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El infinito viaje de nuestra comida hasta nuestro estómago
Por José Luis Vicente Vicente - Monday, Aug. 01, 2016 at 2:45 AM

25 de enero de 2016 / Alimentos kilométricos: por una dieta “baja en emisiones de CO2”

El consumo de alimentos kilométricos se encuentra directamente relacionado con los hábitos de alimentación de una sociedad intensamente consumista. La producción de alimentos tiene un coste (esté o no reflejado en el precio al cual adquirimos el producto), y éste debería ser lo más cercano al coste real de su producción. ¿Cómo es posible que siendo el mismo producto sea más barato el que ha sido transportado durante miles de kilómetros?

Cuando pensamos en consumo crítico inmediatamente se nos vienen a la cabeza ideas como mirar las etiquetas de los productos, si tienen sello de agricultura ecológica… Sin embargo, con mucha frecuencia se nos olvida ver la procedencia de ese producto. Es más, podríamos hacer un ejercicio de imaginarnos qué camino ha seguido ese producto hasta llegar a nuestras manos.

Hace unas cuantas semanas, justo antes de las Navidades, fui a una tienda de barrio de Granada, ciudad en la que vivo. Me sorprendió ver melones a estas alturas del año. Preguntando a la trabajadora por el precio éste me pareció realmente elevado. Su contestación fue que normalmente a estas alturas del año no vende melones, pero que dada la cercanía de la Navidad los compra. Pregunté por la procedencia, y me contestó que venían de Brasil. Y añadió algo que me sorprendió, “ahora son más caros por las Navidades, pero muchas veces en verano son más baratos los melones de Brasil que los que se producen en España”. Es lo que conocemos como “alimentos kilométricos”.

¿Cómo es posible que siendo el mismo producto sea más barato el que ha sido transportado durante miles de kilómetros? La respuesta nos la dio la investigadora Esther Vivas a este medio: “se deslocaliza la producción en los países del sur, se pagan sueldos de miseria a sus trabajadores y se aprovechan de una legislación medioambiental flexible”. Es decir, que el bajo precio que pagamos nosotros lo hacemos a costa de generar miseria y problemas ambientales en los países de origen, además de empeorar las condiciones de vida de las generaciones futuras debido a la degradación progresiva del entorno.

La producción de alimentos tiene un coste (esté o no reflejado en el precio al cual adquirimos el producto), y éste debería ser lo más cercano al coste real de su producción. Es decir, debe asegurar unas condiciones dignas a los trabajadores en todas las fases de la cadena de producción, pero también debe tener en cuenta los daños al medio ambiente que origina todo su ciclo de vida. De otro modo, además de ser injustos socialmente, se estaría incentivando la producción de alimentos que ocasionan graves daños al medio ambiente. Y esto es justamente lo que está ocurriendo en la actualidad. Indirectamente, cada vez que consumimos este tipo de productos estamos abocando a la miseria a las poblaciones de los países productores y a las generaciones futuras. Y lo que es peor todavía, somos incapaces de verlo porque en los grandes medios de comunicación las redes de accionistas y empresas que contratan publicidad no permiten que se hable de esta problemática.

El consumo de alimentos kilométricos se encuentra directamente relacionado con los hábitos de alimentación de una sociedad intensamente consumista. Nos apetece comer fresas en invierno o frutas tropicales, café y otros productos cuya producción en España es muy reducida o directamente inexistente. Mientras exista un mercado los productores continuarán con sus prácticas, por lo que la solución pasa por educar a la sociedad en la alimentación, en una dieta “baja en emisiones de CO2”. Con frecuencia, podemos ver publicidad en televisión, o folletos, e incluso en centros de salud información sobre los beneficios de una dieta saludable y en la mayor parte de ocasiones podemos ver alimentos, fundamentalmente frutas, de origen tropical. Por ejemplo, se recomienda comer plátanos porque son una fuente importante de potasio. Sin embargo, existen otros alimentos con los mismos niveles o incluso más potasio que el plátano (espinacas, acelgas, patatas…). Si todos los españoles comemos plátanos con frecuencia no podremos abastecernos solo de los originarios de las Islas Canarias (que ya se encuentran bastante alejadas), sino que necesitaremos traerlos de, por ejemplo, Colombia.

Por tanto, se trataría de tener una visión global, transversal, sobre la producción de alimentos. Si no, se producen determinados conflictos. Por ejemplo, ¿de qué sirve ser vegano y que te interese el bienestar de los animales si no consumes frutas de temporada y, por tanto, estás incentivando las emisiones de CO2 a la atmósfera, con las consecuencias que ello tiene, por ejemplo, para la extinción de especies? ¿De qué sirve comprar café de “comercio justo” de países tropicales si el cambio climático afectará especialmente a los países menos desarrollados?

Son cuestiones que nos debemos plantear lo antes posible, dada la situación crítica en la que se encuentra nuestro planeta. Sin embargo, para ello, necesitamos ser consumidores críticos, y estar informados sobre todas estas cuestiones. Dado el comportamiento capitalista-consumista de los grandes medios de comunicación y del propio Estado, ello requiere un esfuerzo adicional por parte del consumidor, la búsqueda de información y la creación de canales alternativos (medios de comunicación críticos, grupos de consumidores, asociaciones de vecinos…) que faciliten el acceso a dicha información de una forma local y directa con el propio consumidor.

fuente http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Alimentos-kilometricos-por-una

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