A 50 años del golpe en Chile

Dossier del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).

Un sangriento golpe a la vía pacífica al socialismo allendista

Por Aram Aharonian.

A finales de la década de 1960, la izquierda chilena se redefinía tras el asesinato del Che y las dictaduras amparadas en la Doctrina de la Seguridad Nacional. Y es entonces cuando aparece en Chile una vía novedosa, la de la democracia burguesa como escenario para el triunfo de una revolución. Y Allende triunfó y comenzó aquella revolución pacífica que después supimos que era verdadera.

Una revolución que nos mantuvo siempre con la interrogante de si se puede lograr un proceso socialista sin apoyo de las fuerzas armadas, máxime cuando éstas en Chile concentran el poder, al servicio de los intereses de clase de la oligarquía y a los dictados de Washington. ¿Será que la vía pacífica siempre termina en golpe? Ejemplos nos sobran en nuestra región.

A 50 años del golpe, en medio siglo de distorsión, negacionismo y olvidos,vuelve a cernirse el negacionismo de una fortalecida derecha y ultraderecha política, los empresarios venales que lucraron sobre la sangre de sus compatriotas, y la ignorancia del desclasado aspiracional, ciego defensor de sus amos.Y todo lo que prometieran en el consenso de octubre 2019, tras el estallido social, fue archivado como otra muestra de voluntaria amnesia, marcado con la señal de lo obsoleto, señala Edmundo Moure.

Y sin ningún pudor, se vuelven a escuchar las falaces interpretaciones que insisten en establecer una especie de empate para justificar el cruento golpe de estado y las dos décadas de dictadura. Los intereses de clase y sus privilegios, defendidos siempre por medio de la propaganda y los medios hegemónicos, el miedo, y aun la fuerza bruta -papel asignado a “las fuerzas del orden”-, cuando la propiedad de los medios de producción de la oligarquía se halla en grave riesgo

Lo que se teme es que la respuesta del negacionismo a las demandas sociales será, nuevamente la represión, porque el estallido social de octubre de 2019 sigue siendo considerado por la derecha como un fenómeno de desorden público y delincuencia callejera, pese a que estuvo a punto de destronar a Sebastián Piñera, el multimillonario presidente de Chile.

Quema de libros, al estilo nazi.

Joan Garcés, uno de los asesores políticos más cercanos a  Allende, lo describe como un militante latinoamericanista, con visión mundial constructiva, sin las entonces denominadas fronteras ideológicas, y critica la postura del gobierno de Gabriel Boric, que al igual que los anteriores desde 1973, silencia 50 años después la causa principal, exógena, de la desestabilización interna del sistema sociopolítico y económico entre 1970 y 1973.

Señala que desde el golpe castrense, toda la información publicada ha estado en manos de los medios que fueron clandestinamente financiados para desestabilizar el país (El Mercurio, el que más), deslegitimar a la oficialidad constitucionalista de las fuerzas armadas, apoyar el exterminio durante la dictadura y el legado de ésta hasta hoy.

Y recuerda que desde 1973 siguen confiscados el patrimonio, los inmuebles en Santiago, Concepción y Viña del Mar, las rotativas del diario más vendido en Chile, El Clarín, incumpliendo el laudo del Tribunal Internacional de Arbitraje del CIADI, que en 2020 confirmó que el Estado tiene la obligación de indemnizar a sus propietarios, lo que les permitirá ampliar el pluralismo informativo.

Un camino para todos

La Unidad Popular definía su proyecto, el de abrir un camino no recorrido, respetando la institucionalidad vigente para allanar la transición al socialismo. Fue la denominada vía chilena. Ernesto Guevara le dedicó su ensayo La guerra de guerrillas: “A Salvador Allende, que por otros medios trata de obtener lo mismo. Afectuosamente, Che”.

Cristianos, laicos, marxistas, socialistas, comunistas, socialdemócratas habían confluido y en diciembre de 1969 se lanzó el programa de la Unidad Popular, firmado por los partidos Socialista, Comunista, Radical, el Movimiento de Acción Popular Unitario (MAPU), Acción Popular Independiente (API) y el Partido Social Demócrata (PSD).

El Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), fundado en 1965, insurreccional, decidió apoyar críticamente la candidatura de Allende, y la Democracia Cristiana, procedente de la Falange fascista española, señalaba en su programa que “La Iglesia está por encima de los partidos (…) rechazamos el marxismo, concepción materialista y antirracional de la vida, que fomenta la lucha de clases, conduce a la tiranía y ha fracasado en sus experiencias”

De acuerdo con la Constitución, la candidatura ganadora debía ser ratificada por el Congreso dominado por una oposición, supuestamente democrática, que rápidamente se tornó golpista gozando de amplio financiamiento por parte de Estados Unidos Los intereses de las transnacionales estadounidensesestaban en juego, por lo que el Presidente Nixon ordenó a la Agencia Central de Inteligencia impedir la ratificación de Allende.

La CIA usó su manual y su arsenal habitual, incluida la guerra psicológica, la presión económico-financiera, los sobornos, e incluso orquestó un primer intento de golpe de Estado con el secuestro que concluyó en asesinato del general constitucionalista, René Schneider antes de que asumiera Allende. El repudio a esta acción permeó al Parlamento, que decidió, el 4 de noviembre de 1970, ratificar el triunfo de Allende, no sin antes imponer un Estatuto de Garantías Constitucionales.

El 22 de enero de 1970, Salvador Allende fue elegido candidato de la Unidad Popular. El 4 de septiembre de 1970 ganó la presidencia sobre una derecha dividida. Su triunfo supuso el inicio de una conspiración que acabaría con el bombardeo del Palacio presidencial el 11 de septiembre de 1973, con la imposición del neoliberalismo y un régimen de terror.

Si ésto no es el pueblo…

El día del triunfo electoral, la derecha puso en marcha su estrategia. Primero, evitar que Allende asumiera la presidencia el 4 de noviembre de 1970. Sin mayoría absoluta, los miembros del Congreso podían decantarse por una de las dos mayorías relativas. El plan se frustró con el asesinato del general en jefe de las Fuerzas Armadas René Schneider –en quien Allende confiaba para dar el cambio entre los militares- días antes de la votación.

El plan de gobierno -40 medidas básicas-, destacaba la supresión de grandes sueldos, jubilaciones justas, seguridad social para todos los chilenos, leche para todos los niños, alimentación para los niños en situación de exclusión, vivienda digna, agua y electricidad, reforma agraria real, asistencia médica gratuita en los hospitales, creación de centros de atención primaria y consultorio materno-infantil, disolución de los cuerpos represivos de carabineros, no más impuestos a los alimentos, creación del instituto del arte y la cultura, entre otras.

Fueron tres años de estrangulamiento económico, atentados y conspiraciones., mientras la Unidad Popular trabajaba en el fortalecimiento de la consciencia de clase y a la unidad de los trabajadores, y en consolidar una coexistencia con los sectores de clase media dentro de la oposición. La fuerza real del gobierno estaba en el apoyo de los trabajadores donde la correlación de fuerzas a su favor en elecciones sindicales -cerca del 70% de los votos- era muy superior a las del proceso electoral.

Nacionalizó el cobre, la “viga maestra” de la economía.

Allende lo subrayó en su última alocución el día del golpe: “Trabajadores de mi patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que solo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra de que aceptaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las fuerzas armadas rompieran su tradición, la que les enseñara Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios”. Fueron sus palabras de despedida.

El allendismo se caracterizó por la conformación del pueblo en un sujeto político. Un tipo de política que daba protagonismo a los actores sociales. Un tipo de relación muy lejana a las actuales formas clientelares que se dan entre política representativa y sociedad. El allendismo fue revolucionario en sus objetivos, pero gradual en sus medios, y dicha gradualidad es intrínseca a los mecanismos, tiempos y parsimonias propias de la democracia formal.

Planteó así un “reformismo revolucionario”. Lo revolucionario estaba en sus objetivos, lo que lo distanciaba de la socialdemocracia, pero en sus medios buscaba realizarlo a través de sucesivas reformas democráticas unidas a ese protagonismo popular que le era inherente.

Allende entendía al socialismo como una forma perfeccionada de la democracia, que no significaba ruptura de la democracia y del Estado de derecho, sino su plena realización al no renunciar a su carácter revolucionario, poniéndola al servicio de las masas y de la lucha de clases. La revolución latinoamericana deberá ser, además de antiimperialista y antifeudal, democrática, a fin de que la sientan, compartan y comprendan las masas ciudadanas. Deberá ser profundamente humana, señalaba.

Reunión privada entre Kissinger y Pinochet en Chile: “Queremos ayudarlo: simpatizamos con lo que están tratando de hacer aquí”.

El 11 de septiembre de 1973, día del sangriento golpe militar encabezado por el después dictador general Augusto Pinochet, la decisión de Salvador Allende de mantenerse combatiendo en e l palacio de La Moneda, demuestra la fuerza de sus principios y convicciones y mantienen vivo su aporte al pensamiento socialista, antiimperialista y anticapitalista .

En “La Casa Blanca contra Salvador Allende, de la periodista chilena Patricia Verdugo (fallecida en 2008), invita a los historiadores a realizar una reflexión crítica sobre las perspectivas y alcances del periodismo, cuando éste aborda hechos históricos que  pesan aún sobre la conciencia mundial, como el derrocamiento de Allende.

