Julio López
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Entrevista con Elsa Godoy. Franco: un pibe serio, cariñoso y protector
Por Indymedia Rosario - Tuesday, Dec. 23, 2014 at 8:51 PM
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Elsa Godoy, madre de Franco Casco, abrió las puertas del que hoy también es su hogar en Rosario, para compartir recuerdos y contar quién era ese joven callado e introvertido de Florencio Varela que vino a Rosario a visitar a su familia, pero encontró la muerte antes de poder regresar. A su desaparición tras ser detenido en la Comisaría 7ma, le siguieron tres meses de silencios y palabras cómplices desde el Estado provincial, de obstáculos y hasta de pérdida de algunas pruebas centrales para establecer cómo, cuándo y por qué murió. Recientemente el juez federal Vera Barros aceptó la causa caratulada ahora como desaparición forzada de persona y ya delegó la investigación a la Fiscalía Nº 1 de la misma jurisdicción.

Es una tarde lluviosa en Rosario. Igual camina la pibada por Ludueña, andan en moto protegiéndose del agua, con risas que vienen y van, los perros ladran a quienes van en bici, algun grupo en la puerta de una vivienda humilde observa la garúa que cae copiosa.

Elsa Godoy, habla bajito. Mira al suelo y suele levantar la vista cuando intenta encontrar respuestas a lo que aún nadie pudo explicarle: por qué su hijo de 20 años entró en la Comisaría 7ma y luego apareció flotando en el Paraná y, como detalle de la desgracia, pudo ser reconocido solo por el nombre de su hijo Thiago de 3 años, tatuado en el antebrazo. Elsa parpadea y cambia de orientación la mirada, pareciera que busca las respuestas en un infinito que no responde.

Aunque los padres están separados hace años, la familia Casco – Godoy se asentó en Rosario tras la desaparición de Franco. “Yo misma lo busqué por todos lados, incluso en la misma seccional, donde decían que ahí no estaba, y me daban informaciones cambiadas con respecto al día que estuvo preso”, narró la mujer. Los canas estaban sucios y ella lo sabía: un acta de liberación de la 7ma con una rúbrica apócrifa del joven, explicaciones cruzadas y diversas de los oficiales en torno a dónde y por qué se lo levantó y cómo se lo liberó de la Comisaría, si es que eso sucedió. “Él estuvo preso ahí y nadie más lo vio después. Si a él le daban la libertad ese día el sabía cómo viajar, no conocía todo pero conocía la estación, porque él llegó hasta ahí, no sé qué pasó,  no entiendo”, repite Elsa.

 No para de preguntarse por qué, de repetir que Franco era “un pibe buenito,  callado, introspectivo, medio secote, pero muy mimoso y respetuoso”. Se le ilumina la cara al intercambiar recuerdos con sus otros hijos que tímidamente suman anécdotas y, aunque fugazmente, sonríen al hablar de Franco.
Se trata de dos de los 11 hijos de Elsa, Maximiliano y Lucas, a quienes asegura no quiso dejar solos en Buenos Aires “por miedo”. Con visible afecto están acompañándola en la búsqueda de justicia.

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Laburante, callado y guitarrero

Se escucha la lluvia golpeando los techos y entran cinco chiquitos, entre sonrojados y ansiosos por la presencia de grabadores y cámaras de fotos. Se ríen finito al unísono y vuelven a la vereda. Elsa respira hondo para que el llanto no la invada, y poder seguir contando quién era Franco, ese hijo que vivía con ella y trabajaba con su padre de albañil.

“Como a todo chico le gustaba salir a bailar”, rememora  e interviene Maxi, que tiene 19 años: “le gustaba salir todos los fines de semana con nosotros”. A Elsa se le iluminaban los ojos al escuchar a su hijo menor. “Le gustaba mucho Pablo Lescano, Nene Malo, le gustaba bailar, con la hermana bailaba colombiano”, recuerda sonriendo.

Toda la familia coincidió: era seco, algo introvertido, de pocas palabras, pero incondicional y un poco ‘guardabosques’. “Cuando iban a bailar con la sobrina que tiene 15 años, la cuidaba un montón, si alguien se le hacia el novio, era cuida, serio  se lo decía, no quería que la sobrina salga con nadie, lo querían un montón”, afirman con una sonrisa cómplice los tres. “También era muy gracioso, por ahí estaba hablando y te salía con cualquier pavada y te morías de la risa”, dice su hermano menor. Como todo pibe de barrio, peloteaba con amigos y familiares. Dicen que era bueno con la redonda donde lo pusieran.

Antes de venir a Rosario, Franco estaba tocando la guitarra. Hacía dos años aprendía a hacer vibrar las cuerdas al ritmo de Callejeros, La Renga, y por supuesto, Lescano. “Tocaba en casa con los amigos, él nunca tuvo una guitarra”, cuenta Elsa mientras mira una foto de Franco en un impreso que no suelta en toda la entrevista.  En momentos el relato es también atravesado por las carencias, por aquello que la falta de plata impidió hacer. Ir a la cancha a ver a su River querido, pasión compartida con su papá, o ir a escuchar a Pablito tocar unas cumbias, fueron cosas que le quedaron pendientes.

 Elsa no tiene consuelo, se mira las manos e intenta guardar su llanto cuando recuerda que Franco la abrazaba y le decía “Má te quiero mucho”.  “Siempre estuvo conmigo, era como un nene de mamá, siempre llamaba la atención conmigo, siempre que le pasaba algo concurría a los brazos y los oídos de su madre”, cuenta.

La charla se extiende por una hora. La mujer desarmada por la desaparición de su hijo, es hoy una madre que busca justicia y, conmocionada pero entera, está dispuesta a llegar hasta el final.

Un abrazo antes de abrir el paraguas. Elsa dice que aguarda el paso al fuero federal con el cambio de carátula a desaparición forzada. Días después llagará la noticia de que Vera Barros aceptó la causa. Ludueña llueve, ahí donde una familia destrozada encontró un lugar, donde la policía interviene como se le da la gana, donde muchas personas se juntaron en cantidad de organizaciones para hacer más digno el presente, ahí donde los pibes como Franco pese a todo siguen caminando, peloteando, escuchando unas cumbias y hasta tirándose unos pasos en las veredas, gambeteando al destino para pensar un futuro posible.

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