, pero el estigma lo vas a tener toda la vida”. Contribuyó a su temor la serie de televisión Mujeres Asesinas, retransmitida en varios países y convertida en libro, que le dio el mote de La cuchillera. El capítulo sobre su historia, vida y el crimen de Lino Palacio. El papel, interpretado por la actriz Dolores Fonzi, muestra a una Claudia con saña que disfruta de matar al caricaturista.

En 1984, Sobrero tenía 21 años. Con su novio Oscar Odín González Muñoz y su amigo Pablo Zapata habían decidido quitar el dinero y las joyas de la caja fuerte de la casa del dibujante. Imaginaron que Palacio y su esposa estaban de viaje. Sobrero tenía las llaves de la casa porque se las había dado su ex pareja, Jorge Palacio Zorrilla, sobrino nieto del dibujante. Todo salió mal: en el departamento de Callao 2094 se encontraron con el matrimonio. Lino no se asustó al principio, porque reconoció a Sobrero. Nunca se comprobó si lo mataron apenas abrieron la puerta o si antes los invitó a tomar un café en el living. Lo cierto es que asesinaron a los dos a golpes y cuchillazos. El 7 de julio de 1990, Sala VI de la Cámara del Crimen los condenó por homicidio doblemente agravado y robo.

En los veintiocho años de cárcel, Sobrero terminó la secundaria, se recibió de socióloga por el programa UBA XXII, hizo huelga de hambre por mejores condiciones y se contagió de VIH. Hace cuatro años trabaja como maestranza y organizando y atendiendo los teléfonos en el Centro de Universitario de Ezeiza. Claudia es crítica de las cárceles: “En la requisa no te dejan entrar dulce de membrillo, pero, ¿cuántos años necesitas para disolver un barrote? Yo ya me fugué dos veces y no use membrillo, y no estaba vestida de negro, sino de fucsia; si te querés ir te vas a ir igual”. Sobrero habla tranquila y pausado. “Yo ya pagué por lo que hice”, dice.

Con más tiempo adentro de la cárcel que afuera, es escéptica del sistema carcelario como resocializador de las personas que cometen delitos. “El delito no subió, ya no hay delincuentes en la cárcel, tenés chicas que son mulas que traen o llevan una valija, el resto son fisuras, chicas adictas a la pasta base que se roban unas zapatillas”, opina. La idea de Claudia es trabajar el antes de prisión, pero también el después. Con el grupo de terapia está armando una cooperativa para que los presos que salen en libertad puedan trabajar.
Sobrero no cree en la posibilidad de humanizar las cárceles y su postura es abolicionista. Combina experiencia con militancia y junto a su compañero Lucas González, de la Red de Apoyo a Presxs, dictan un taller de cine los martes por la mañana en el Centro Universitario Ezeiza. Diez presas asisten a ver una película por semana y a debatir sobre el tema. Para las chicas del penal de Ezeiza, Claudia es una líder: “A mí me da bronca que ellas no se defienden cuando las tratan mal, que crean que todo lo malo que les pasa lo tienen merecido por el delito que cometieron”.

En marzo, se estrenó el documental Claudia, de Marcelo Gonnet, que cuenta su historia en primera persona. Una profesora de la licenciatura en Tratamiento Penitenciario, la carrera diseñada para personal que trabaja en cárceles de la Facultad de Derecho de la Universidad de Lomas en convenio con el Servicio Penitenciario Federal, les propuso proyectarlo en la Escuela de Cadetes. Aunque la invitación todavía no se hizo formal, ellos ya aceptaron. “Es interesante para preguntarles a los cadetes cómo piensan que van a poner en práctica la teoría”, comenta Lucas. Claudia asiente.

En cada salida transitoria, Sobrero debe certificar con comprobantes firmados cada lugar en que estuvo. Se lo dan en el curso de Serigrafía que hace y en el Sindicato de la Industria Cinematográfica, donde estudia Edición y Montaje. “Es como un arresto domiciliario transitorio. Salgo, pero sigo estando encerrada. Por eso disfruto de ese tiempo de viaje: me como un pancho, hablo con gente que no conozco.”

Ya no queda más agua para el mate y se hace la hora en la que Claudia tiene que volver al penal. Las siete y media de la tarde es la hora máxima en la que puede llegar a su celda. Claudia se apura, agarra su mochila, saluda y se va. La pena accesoria por tiempo indefinido le quitó la posibilidad de salir en libertad después de 25 años de buena conducta. Sobrero lo sabe muy bien. Le quedan tres meses para estar libre de forma efectiva y ya no quiere hacer nada para torcer ese rumbo.

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SOBRERO SOBRA
Por LIAMGMOCA - Tuesday, Dec. 25, 2012 at 4:34 PM
LIAMGMOCA@GMAIL.COM

Esta trastornada jamás debería haber salido de prisión. El crimen que cometió es imperdonable y demustra que es una persona peligrosa. La sociedad no merece semejante castigo. Ojalá que alguien la mate en la calle.

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