Los nueve capítulos están escritos con rigor y rabia en el inicio de la llamada transición democrática, iniciada en 1990 con la presidencia de Patricio Aylwin, que reforzó los procesos de recuperación de la memoria colectiva, que ha tenido tres momentos con gran significado,

Una, la exhumación de los restos de Salvador Allende en 1990 y la realización de nuevos funerales con honores de Estado; la segunda en 1998, con la detención de Pinochet en Londres y, tercera, la conmemoración en 2003 del trigésimo aniversario del golpe militar.

En un contexto donde la sociedad chilena había recaído en la polarización y el mundo vivía los sinsabores de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y rechazaba la posterior invasión a Irak en 2003, Verdugo alzó mediante este libro su dedo acusador para señalar a la Casa Blanca y a la CIA como instigadores directos del golpe militar, suceso histórico entendido como antecedente de las actuales “guerras preventivas”.

Otras experiencias

En Uruguay, el Frente Amplio es una fuerza progresista, democrática, popular, antioligárquica y antiimperialista, fundado en febrero de 1971, también con la línea de intentar el acceso al poder también por la vía pacífica.

Con el Che Guevara.

Fue fruto de la coalición de varios partidos políticos (Socialista, Comunista, Demócrata Cristiano, disidentes de los tradicionales partidos Nacional y Colorado), el Movimiento 26 de Marzo (afín al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros) y la convocatoria de ciudadanos independientes (como los generales Liber Seregni y Víctor Licandro) para la creación de un movimiento político.

Su fundación sintetizó un proceso de unidad que se jalona con el Congreso del Pueblo, la unidad sindical con la conformación de una central única de trabajadores. En las elecciones de 1971 presentó la fórmula Seregni-Juna José Crottogini (ex rector universitario).Logró el 18,3 % de los votos y obtuvo el tercer lugar en unas elecciones fraudulentas. Esa primera experiencia unitaria terminó de golpe.

Tras el golpe de Estado de junio de 1973, el Frente Amplio fue prosripto y fuertemente reprimido junto con las fuerzas que lo conformaban. Muchos militantes fueron presos y torturados por más de una década, y algunos fueron asesinados. Reorganizado, triunfó en tres elecciones consecutivas (hasta el 2019), pero lo de la lucha por el socialismo quedó en el camino.

La Revolución Bolivariana es un segundo laboratorio latinoamericano de la vía pacífica al socialismo, después de la (frustrada) experiencia de Salvador Allende en Chile. Seguramente, el modelo venezolano será tomado en cuenta en cualquier intento de (re) construcción socialista, como el allendista fue tomado como bandera por la socialdemocracia europea cuatro décadas atrás hasta que se olvidó del socialismo.

Algunos analistas señalan que la Revolución Bolivariana -pacífica, democrática, a diferencia de las vías armadas e invasoras de la imposición neoliberal- atravesó desde la muerte del expresidente Hugo Chávez la crisis del cierre del ciclo reformista: si bien se conquistó el gobierno, las leyes, las relaciones sociales, económicas y políticas, la cultura, siguen siendo burguesas, y para transformarlas se necesitaba de un segundo esfuerzo.

Una revolución que si bien llegó al gobierno por la vía democrática, pudo acceder al poder también con el apoyo del ingrediente militar. Y cuando Chávez habló del carácter socialista de su gobierno, en un país que es el mayor reservorio de hidrocarburos del mundo, riquezas que Estados Unidos quiere apoderarse, se aceleró la desestabilización, el bloqueo, los intentos de magnicidio, golpes e invasiones frustradas, amenazas permanentes, la asfixia económica, el robo de sus recursos.

Más de dos décadas después de esa dramática derrota de la experiencia allendista, Hugo Chávez trajo al presente a Antonio Gramsci para demostrar que la democracia y el protagonismo popular pueden ser un instrumento de transformación real que abra horizontes de justicia y de socialismo para nuestras sociedades latinoamericanocaribeñas.

Chávez impulsó una Asamblea Constituyente para una nueva Constitución que le permitió al pueblo venezolano recuperar sus derechos y refundar la República para construir una nueva correlación generando una inédita transformación revolucionaria. Una nueva vía al socialismo profundamente democrática, redistributiva, participativa y popular, para que el pueblo venezolano recuperara su dignidad, protagonismo y poder a través e una democracia protagónica y participativa.

Dar la vida por sus ideales y su país.

A 50 años del golpe, lamentablemente pocos en Chile saben quién fue Allende y cuál fue su lucha. Son pocos los que lo reivindican: la aplanadora de la dictadura y la posdictadura recién ahora, con los jóvenes en las calles, pareció que se fuera frenando. Cambió la cultura, cambió el sujeto social. Casi todos olvidaron la lucha por el socialismo, la que encarnó Allende aquel 4 de septiembre de 1970.

Con la Unidad Popular, intentó una inédita vía chilena al socialismo impulsando una transformación profunda sin recurrir a la violencia, confiando en el respeto y la transformación democrática de las instituciones… pero fue derrocado a sangre y fuego por los militares respaldados por la derecha económica y política, El Mercurio, el gran empresariado, el Partido Demócrata Cristiano y el imperialismo estadounidense.

Como recuerda Joan Garcés, las cinco horas de combate del presidente de Chile contra infantería, artillería y aviones disparando contra el Palacio de La Moneda, con la flota de EEUU en la costa de Chile, fue la última batalla política de Allende: la ganó, al precio de su vida.

“Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”. Con estas palabras retransmitidas por Radio Magallanes, Chicho Allende se dirigía por última vez a su pueblo, nuestro pueblo, hace 50 años.

Aram Aharonian es periodista y comunicólogo, nacido en Uruguay. Magister en Integración. Creador y fundador de Telesur, preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Observatorio en Comunicación y Democracia y el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)


Por Salvador Allende.

Conciudadanos del Congreso:

Al comparecer ante ustedes para cumplir con el mandato constitucional, atribuyo a este Mensaje una doble trascendencia: es el primero de un Gobierno que acaba de asumir la dirección del país, y se entrega ante exigencias únicas en nuestra historia política.

Por ello quiero concederle un contenido especial, concorde con su significado presente y su alcance para el futuro. Durante 27 años concurrí a a este recinto, casi siempre como Parlamentario de oposición. Hoy lo hago como Jefe de Estado, por la voluntad del pueblo ratificada por el Congreso.

Tengo muy presente que aquí se debatieron y se fijaron las leyes que ordenaban la estructura agraria latifundista, pero aquí también fueron derogadas instituciones obsoletas para sentar las bases legales de la reforma agraria que estamos llevando a cabo. Las normas institucionales en que se basa la explotación extranjera de los recursos naturales de Chile fueron aquí establecidas. Pero este mismo Parlamento las revisa, ahora, para devolver a los chilenos lo que por derecho les pertenece.

El Congreso elabora la institucionalidad legal, y así regula el orden social dentro del cual se arraiga; por eso durante más de un siglo ha sido más sensible a los intereses de los poderosos que al sufrimiento del pueblo.

En el comienzo de esta legislatura debo plantear este problema: Chile tiene ahora en el Gobierno una nueva fuerza política cuya función social es dar respaldo no a la clase dominante tradicional, sino a las grandes mayorías. A este cambio en la estructura de poder debe corresponder, necesariamente, una profunda transformación en el orden socioeconómico que el Parlamento está llamando a institucionalizar.

A lo avanzado en la liberación de las energías chilenas para reedificar la nación, tendrán que seguir pasos más decisivos. A la Reforma Agraria en marcha, a la nacionalización del cobre que sólo espera la aprobación del Congreso Pleno, cumple agregar, ahora, nuevas reformas. Sea por iniciativa del Parlamento, sea por propuesta del Ejecutivo, sea por iniciativa conjunta de los dos poderes, sea con apelación legal al fundamento de todo poder, que es la soberanía popular expresada en consulta plebiscitaria.

Se nos plantea el desafío de ponerlo todo en tela de juicio. Tenemos urgencia de preguntar a cada ley, a cada institución existente y hasta a cada persona, si está sirviendo o no a nuestro desarrollo integral y autónomo.

Estoy seguro de que pocas veces en la historia se presentó al Parlamento de cualquier nación un reto de esta magnitud.

La superación del capitalismo en Chile

Las circunstancias de Rusia en el año 1917 y de Chile en el presente son muy distintas. Sin embargo, el desafío histórico es semejante.

La Rusia del año 17 tomó las decisiones que más afectaron a la historia contemporánea. Allí se llegó a pensar que la Europa atrasada podría encontrarse delante de la Europa avanzada, que la primera revolución socialista no se daría, necesariamente, en las entrañas de las potencias industriales. Allí se aceptó el reto y se edificó una de las formas de construcción de la sociedad socialista que es la dictadura del proletariado.

Hoy nadie duda que, por esta vía, naciones con gran masa de población pueden, en períodos relativamente breves, romper con el atraso y ponerse a la altura de la civilización de nuestro tiempo. Los ejemplos de la URSS y de la República Popular China son elocuentes por sí mismos.

Como Rusia, entonces, Chile se encuentra ante la necesidad de iniciar una manera nueva de construir la sociedad socialista: la vía revolucionaria nuestra, la vía pluralista, anticipada por los clásicos del marxismo, pero jamás antes concretada. Los pensadores sociales han supuesto que los primeros en recorrerla serían naciones más desarrolladas, probablemente Italia y Francia, con sus poderosos partidos obreros de definición marxista.

