Julio López
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La violenta Yamila
Por MOI Santa Fe - Thursday, Oct. 03, 2013 at 3:23 AM
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(dedicado a los compañeros de la CCC y vecinos de Santa Rita II que resisten dignamente por su derecho a la ciudad, como en cientos de barrios de nuestra argentina, como en miles de barrios de nuestra américa)

La violenta Yamila tenía 9 años cuando su maestra de 4º grado les dijo: hoy tema libre.
Entonces ella empezó escribiendo en su cuaderno: “yo quiero una casa de ladrillos”.
Semillas de violencia si las hay, los deseos de los humildes, impúnemente expresados. No estaba pidiendo una barbie para navidad, sabía que no le correspondía. Estaba increpando a su destino, preestablecido por los dueños de todos los destinos, le estaba advirtiendo que ella ya sabía que podía desear una mejor vida, con piso de cerámica, con chapas solamente en el techo, con un baño con ducha y agua caliente, con varios dormitorios y una cama para ella sola, con una intimidad. Una vida digna en una casa digna. Eso deseaba.
La violenta Yamila no pudo terminar la secundaria. A los 16 el destino preestablecido y que a veces no enseña cuidados, le puso en su camino al Jhona. Y a los dos los sorprendió la vida y la responsabilidad, llegó Sofía. Yamila se la bancó, ni lo pensó, la acarició y le habló desde el primer día en que su vientre la hizo madre. El Jhona no pudo, no podía ni con él mismo, se lo llevaron dos Marías, una blanca que lo encegueció y otra morocha que una noche encontró.
La violenta Yamila lloró, parió, abrazó, amamantó, amó. Se pudieron acomodar en el pedacito de rancho de siempre, el que se multiplica para adentro cada vez que el destino lo decide, porque en los ranchos no se está permitido planificar una vida, llega y punto.
Salió a rebuscar su comida y la de su niña, y la de sus hermanos más chicos y la de su viejo que siempre cree andar esquivando su destino con un vaso de vino en la mano. Limpió casas, muchas casas, muchas cocinas, muchas camas, muchos baños. Mucha bronca muchas veces, porque no es justo siempre tener que aceptar lo que los otros deciden que vale tu trabajo, porque siempre regatean el valor, porque no saben del dolor. Ese dolor era muchas veces rabia, que le revolvía el estómago porque le hacían sentir que ella no valía, que le hacían escuchar muchas veces que su hija tampoco valía… “porque la asignación universal es para que los negros no laburen”. Y se lo enrostraban, a ella que les estaba limpiando sus excrementos en sus casas.
La violenta Yamila tiene 10 años más que cuando en la escuela conoció el deseo de una vida distinta. Ahora el deseo se multiplica por dos. Sofía corre, juega, traga la tierra del mismo piso que tragaba ella.
Una mañana, cualquier mañana linda, de sol. Revuelo grande en el barrio. La gente corre, va y viene con versiones diferentes, se agitan las manos apurando el momento en que el destino no pudo evitar que se abra una puerta. Y se abrieron varias decenas de puertas.
El plan de viviendas abandonado estaba siendo ocupado.
Una horda de deseos urgentes decidió que esta vez el destino preestablecido por los dueños de todos los destinos, se la tenía que bancar y aceptar que algunas veces pierde.
Ahí estaba la violenta Yamila, con su sueño en brazos, con su deseo bajo sus pies, sobre su cabeza, rodeándola acogedora. Feliz hasta temblar. Asustada hasta sonreír. Ahí estaban, uno por uno los ladrillos que tanto deseó. Uno por uno los ladrillos que su mismo padre pegó y los convirtió en pared, los convirtió en una casa, los convirtió en un barrio y que fue su última obra porque un día llegaron y no había nada, ni trabajo, ni patrones, ni sueldo, ni responsables. Fue su último destrato del sistema que lo tumbó a la silla, al vaso en la mano desde el amanecer hasta el anochecer.
Y el barrio fantasma emergió de entre las malezas, sus nuevos vecinos lo resucitaron, lo limpiaron, lo ordenaron. Lo hicieron barrio vivo, con muchos chicos corriendo y jugando, con domingos con olor a asado, con ventanas abiertas y con música que se escucha fuerte.
El barrio de la desidia se convirtió en el barrio de los deseos.
La violenta Yamila descubrió en ese barrio, que cuando los deseos se vuelven colectivos no se capitalizan, se socializan, se organizan, se ponen de acuerdo, dejan de ser meros deseos y se convierten en lucha, en movilización, en grito, en fuerza deseosa de cambios. Y ahí se vio descubriendo lo que era una asamblea, discutiendo con sus vecinos, compañeros, cuáles eran los mejores pasos a seguir. Ahí se vio, al lado de muchas otras mujeres -porque son siempre las mujeres las que ponen su cuerpo y su alma cuando a los varones les flaquea impotente el orgullo- se vio cortando una y otra vez avenidas, ministerios, municipios, hasta el mismísimo “palacio de justicia” en el que la justicia nunca es para ellos; bancando el embate de las patotas mercenarias, explicándoles a los enviados de la burocracia estatal-empresarial que su derecho a un deseo satisfecho era innegociable.
Como verán Yamila nunca fue violenta, al contrario, fue violentada una y mil veces desde que tiene uso de razón.
Es violenta para los medios que representan al poder, por eso es que estigmatizan cada acción de su lucha por la dignidad. Para ellos eso es la violencia de los humildes, pelear por el derecho a tener deseos. Pelear por el derecho a satisfacerlos.




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