Sin embargo, una vez más, la historia permite romper con el pasado y construir un nuevo modelo de sociedad, no sólo donde teóricamente era más previsible, sino donde se crearon condiciones concretas más favorables para su logro. Chile es hoy la primera nación de la Tierra llamada a conformar el segundo modelo de transición a la sociedad socialista.

Este desafío despierta vivo interés más allá de las fronteras patrias. Todos saben, o intuyen, que aquí y ahora, la historia empieza a dar un nuevo giro, en la medida que estemos los chilenos conscientes de la empresa. Algunos entre nosotros, los menos quizás, sólo ven las enormes dificultades de la tarea. Otros, los más, buscamos la posibilidad de enfrentarla con éxito. Por mi parte, estoy seguro que tendremos la energía y la capacidad necesarias para llevar adelante nuestro esfuerzo, modelando la primera sociedad socialista edificada según un modelo democrático, pluralista y libertario.

Los escépticos y los catastrofistas dirán que no es posible. Dirán que un Parlamento que tan bien sirvió a las clases dominantes es incapaz de transfigurarse para llegar a ser el Parlamento del Pueblo chileno.

Aún más, enfáticamente han dicho que las Fuerzas Armadas y Carabineros, hasta ahora sostén del orden institucional que superaremos, no aceptarían garantizar la voluntad popular decidida a edificar el socialismo en nuestro país. Olvidan la conciencia patriótica de nuestras Fuerzas Armadas y de Carabineros, su tradición profesional y su sometimiento al poder civil. Para decirlo en los propios términos del general Schneider, en la Fuerzas Armadas, como “parte integrante y representativa de la Nación y como estructura del Estado, lo permanente y lo temporal organizan y contrapesan los cambios periódicos que rigen su vida política dentro de un régimen legal”.

Por mi parte declaro, señores miembros del Congreso Nacional, que fundándose esta institución en el voto popular, nada en su naturaleza misma le impide renovarse para convertirse de hecho en el Parlamento del pueblo. Y afirmo que las Fuerzas Armadas chilenas y el Cuerpo de Carabineros, guardando fidelidad a su deber y a su tradición de no interferir en el proceso político, serán el respaldo de una ordenación social que corresponda a la voluntad popular expresada en los términos que la Constitución establezca. Una ordenación más justa, más humana y más generosa para todos, pero esencialmente para los trabajadores que hasta hoy dieron tanto sin recibir casi nada.

Las dificultades que enfrentamos no se sitúan en ese campo. Residen realmente en la extraordinaria complejidad de las tareas que nos esperan: institucionalizar la vía política hacia el socialismo, y lograrlo a partir de nuestra realidad presente, de sociedad agobiada por el atraso y la pobreza propios de la dependencia y del subdesarrollo; romper con los factores causantes del retardo y al mismo tiempo edificar una nueva estructura socioeconómica capaz de proveer a la prosperidad colectiva.

Las causas del atraso estuvieron -y están todavía- en el maridaje de las clases dominantes tradicionales con la subordinación externa y con la explotación clasista interna. Ellas lucraban con la asociación a intereses extranjeros, y con la apropiación de los excedentes producidos por los trabajadores, no dejando a éstos sino un mínimo indispensable para reponer su capacidad laboral.

Nuestra primera tarea es deshacer esta estructura constructiva que sólo genera un crecimiento deformado. Pero simultáneamente es preciso edificar la nueva economía, de modo que suceda a la otra sin solución de continuidad, edificarla conservando al máximo la capacidad productiva y técnica que conseguimos pese a las vicisitudes del subdesarrollo, edificarla sin crisis artificiales elaboradas por los que verán proscritos sus arcaicos privilegios.

Más allá de estas cuestiones básicas se plantea una que desafía a nuestro tiempo como su interrogante esencial: ¿Cómo devolver al hombre, sobre todo al joven, un sentido de misión que le infunda una nueva alegría de vivir y que confiera dignidad a su existencia? No hay otro camino sino apasionarse en el esfuerzo generoso de realizar grandes tareas impersonales, como autosuperación de la propia condición humana, hasta hoy envilecida por la división entre privilegiados y desposeídos.

Nadie puede hoy imaginar soluciones para los tiempos lejanos del futuro, cuando todos los pueblos habrán alcanzado la abundancia y la satisfacción de sus necesidades materiales y heredado, al mismo tiempo, el patrimonio cultural de la humanidad. Pero aquí y ahora, en Chile y en América Latina, tenemos la posibilidad y el deber de desencadenar las energías creadoras, particularmente de la juventud, para misiones que nos conmuevan más que cualquier otra empresa del pasado.

Tal es la esperanza de construir un mundo que supere la división entre ricos y pobres. Y en nuestro caso, edificar una sociedad en la que se proscriba la guerra de unos contra otros en la competencia económica; en la que no tenga sentido la lucha por privilegios profesionales; ni la indiferencia hacia el destino ajeno que convierte a los poderosos en extorsión de los débiles.

Pocas veces los hombres necesitaron tanto como ahora de fe en sí mismos y en su capacidad de rehacer el mundo, de renovar la vida.

Es éste un tiempo inverosímil, que provee los medios materiales para realizar las utopías más generosas del pasado. Sólo nos impide lograrlo el peso de una herencia de codicias, de medios y tradiciones institucionales obsoletas. Entre nuestra época y la del hombre liberado en escala planetaria, lo que media es superar esta herencia. Sólo así se podrá convocar a los hombres a reedificarse no como reductos de un pasado de esclavitud y explotación, sino como realización consciente de sus más nobles potencialidades. Este es el ideal socialista.

Un observador ingenuo, ubicado en algún país desarrollado poseedor de esos medios materiales, podría suponer que esta reflexión es un nuevo estilo de los pueblos atrasados para pedir ayuda, una invocación más de los pobres a la caridad de los ricos. No se trata de esto, sino de lo contrario. La ordenación interna de todas las sociedades bajo hegemonía de los desposeídos, la modificación de las relaciones de intercambio internacional exigidas por los pueblos expoliados, tendrán como consecuencia no sólo liquidar la miseria y el atraso de los pobres, sino liberar a los países poderosos de su condena al despotismo. Así como la emancipación del esclavo libera al amo, así la construcción socialista con que se enfrentan los pueblos de nuestro tiempo tiene sentido tanto para las naciones desheredadas como para las privilegiadas, ya que unas y otras arrojarán las cadenas que degradan su sociedad.

Señores Miembros del Congreso Nacional:Salvador Allende: las ajustadas elecciones que lo llevaron a la presidencia de Chile | Radio Perfil

Aquí estoy para incitarles a la hazaña de reconstituir la nación chilena tal como la soñamos. Un Chile en que todos los niños empiecen su vida en igualdad de condiciones, por la atención médica que reciben, por la educación que se les suministra, por lo que comen. Un Chile en que la capacidad creadora de cada hombre y de cada mujer encuentre cómo florecer, no en contra de los demás, sino en favor de una vida mejor para todos.

Nuestro camino hacia el socialismo

Cumplir estas aspiraciones supone un largo camino y enormes esfuerzos de todos los chilenos. Supone, además, como requisito previo fundamental, que podamos establecer los cauces institucionales de la nueva forma de ordenación socialista en pluralismo y libertad. La tarea es de complejidad extraordinaria porque no hay precedente en que podamos inspirarnos. Pisamos un camino nuevo; marchamos sin guía por un terreno desconocido; apenas teniendo como brújula nuestra fidelidad al humanismo de todas las épocas -particularmente al humanismo marxista- y teniendo como norte el proyecto de la sociedad que deseamos, inspirada en los anhelos más hondamente enraizados en el pueblo chileno.

Científica y tecnológicamente hace tiempo que es posible crear sistemas productivos para asegurar, a todos, los bienes fundamentales que hoy sólo disfrutan las minorías. Las dificultades no están en la técnica y, en nuestro caso, por lo menos, tampoco residen en la carencia de recursos naturales o humanos. Lo que impide realizar los ideales es el modo de ordenación de la sociedad, es la naturaleza de los intereses que la rigieron hasta ahora, son los obstáculos con que se enfrentan las naciones dependientes. Sobre aquellas situaciones estructurales y sobre estas compulsiones institucionales debemos concentrar nuestra atención.

En términos más directos, nuestra tarea es definir y poner en práctica como la vía chilena al socialismo, un modelo nuevo de Estado, de economía y de sociedad, centrado en el hombre, sus necesidades y sus aspiraciones. Para eso es preciso el coraje de los que osaron repensar el mundo como un proyecto al servicio del hombre. No existen experiencias anteriores que podamos usar como modelo, tenemos que desarrollar la teoría y la práctica de nuevas formas de organización social, política y económica, tanto para la ruptura con el subdesarrollo como para la creación socialista.

Sólo podremos cumplirlo a condición de no desbordar ni alejarnos de nuestra tarea. Si olvidáramos que nuestra misión es establecer un proyecto social para el hombre, toda la lucha de nuestro pueblo por el socialismo se convertiría en un intento reformista más. Si olvidásemos las condiciones concretas de que partimos, pretendiendo crear aquí y ahora algo que exceda nuestras posibilidades, también fracasaríamos.

Caminamos hacia el socialismo no por amor académico a un cuerpo doctrinario. Nos impulsa la energía de nuestro pueblo que sabe el imperativo ineludible de vencer el atraso y siente al régimen socialista como el único que se ofrece a las naciones modernas para reconstruirse racionalmente en libertad, autonomía y dignidad. Vamos al socialismo por el rechazo voluntario, a través del voto popular, del sistema capitalista y dependiente cuyo saldo es una sociedad crudamente desigualitaria, estratificada en clases antagónicas, deformada por la injusticia social y degradada por el deterioro de las bases mismas de la solidaridad humana.

En nombre de la reconstrucción socialista de la sociedad chilena ganamos las elecciones presidenciales y confirmamos nuestra victoria en la elección de regidores.

Esta es nuestra bandera, en torno a la cual movilizaremos políticamente al pueblo como el actor de nuestro proyecto y como legitimador de nuestra acción. Nuestros planes de gobierno son el Programa de la Unidad Popular con que concurrimos a las elecciones. Y nuestras obras no sacrificarán la atención de las necesidades de los chilenos de ahora en provecho de empresas ciclópeas. Nuestro objetivo no es otro que la edificación progresiva de una nueva estructura de poder fundada en las mayorías, y centrada en satisfacer en el menor plazo posible los apremios más urgentes de las generaciones actuales.

Atender a las reivindicaciones populares es la única forma de contribuir de hecho a la solución de los grandes problemas humanos; porque ningún valor universal merece ese nombre si no es reductible a lo nacional, a lo regional y hasta a las condiciones locales de existencia de cada familia.

Nuestro ideario podría parecer demasiado sencillo para los que prefieren las grandes promesas. Pero el pueblo necesita abrigar sus familias en casas decentes, con un mínimo de facilidades higiénicas, educar a sus hijos en escuelas que no hayan sido hechas sólo para pobres, comer lo suficiente en cada día del año, el pueblo necesita trabajo, amparo en la enfermedad y en la vejez, respeto a su personalidad. Eso es lo que aspiramos dar en un plazo previsible a todos los chilenos. Lo que ha sido negado a América Latina a lo largo de siglos. Lo que algunas naciones empiezan a garantizar ahora a toda una población.

Empero, detrás de esta tarea y como requisito fundamental para llevarla a cabo, se impone otra igualmente trascendental. Es movilizar la voluntad de los chilenos para dedicar nuestras manos, nuestras mentes y nuestros sentimientos a recuperar al pueblo para sí mismos a fin de integrarnos en la civilización de este tiempo como dueños de nuestro destino y herederos del patrimonio de técnicas, de saber, de arte, de cultura. Orientar el país hacia la atención de esas aspiraciones fundamentales es el único modo de satisfacer las necesidades populares, de suprimir diferencias con los más favorecidos. Y, sobre todo, de dar tarea a la juventud, abriéndole amplias perspectivas de una existencia fecunda como edificadora de la sociedad en que le tocará vivir.

Fidel Castro y Allende, diálogo de América.

Conciudadanos del Congreso:

El mandato que se nos ha confiado compromete todos los recursos materiales y espirituales del país. Hemos llegado a un punto en que el retroceso o el inmovilismo significarían una catástrofe nacional irreparable. Es mi obligación, en esta hora, como primer responsable de la suerte de Chile, exponer claramente el camino por el que estamos avanzando y el peligro y la esperanza que, simultáneamente, nos depara.

El Gobierno Popular sabe que la superación de un período histórico está determinada por los factores sociales y económicos que ese mismo período ha conformado previamente. Ellos encuadran los agentes y modalidades del cambio histórico. Desconocerlo sería ir contra la naturaleza de las cosas.

En el proceso ‘revolucionario’que vivimos, son cinco los puntos esenciales en que confluye nuestro combate político y social: la legalidad, la institucionalidad, las libertades políticas, la violencia y la socialización de los medios de producción: cuestiones que afectan al presente y al futuro de cada conciudadano.

El principio de la legalidad

El principio de legalidad rige hoy en Chile. Ha sido impuesto tras una lucha de muchas generaciones contra el absolutismo y la arbitrariedad en el ejercicio del poder del Estado. Es una conquista irreversible mientras exista diferencia entre gobernantes y gobernados.

No es el principio de legalidad lo que denuncian los movimientos populares. Protestamos contra una ordenación legal cuyos postulados reflejan un régimen social opresor. Nuestra normativa jurídica, las técnicas ordenadoras de las relaciones sociales entre chilenos responden hoy a las exigencias del sistema capitalista. En el régimen de transición al socialismo, las normas jurídicas responderán a las necesidades de un pueblo esforzado en edificar una nueva sociedad. Pero legalidad habrá.

Nuestro sistema legal debe ser modificado. De ahí la gran responsabilidad de las Cámaras en la hora presente: contribuir a que no se bloquee la transformación de nuestro sistema jurídico. Del realismo del Congreso depende, en gran medida, que a la legalidad capitalista suceda la legalidad socialista conforme a las transformaciones socioeconómicas que estamos implantando, sin que una fractura violenta de la juridicidad abra las puertas a arbitrariedades y excesos que, responsablemente, queremos evitar.

El desarrollo institucional

El papel social ordenador y regulador que corresponde al régimen de Derecho está integrado a nuestro sistema institucional. La lucha de los movimientos y partidos populares que hoy son gobierno ha contribuido sustancialmente a una de las realidades más prometedoras con que cuenta el país: tenemos un sistema institucional abierto, que ha resistido incluso a quienes pretendieron violar la voluntad del pueblo.

La flexibilidad de nuestro sistema institucional nos permite esperar que no será una rígida barrera de contención. Y que al igual que nuestro sistema legal, se adaptará a las nuevas exigencias para generar, a través de los cauces constitucionales, la institucionalidad nueva que exige la superación del capitalismo.

El nuevo orden institucional responderá al postulado que legitima y orienta nuestra acción: transferir a los trabajadores y al pueblo en su conjunto el poder político y el poder económico. Para hacerlo posible es prioritario la propiedad social de los medios de producción fundamentales.

Al mismo tiempo es necesario adecuar las instituciones políticas a la nueva realidad. Por eso, en un momento oportuno, someteremos a la voluntad soberana del pueblo la necesidad de reemplazar la actual Constitución, de fundamento liberal, por una Constitución de orientación socialista. Y el sistema bicameral en funciones, por la Cámara Unica.

Es conforme con esta realidad que nuestro Programa de Gobierno se ha comprometido a realizar su obra revolucionaria respetando el Estado de Derecho. No es un simple compromiso formal, sino el reconocimiento explícito de que el principio de legalidad y el orden institucional son consubstanciales a un régimen socialista, a pesar de las dificultades que encierran para el período de transición.

Mantenerlos, transformando su sentido de clase, durante este difícil período es una tarea ambiciosa de importancia decisiva para el nuevo régimen social.

No obstante, su realización escapa a nuestra sola voluntad: dependerá fundamentalmente de la configuración de nuestra estructura social y económica, su evolución a corto plazo y el realismo en la actuación política de nuestro pueblo. En este momento pensamos que será posible, y actuamos en consecuencia.

Augusto Pinochet y Salvador Allende, cuando el primero era aún considerado un “general democrático”.

Las libertades políticas

Del mismo modo, es importante recordar que, para nosotros, representantes de las fuerzas populares, las libertades políticas son una conquista del pueblo en el penoso camino por su emancipación. Son parte de lo que hay de positivo en el período histórico que dejamos atrás. Y, por lo tanto, deben permanecer. De ahí también nuestro respeto por la libertad de conciencia y de todos los credos. Por eso destacamos con satisfacción las palabras del Cardenal Arzobispo de Santiago, Raúl Silva Henríquez, en su mensaje a los trabajadores: “La Iglesia que represento es la Iglesia de Jesús, el hijo del carpintero. Así nació, y así la queremos siempre. Su mayor dolor es que la crean olvidada de su cuna, que estuvo y está entre los humildes”.

Pero no seríamos revolucionarios si nos limitáramos a mantener las libertades políticas. El Gobierno de la Unidad Popular fortalecerá las libertades políticas. No basta con proclamarlas verbalmente porque son entonces frustraciones o burla. Las haremos reales, tangibles y concretas, ejercitables en la medida que conquistemos la libertad económica.

En consecuencia, El Gobierno Popular inspira su política en una premisa artificialmente negada por algunos: la existencia de clases y sectores sociales con intereses antagónicos y excluyentes, y la existencia de un nivel político desigual en el seno de una misma clase o sector.

Ante esta diversidad, nuestro Gobierno responde a los intereses de todos los que ganan su vida con el esfuerzo de su trabajo: obreros y profesionales, técnicos, artistas, intelectuales y empleados. Bloque social cada vez más unido en su condición común de asalariados. Por el mismo motivo nuestro Gobierno ampara a los pequeños y medianos empresarios. A todos los sectores que, con intensidad variable, son explotados por la minoría propietaria de los centros de poder.

La coalición multipartidista del Gobierno Popular responde a esta realidad. Y en el enfrentamiento diario de sus intereses con los de la clase dominante se sirve de los mecanismos de confrontación y resolución que el sistema jurídico institucional establece. Reconociendo a la Oposición las libertades políticas y ajustando su actuación dentro de los límites institucionales. Las libertades políticas son una conquista de toda la sociedad chilena en cuanto Estado.

Todos estos principios de acción, que se apoyan en nuestra teoría política revolucionaria, que responden a la realidad del país en el momento presente, que están contenidas en el Programa de Gobierno de la Unidad Popular, los he ratificado plenamente como Presidente de la República.

Son parte de nuestro proyecto de desarrollar al máximo las posibilidades políticas de nuestro país, para que la etapa de transición hacia el socialismo sea de superación selectiva del sistema presente. Destruyendo o abandonando sus dimensiones negativas y opresoras. Vigorizando y ampliando los factores positivos.

La violencia

El pueblo de Chile está conquistando el poder político sin verse obligado a utilizar las armas. Avanza en el camino de su liberación social sin haber debido combatir contra un régimen despótico o dictatorial, sino contra las limitaciones de una democracia liberal. Nuestro pueblo aspira legítimamente a recorrer la etapa de transición al socialismo sin tener que recurrir a formas autoritarias de gobierno.

Nuestra voluntad en este punto es muy clara. Pero la responsabilidad de garantizar la evolución política hacia el socialismo no reside únicamente en el Gobierno, en los movimientos y partidos que lo integran. Nuestro pueblo se ha levantado contra la violencia institucionalizada que sobre él hace pesar el actual sistema capitalista. Y por eso estamos transformando las bases de este sistema.

Mi Gobierno tiene su origen en la voluntad popular libremente manifestada. Sólo ante ella responde, los movimientos y partidos que lo integran son orientadores de la conciencia revolucionaria de las masas y expresión de sus aspiraciones e intereses. Y también son directamente responsables ante el pueblo.

Con todo, es mi obligación advertir que un peligro puede amenazar la nítida trayectoria de nuestra emancipación y podría alterar radicalmente el camino que nos señalan nuestra realidad y nuestra conciencia colectiva; este peligro es la violencia contra la decisión del pueblo.

Si la violencia, interna o externa, la violencia en cualquiera de sus formas, física, económica, social o política llegara a amenazar nuestro normal desarrollo, y las conquistas de los trabajadores, correrían el más serio peligro la continuidad institucional, el Estado de derecho, las libertades políticas y el pluralismo. El combate por la emancipación social o por la libre determinación de nuestro pueblo adoptaría obligatoriamente manifestaciones distintas de lo que con legítimo orgullo y realismo histórico denominamos la vía chilena hacia el socialismo. La resuelta actitud del Gobierno, la energía revolucionaria del pueblo, la firmeza democrática de las Fuerzas Armadas y de Carabineros, velarán porque Chile avance con seguridad por el camino de su liberación.

La unidad de las fuerzas populares y el buen sentido de los sectores medios nos dan la superioridad indispensable para que la minoría privilegiada no recurra fácilmente a la violencia. Si la violencia no se desata contra el pueblo, podremos transformar las estructuras básicas donde se asienta el sistema capitalista en democracia, pluralismo y libertad. Sin compulsiones físicas innecesarias, sin desorden institucional, sin desorganizar la producción; de acuerdo con el ritmo que determine el Gobierno según la atención de las necesidades del pueblo y el desarrollo de nuestros recursos.

Lograr las libertades sociales

Nuestro camino es instaurar las libertades sociales mediante el ejercicio de las libertades políticas, lo que requiere como base establecer la igualdad económica. Este es el camino que el pueblo se ha trazado, porque reconoce que la transformación revolucionaria de un sistema social exige secuencias intermedias. Una revolución simplemente política puede consumarse en pocas semanas. Una revolución social y económica exige años. Los indispensables para penetrar en la conciencia de las masas. Para organizar las nuevas estructuras, hacerlas operantes y ajustarlas a las otras. Imaginar que se pueden saltar las fases intermedias es utópico. No es posible destruir una estructura social y económica, una institución social preexistente, sin antes haber desarrollado mínimamente la de reemplazo. Si no se reconoce esta exigencia natural del cambio histórico, la realidad se encargará de recordarla. Tenemos muy presente la enseñanza de las revoluciones triunfantes. La de aquellos pueblos que ante la presión extranjera y la guerra civil han tenido que acelerar la revolución social y económica para no caer en el despotismo sangriento de la contrarrevolución. Y que recién después, durante decenios, han tenido que organizar las estructuras necesarias para superar definitivamente el régimen anterior.

El camino que mi Gobierno ha trazado es consciente de estos hechos. Sabemos que cambiar el sistema capitalista respetando la legalidad, institucionalidad y libertades políticas, exige adecuar nuestra acción en lo económico, político y social a ciertos límites. Estos son perfectamente conocidos por todos los chilenos. Están señalados en el programa de Gobierno que se está cumpliendo inexorablemente, sin concesiones en el modo y la intensidad que hemos hecho saber de antemano.

El pueblo chileno, en proceso ascendente de madurez y de organización, ha confiado al Gobierno Popular la defensa de sus intereses. Ello obliga al Gobierno a actuar con una total identificación e integración con las masas, a interpretarlas orientándolas. Y le impide distanciarse con actuaciones retardatarias o precipitadas. Hoy más que nunca, la sincronización entre el pueblo, los partidos populares y el Gobierno debe ser precisa y dinámica.

Cada etapa histórica responde a los condicionamientos de lo anterior y crea los elementos y agentes de la que sigue. Recorrer la etapa de transición sin restricciones en las libertades políticas, sin vacío legal o institucional, es para nuestro pueblo un derecho y una legítima reivindicación. Porque está prefigurando en términos concretos su plena realización material en la sociedad socialista. El Gobierno Popular cumplirá con su responsabilidad en este momento decisivo.

En la organización y conciencia de nuestro pueblo, manifestada a través de los movimientos y partidos de masas, de los sindicatos, radica el principal agente constructor del nuevo régimen social. En movilización permanente y multiforme, según las exigencias objetivas de cada momento. Esta responsabilidad, no necesariamente desde el Gobierno, esperamos que sea compartida por la Democracia Cristiana que deberá manifestar su consecuencia con los principios y programas que tantas veces expuso al país.

Desmontando la verdad histórica

Por Marcos Roitman Rosenmann.

Tras el golpe de Estado que derrocó al gobierno legítimo del presidente Allende, la verdad histórica pone el acento en la falta de convicciones democráticas de la Unidad Popular (UP) y su escasa voluntad de buscar consenso de mayorías sociales. Por consiguiente, la UP fracasó y con ello la vía chilena al socialismo. Cocinada a fuego lento, la verdad histórica fue punto de encuentro que forjó la alianza contra natura que llevó al golpista Patricio Aylwin a La Moneda.

La democracia cristiana impuso la verdad histórica, afirmando que la acción de las fuerzas armadas era inevitable ante el caos político. Así lo dijo Eduardo Frei Montalva al presidente de la Unión Mundial de la democracia cristiana, Mariano Rumor, el 8 de noviembre de 1974.

“¿Qué ocurrió en Chile entre 1970 y 1973? “El gobierno de la UP fue siempre minoría y nunca quiso reconocerlo. Obtuvo en la elección presidencial 36 por ciento de los votos. […] En vez de reconocer este hecho y buscar consenso, trataron de manera implacable imponer un modelo de sociedad inspirado claramente en el marxismo-leninismo […]. Frente a estos hechos naturalmente la democracia cristiana no podía permanecer en silencio. Era su deber y lo cumplió, denunciar esta tentativa totalitaria que se presentó siempre con una máscara democrática para ganar tiempo y encubrir sus verdaderos objetivos. […] Este gobierno minoritario, presentándose como una vía legal y pacífica hacia el socialismo estaba absolutamente decidido a instaurar en el país una dictadura totalitaria […]”.

La carta manipula los hechos y está llena de verdades a medias. Pero incluso, los dirigentes de la democracia cristiana opuestos al golpe civil-militar matizan en un comunicado conocido como la carta de los 13: “La falta de rectificación, que en definitiva nos llevó a la tragedia, es responsabilidad de todos, gobierno y oposición […]. Pero a nuestro juicio hubo quienes tuvieron mayor responsabilidad.

En primer lugar, el dogmatismo sectario de la UP, que no fue capaz de construir un camino auténticamente democrático para el socialismo adecuado a nuestra idiosincrasia. […] Jamás tuvimos otra actitud parlamentaria o particular que no fuera la oposición dentro del cauce democrático destinada a obtener la rectificación de los errores cometidos por el gobierno de Allende e impugnados por nosotros”.

La hija de Frei Montalva, Carmen Frei Ruiz-Tagle, declaró en 2013: “Nunca un general de esa época acusó a la democracia cristiana de haberlo impulsado al golpe y después de haberlos traicionado. Nosotros no conspiramos contra el gobierno constitucional […]. Las causas del golpe hay que buscarlas en el partido socialista y en la ultraizquierda”. Y en 2010, Sebastián Piñera, achaca a la UP el desenlace dado la “larga y penosa agonía de los valores de la sociedad chilena –donde– el gobierno de la UP reiteradamente quebrantó la legalidad y el estado de derecho en Chile […]”. Ideólogos de todos los colores afirman que la UP fracasó y fue derrotada ideológica y políticamente, por su carencia de convicciones democráticas.

El 11 de septiembre de 1973, los golpistas circularon un apócrifo Plan Z de autogolpe que “comenzaría con la eliminación física, por comandos terroristas, de altos oficiales de las fuerzas armadas, y de Carabineros, así como de dirigentes políticos y gremiales opositores […]”.

Pese a la verdad histórica, la UP ni fracasó ni fue derrotada. El 4 de septiembre de 1970 obtuvo 36.4 por ciento de los votos y en las parlamentarias de 1973, con un proceso desestabilizador en marcha, llegó a 44. La UP tenía el respaldo popular; Allende, legitimidad y su liderazgo se agigantaba a escala internacional. Científicos sociales, socialdemócratas, democristianos, ex marxistas, ex comunistas, defensores del gobierno de Boric, unen esfuerzos para mantener la verdad histórica. A Boric le vendría bien recordar a Allende: En 1938, luchábamos por ser la izquierda de un régimen y de un sistema. En 1970 no luchamos por ser la izquierda de un régimen capitalista, luchamos por sustituir el régimen capitalista.

A 50 años del golpe, los gobiernos posdictadura han mantenido el discurso de la reconciliación. Sebastián Piñera: “El pasado ya está escrito. Podemos recordarlo, estudiarlo y discutirlo, pero ya no podemos cambiarlo. […] Invito a mis compatriotas a recordar y conmemorar en forma pacífica y reflexiva este cuadragésimo aniversario del golpe militar de 1973, con un verdadero sentido de unidad, nación y futuro”.

En 2003, Ricardo Lagos declaraba: “Las últimas palabras del presidente Allende no fueron expresiones de cólera, menos de resentimiento. […] Los chilenos debemos hacerlas nuestras para construir ese futuro”.

Pinochet y Aylwin.

Y Aylwin, en 1990, ante la tumba de Allende: “Al rendir juntos homenaje póstumo al gobernante de quienes unos fueron seguidores y otros fuimos adversarios, reconocemos nuestra común identidad y expresamos nuestra voluntad de privilegiar el futuro de la patria, que nos exige unirnos por sobre las disputas que en el pasado nos separaron […]”.

“Debo decirlo con franqueza: si se repitieran las mismas circunstancias, volvería a ser decidido opositor. […] Muchas fueron las causas de la crisis que sufrimos. Pero, así como ayer nos culpábamos de ella unos a otros, hoy hemos asumido –cual más cual menos– las responsabilidades que nos corresponden y, sobre todo, hemos aprendido de los errores que todos cometimos, para encaminarnos, con firme decisión, a superar el pasado doloroso, reconciliarnos y construir en conjunto el porvenir”.

Y ¿cuáles serían esas circunstancias? Dejemos la palabra a Aylwin (24 de septiembre de 1973): “Tenemos el convencimiento –se refiere a la democracia cristiana– de que la llamada vía chilena al socialismo, que empujó y enarboló como bandera la UP estaba rotundamente fracasada, y eso lo sabían la UP y Allende, y por eso ellos se aprestaban a través de la organización de milicias armadas, muy fuertemente equipadas que constituían un verdadero ejército paralelo, para dar un autogolpe y asumir por la violencia la totalidad del poder, en esas circunstancias, pensamos que la acción de las fuerzas armadas simplemente se anticipó a ese riesgo para salvar el país de caer en una guerra civil o tiranía comunista”.

La verdad histórica fue la puerta de entrada para limpiar de sangre las manos de los verdaderos responsables: la derecha, la democracia cristiana, los militares traidores y la dupla Nixon-Kissinger. Desde Aylwin hasta Boric, todos los presidentes viven una mentira para justificar la traición y su apego a la economía de mercado.

Un 11 de septiembre hace 46 años, en un dramático combate por el asalto a La Moneda, el Palacio Presidencial de Chile, murió el Presidente Salvador Allende. Las fuerzas golpistas entregaron al General Augusto Pinochet un escueto informe: “Misión cumplida. Moneda tomada, presidente muerto”. Poco después se conformó la Junta de Gobierno. La Unidad Popular y su presidente habían sido aniquilados, iniciándose diecisiete años de dictadura militar.

Allende según Galeano, Neruda y García Márquez

Tres grandes escritores de Nuestra América describen esos sucesos, con los que que Nodal Cultura rindó homenaje al Presidente chileno, cuatro años atrás.

“La Trampa” | Eduardo Galeano

Por valija diplomática llegan los verdes billetes que financian huelgas y sabotajes y cataratas de mentiras. Los empresarios paralizan a Chile y le niegan alimentos. No hay más mercado que el mercado negro. Largas colas hace la gente en busca de un paquete de cigarrillos o un kilo de azúcar; conseguir carne o aceite requiere un milagro de la Virgen María Santísima.

La Democracia Cristiana y el diario “El Mercurio” dicen pestes del gobierno y exigen a gritos el cuartelazo redentor, que ya es hora de acabar con esta tiranía roja; les hacen eco otros diarios y revistas y radios y canales de televisión. Al gobierno le cuesta moverse; jueces y parlamentarios le ponen palos en las ruedas, mientras conspiran en los cuarteles los jefes militares que Allende cree leales.

En estos tiempos difíciles, los trabajadores están descubriendo los secretos de la economía. Están aprendiendo que no es imposible producir sin patrones, ni abastecerse sin mercaderes. Pero la multitud obrera marcha sin armas, vacías las manos, por este camino de su libertad. Desde el horizonte vienen unos cuantos buques de guerra de los Estados Unidos, y se exhiben ante las costas chilenas. Y el golpe militar, tan anunciado, ocurre.

Le gusta la buena vida. Varias veces ha dicho que no tiene pasta de apóstol ni condiciones para mártir. Pero también ha dicho que vale la pena morir por todo aquello sin lo cual no vale la pena vivir.

Los generales alzados le exigen la renuncia. Le ofrecen un avión para que se vaya de Chile. Le advierten que el palacio presidencial será bombardeado por tierra y aire. Junto a un puñado de hombres, Salvador Allende escucha las noticias. Los militares se han apoderado de todo el país. Allende se pone un casco y prepara su fusil. Resuena el estruendo de las primeras bombas. El presidente habla por radio, por última vez: —Yo no voy a renunciar…

Una gran nube negra se eleva desde el palacio en llamas. El presidente Allende muere en su sitio. Los militares matan de a miles por todo Chile. El Registro Civil no anota las defunciones, porque no caben en los libros, pero el general Tomás Opazo Santander afirma que las víctimas no suman más que el 0,01 por 100 de la población, lo que no es un alto costo social, y el director de la CIA, William Colby, explica en Washington que gracias a los fusilamientos Chile está evitando una guerra civil.

La señora Pinochet declara que el llanto de las madres redimirá al país. Ocupa el poder, todo el poder, una Junta Militar de cuatro miembros, formados en la Escuela de las Américas en Panamá. Los encabeza el general Augusto Pinochet, profesor de Geopolítica. Suena música marcial sobre un fondo de explosiones y metralla: las radios emiten bandos y proclamas que prometen más sangre, mientras el precio del cobre se multiplica por tres, súbitamente, en el mercado mundial.

El poeta Pablo Neruda, moribundo, pide noticias del terror. De a ratos consigue dormir y dormido delira. La vigilia y el sueño son una única pesadilla. Desde que escuchó por radio las palabras de Salvador Allende, su digno adiós, el poeta ha entrado en agonía.

«Mi pueblo ha sido el más traicionado de este tiempo” | Pablo Neruda

De los desiertos del salitre, de las minas submarinas del carbón, de las alturas terribles donde yace el cobre y lo extraen con trabajos inhumanos las manos de mi pueblo, surgió un movimiento liberador de magnitud grandiosa. Ese movimiento llevó a la presidencia de Chile a un hombre llamado Salvador Allende, para que realizara reformas y medidas de justicia inaplazables, para que rescatara nuestras riquezas nacionales de las garras extranjeras.

Donde estuvo, en los países más lejanos, los pueblos admiraron al presidente Allende y elogiaron el extraordinario pluralismo de nuestro gobierno. Jamás en la historia de la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York, se escuchó una ovación como la que le brindaron al presidente de Chile los delegados de todo el mundo.

Aquí en Chile se estaba construyendo, entre inmensas dificultades, una sociedad verdaderamente justa, elevada sobre la base de nuestra soberanía, de nuestro orgullo nacional, del heroísmo de los mejores habitantes de Chile. De nuestro lado, del lado de la revolución chilena, estaban la Constitución y la ley, la democracia y la esperanza. Del otro lado no faltaba nada. Tenían arlequines y polichinelas, payasos a granel, terroristas de pistola y cadena, monjes falsos y militares degradados.

Unos u otros daban vueltas en el carrusel del despecho. Iban tomados de la mano el fascista Jarpa con sus sobrinos de “Patria y Libertad”, dispuestos a romperles la cabeza y el alma a cuanto existe, con tal de recuperar la gran hacienda que ellos llamaban Chile. Junto con ellos, para amenizar la farándula, danzaba un gran banquero y bailarín, algo manchado de sangre; era el campeón de rumba González Videla, que rumbeando entregó hace tiempo su partido a los enemigos del pueblo. Ahora era Frei quien ofrecía su partido demócrata – cristiano a los mismos enemigos del pueblo, y bailaba además con el ex coronel Viaux, de cuya fechoría fue cómplice.

Estos eran los principales artistas de la comedia. Tenían preparados los viveros del acaparamiento, los “miguelitos”, los garrotes y las mismas balas que ayer hicieron de muerte a nuestro pueblo en Iquique, en Ranquil, en Salvador, en Puerto Montt, en la José Maria Caro, en Frutillar, en Puente Alto y en tantos otros lugares. Los asesinos de Hernán Mery bailaban con naturalidad santurronamente. Se sentían ofendidos de que les reprocharan esos “pequeños detalles”.

Chile tiene una larga historia civil con pocas revoluciones y muchos gobiernos estables, conservadores y mediocres. Muchos presidentes chicos y sólo dos presidentes grandes: Balmaceda y Allende. Es curioso que los dos provinieran del mismo medio, de la burguesía adinerada, que aquí se hace llamar aristocracia. Como hombres de principios, empeñados en engrandecer un país empequeñecido por la mediocre oligarquía, los dos fueron conducidos a la muerte de la misma manera.

Balmaceda fue llevado al suicidio por resistirse a entregar la riqueza salitrera a las compañías extranjeras. Allende fue asesinado por haber nacionalizado la otra riqueza del subsuelo chileno, el cobre. En ambos casos la oligarquía chilena organizó revoluciones sangrientas. En ambos casos los militares hicieron jauría. Las compañías inglesas en la ocasión de Balmaceda, las norteamericanas en la ocasión de Allende, fomentaron y sufragaron estos movimientos militares.

En ambos casos las casas de los presidentes fueron desvalijadas por órdenes de nuestros distinguidos “aristócratas”. Los salones de Balmaceda fueron destruidos a hachazos. La casa de Allende, gracias al progreso del mundo, fue bombardeada desde el aire por nuestros heroicos aviadores.

Sin embargo, estos dos hombres fueron muy diferentes. Balmaceda fue un orador cautivante. Tenía una complexión imperiosa que lo acercaba más al mando unipersonal. Estaba seguro de la elevación de sus propósitos. En todo instante sé vio rodeado de enemigos. Su superioridad sobre el medio en que vivía era tan grande, y tan grande su soledad, que concluyó por reconcentrarse en sí mismo.

El pueblo que debía ayudarle no existía como fuerza, es decir, no estaba organizado. Aquel presidente estaba condenado a conducirse como iluminado, como un soñador: un sueño de grandeza se quedó en sueño. Después de su asesinato, los rapaces mercaderes extranjeros y los parlamentarios criollos entraron en posesión del salitre: para los extranjeros, la propiedad y las concesiones; para los criollos las coimas.

Recibidos los treinta dineros todo volvió a su normalidad. La sangre de unos cuantos miles de hombres del pueblo se secó pronto en los campos de batalla. Los obreros más explotados del mundo, los de las regiones del norte de Chile, no cesaron de producir inmensas cantidades de libras esterlinas para la City de Londres.

Allende nunca fue un gran orador. Y como estadista era un gobernante que consultaba todas sus medidas. Fue el antidictador, el demócrata principista hasta en los detalles. Le tocó un país que ya no era el pueblo bisoño de Balmaceda; encontró una clase obrera poderosa que sabía de qué se trataba.

Allende era dirigente colectivo; un hombre que, sin salir de las clases populares, era un producto de la lucha de esas clases contra el estancamiento y la corrupción de sus explotadores. Por tales causas y razones, la obra que realizó en tan corto tiempo es superior a la de Balmaceda; más aun, es la más importante en la historia de Chile.

Sólo la nacionalización del cobre fue una empresa titánica, y muchos objetivos más se cumplieron bajo su gobierno de esencia colectiva. Las obras y los hechos de Allende, de imborrable valor nacional, enfurecieron a los enemigos de nuestra liberación.

El simbolismo trágico de esta crisis se revela en el bombardeo del Palacio de Gobierno; uno evoca la Blitz Krieg de la aviación nazi contra indefensas ciudades extranjeras, españolas, inglesas, rusas; ahora sucedía el mismo crimen en Chile; pilotos chilenos atacaban en picada el palacio que durante siglos fue el centro de la vida civil del país.

Escribo estas rápidas líneas para mis memorias a sólo tres días de los hechos incalificables que llevaron a la muerte de mi gran compañero el presidente Allende. Su asesinato se mantuvo en silencio; fue enterrado secretamente; sólo a su viuda le fue permitido acompañar aquel inmortal cadáver.

La versión de los agresores es que hallaron su cuerpo inerte, con muestras de visible suicidio. La versión que ha sido publicada en el extranjero es diferente. A reglón seguido del bombardeo aéreo entraron en acción los tanques, muchos tanques, a luchar intrépidamente contra un solo hombre: el Presidente de la Republica de Chile, Salvador Allende, que los esperaba en su gabinete, sin más compañía que su corazón, envuelto en humo y llamas.

Tenían que aprovechar una ocasión tan bella. Había que ametrallarlo porque nunca renunciaría a su cargo. Aquel cuerpo fue enterrado secretamente en un sitio cualquiera. Aquel cadáver que marchó a la sepultura acompañado por una sola mujer que llevaba en sí misma todo el dolor del mundo, aquella gloriosa figura muerta iba acribillada y despedazada por las balas de las metralletas de los soldados de Chile, que otra vez habían traicionado a Chile.

«La verdadera muerte de un presidente” | Gabriel García Márquez

La contradicción más dramática de su vida fue ser al mismo tiempo, enemigo congénito de la violencia y revolucionario apasionado, y él creía haberla resuelto con la hipótesis de que las condiciones de Chile permitían una evolución pacífica hacia el socialismo dentro de la legalidad burguesa. La experiencia le enseñó demasiado tarde que no se puede cambiar un sistema desde el gobierno, sino desde el poder.

Esa comprobación tardía debió ser la fuerza que lo impulsó a resistir hasta la muerte en los escombros en llamas de una casa que ni siquiera era la suya, una mansión sombría que un arquitecto italiano construyó para fábrica de dinero y terminó convertida en el refugio de un Presidente sin poder.

Resistió durante seis horas con una metralleta que le había regalado Fidel Castro y que fue la primera arma de fuego que Salvador Allende disparó jamás.

El periodista Augusto Olivares que resistió a su lado hasta el final, fue herido varias veces y murió desangrándose en la asistencia pública.

Hacia las cuatro de la tarde el general de división Javier Palacios, logró llegar hasta el segundo piso, con su ayudante el capitán Gallardo y un grupo de oficiales. Allí entre las falsas poltronas Luis XV y los floreros de Dragones Chinos y los cuadros de Rugendas del salón rojo, Salvador Allende los estaba esperando. Llevaba en la cabeza un casco de minero y estaba en mangas de camisa, sin corbata y con la ropa sucia de sangre. Tenía la metralleta en la mano.

Allende conocía al general Palacios. Pocos días antes le había dicho a Augusto Olivares que aquel era un hombre peligroso, que mantenía contactos estrechos con la Embajada de los EE.UU. Tan pronto como lo vio aparecer en la escalera, Allende le gritó “Traidor”, y lo hirió en la mano.

Allende murió en un intercambio de disparos con esa patrulla. Luego todos los oficiales en un rito de casta, dispararon sobre el cuerpo. Por último un oficial le destrozó la cara con la culata del fusil.

La foto existe: la hizo el fotógrafo Juan Enrique Lira, del periódico El Mercurio, el único a quien se permitió retratar el cadáver. Estaba tan desfigurado, que a la Sra. Hortencia Allende, su esposa, le mostraron el cuerpo en el ataúd, pero no permitieron que le descubriera la cara.

Había cumplido 64 en el julio anterior y era un Leo perfecto: tenaz, decidido e imprevisible.

Lo que piensa Allende sólo lo sabe Allende, me había dicho uno de sus ministros. Amaba la vida, amaba las flores y los perros, y era de una galantería un poco a la antigua, con esquelas perfumadas y encuentros furtivos.

Su virtud mayor fue la consecuencia, pero el destino le deparó la rara y trágica grandeza de morir defendiendo a bala el mamarracho anacrónico del derecho burgués, defendiendo una Corte Suprema de Justicia que lo había repudiado y había de legitimar a sus asesinos, defendiendo un Congreso miserable que lo había declarado legítimo pero que había de sucumbir complacido ante la voluntad de los usurpadores, defendiendo la voluntad de los partidos de la oposición que habían vendido su alma al fascismo, defendiendo toda la parafernalia apolillada de un sistema de mierda que él se había propuesto aniquilar sin disparar un tiro.

El drama ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo, que se quedó en nuestras vidas para siempre.

Septiembre de 2003, al cumplirse 30 años del golpe militar de 1973 en Chile.

Medio siglo del golpe en Chile

Por Raúl Zibechi.

El golpe de Estado del 11 de setiembre de 1973 contra el gobierno de Salvador Allende marca un profundo viraje en la historia reciente. Los estados-nación fueron totalmente remodelados por las clases dominantes, se instaló el neoliberalismo, poniendo fin al proceso industrial de sustitución de importaciones y los movimientos de abajo no pudieron seguir operando del mismo modo. Cambios que resulta necesario evaluar.

Con el régimen militar de Augusto Pinochet, las fuerzas armadas aplastaron la organización obrera, imponiendo el terrorismo de Estado contra cualquier disidente y, muy en particular, contra los trabajadores. Consiguieron refundar el capitalismo chileno, eliminando la vieja industria y profundizando la acumulación por despojo. Las relaciones laborales fueron completamente remodeladas en favor de las patronales, ya que no hubo oposición obrera organizada.

Sobre la violencia contra los sectores populares prosperó el neoliberalismo que, de la mano de tecnócratas y economistas conocidos como Chicago Boys, convirtió a Chile en un gran laboratorio donde se practicaron privatizaciones a mansalva (menos de la empresa de cobre, cuyos beneficios fueron a las fuerzas armadas), un nuevo sistema de pensiones privado e iniciativas que condenaron a la clase trabajadora a la desocupación y el hambre.

Los salarios cayeron de forma estrepitosa en todo el mundo.

Dos investigadores del Programa sobre Raza, Etnicidad y Economía del Instituto de Política Económica de Estados Unidos, estudiaron 85 años de historia del salario mínimo. Su conclusión es lapidaria: Sin ningún mecanismo establecido para ajustarlo automáticamente al aumento de los precios, el valor real del salario mínimo federal ha disminuido gradualmente, alcanzando en 2023 su nivel más bajo en 66 años (https://goo.su/7ke8mG).

Este año el salario mínimo vale 42 por ciento menos que en 1968, que fue su punto más alto, y 30 por ciento menos que cuando se aumentó por última vez hace 14 años, en 2009. Esta importante pérdida de poder adquisitivo, significa que el salario mínimo federal actual no se acerca en absoluto a un salario digno, concluyen los investigadores.

La tercera cuestión son las transformaciones en la acción colectiva. El centro del movimiento social chileno se trasladó de las fábricas a las poblaciones, que desde 1983 protagonizaron la resistencia a la dictadura en memorables jornadas de protesta. Allí se expandieron prácticas colectivas para la sobrevivencia, ollas comunes, que luego serían teorizadas como economía solidaria. El movimiento de pobladores transitó de la resistencia a la insurrección.

La primera protesta fue el 11 de mayo de 1983, convocada por los trabajadores del cobre y protagonizada por barrios como La Victoria, donde se levantaron barricadas, hubo enfrentamientos con Carabineros y militares, y un saldo de varios muertos. En represalia allanaron 5 mil casas y detuvieron a todos los mayores de 14 años.

Los relatos de la época enfatizan sobre la importancia de las poblaciones: Las protestas se repiten casi cada mes durante los próximos dos años. La represión es cada vez más intensa. Durante la cuarta protesta del 11 y 12 de agosto de 1983, 18 mil hombres armados coparon las calles de la ciudad, actuando con un plan más claro que establece una lógica de guerra (https://goo.su/A8pnI). La represión dejó 29 muertos, 200 heridos y mil detenidos en sólo dos días.

Las protestas se extendieron de modo casi ininterrumpido hasta julio de 1986, combinando manifestaciones, concentraciones, fogatas y homenajes a los caídos. Poco a poco, las organizaciones juveniles y vecinales de las poblaciones fueron tomando el liderazgo del movimiento, destaca la memoria citada. Pero, a la vez, el movimiento fue adquiriendo un claro tinte insurreccional, los jóvenes portaban armas a la luz del día en varias poblaciones, protegidos por el vecindario.

Las movilizaciones de las poblas cambiaron el sentido común de la protesta, al punto de que el investigador Patricio Quiroga destaca: Sin convocatoria igual se manifestaba(https://goo.su/foz0). La represión puso límites a la resistencia, pero la dictadura se debilitó. Ambos hechos fueron usados por los partidos de centro-izquierda que convirtieron las Jornadas Nacionales de Protesta en masa-de-maniobra electoral.

Surgió un patrón de acción que se repite hasta hoy, como sucedió con la revuelta de 2019, del que participa la región.

Los de abajo desbordan la convocatoria de las instituciones sindicales y sociales. Pasan de la resistencia a formas más ofensivas, llegando a la confrontación casi insurreccional con formas de autodefensa (organizaciones armadas en los 80 y primeras líneas en 2019). Luego llegan los partidos y los caudillos que surfean sobre la sangre y el dolor populares para imponer salidas que dejan todo como estaba.

Recuperemos la memoria, para no seguir tropezando con los mismos oportunismos.

La lección de Allende

Por Punto Final

Allende, derrocado y empujado al suicidio hace 40 años, fue el más destacado político latinoamericano de su generación. Al contrario de lo que ocurrió con el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979), el portorriqueño Luis Muñoz Marín (1898-1980), el costarricense José Figueres (1906-1990) o el venezolano Rómulo Betancourt (1908-1981), todos ellos protagonistas de experiencias socialdemócratas en el mismo periodo, Salvador Allende no abandonó jamás su posición antiimperialista y su lealtad a los objetivos democráticos del socialismo, que abrazó en su juventud.

No solo en el momento del sacrificio de su vida en La Moneda, Allende dio testimonio de su apego a los principios éticos que diferencian al revolucionario de los políticos de circunstancias. En numerosas situaciones de su trayectoria dio muestras de una recia moral que le llevaba a jugarse entero por sus convicciones, desdeñando el cálculo del mayor beneficio que suele condicionar la actuación política.

En ese sentido lo retrata de cuerpo entero su temprana adhesión y solidaridad con la Revolución Cubana. Pocos días después del triunfo de la revolución, en enero de 1959, Allende llegó a La Habana y conoció a Fidel y Raúl Castro, al Che Guevara y demás líderes de la primera revolución socialista en América Latina.

Salvador Allende -cuyo latinoamericanismo fue siempre su horizonte político- viajó varias veces a la isla y se ganó el respeto y amistad de los jóvenes dirigentes cubanos. Con razón el Che Guevara le escribió una dedicatoria en su libro Guerra de guerrillas: “A Salvador Allende que por otros medios busca lo mismo. Afectuosamente, Che”.

En 1964 Allende -por tercera vez- fue candidato presidencial. Esta vez los EE.UU. financiaron, asesoraron y consiguieron imponer la candidatura del demócrata cristiano Eduardo Frei Montalva. Una impresionante campaña del terror que utilizó todos los medios de comunicación, logró frustrar la victoria del candidato socialista. Eran los tiempos de las reformas auspiciadas por Washington mediante la Alianza para el Progreso a fin de contrarrestar la influencia de la Revolución Cubana. En Chile esa estrategia se basaba en la “revolución en libertad” de Frei y la DC. Pero Allende no debilitó su discurso ni acomodó su perfil político a las condiciones que imponían la oligarquía y el imperio. En enero de 1966 participó en la Tricontinental que reunió en La Habana a más de 600 delegados de partidos y movimientos antiimperialistas de Africa, Asia y América Latina. Allende propuso avanzar hacia la creación de un organismo que coordinara las luchas de liberación. Este fue el origen de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) que se constituyó en La Habana en agosto de 1967, también con participación de Allende. Entretanto, en abril de ese año, se divulgó la carta del comandante Guevara que llamaba a crear “dos, tres, muchos Vietnam”.

El impulso de la lucha revolucionaria, sin embargo, se vio truncado por la muerte del Che en Bolivia en octubre de 1967. En febrero del año siguiente, tres cubanos y dos bolivianos, sobrevivientes de la guerrilla del Che, entraron a territorio chileno. Allende, que era presidente del Senado y se aprestaba a iniciar su cuarta campaña presidencial, no dudó en solidarizar con los compañeros de lucha del Che. Intercedió por ellos ante el gobierno de Frei y los acompañó en el vuelo hasta Tahiti en su regreso a Cuba, todo esto en medio del escándalo de la prensa reaccionaria y de las protestas de la derecha política.

El 4 de septiembre de 1970 Allende ganó por estrecho margen la elección presidencial: 36,3% contra 34,9% del empresario liberal Jorge Alessandri -que había sido presidente en el periodo 1958-64-, y 27,9% del demócrata cristiano Radomiro Tomic, que planteaba un “socialismo comunitario” para Chile. Ese resultado obligaba a definir en el Congreso quién sería el presidente entre las dos primeras mayorías. La tradición era elegir al candidato con más votos. Pero la proclamación de Allende no estaba asegurada. La conspiración comenzó. El empresario Agustín Edwards, propietario de la cadena de diarios El Mercurio, se trasladó a Washington y obtuvo la promesa del presidente Richard Nixon de emplear todos los recursos para impedir la proclamación de Allende o “hacer chillar la economía” chilena si era investido presidente. En ese marco se produjo en octubre de 1970 el asesinato del general René Schneider, comandante en jefe del ejército.

El atentado fue cometido por un comando de extrema derecha que utilizó armas proporcionadas por la CIA. Schneider se había pronunciado por el respeto a la Constitución y por mantener al ejército fuera del escenario político. La derecha y el gobierno norteamericano se coludieron, asimismo, en una maniobra para elegir a Alessandri en el Congreso. Luego este renunciaría y Frei sería candidato de la derecha y la DC.

La maniobra fracasó pero la DC consiguió imponer un “estatuto de garantías democráticas” en el Congreso, que limitaba los movimientos del gobierno de la Unidad Popular. Aún así -y con absoluto respeto a la Constitución-, el gobierno del presidente Allende realizó muchas de las reformas que Chile necesitaba, orientando su gobierno en ruta al socialismo. Su primer Mensaje al Congreso Nacional, en mayo de 1971, explicita los objetivos que planteaba el “socialismo a la chilena”.

El 15 de julio de ese año se concretó la histórica ley de nacionalización del cobre, aprobada por unanimidad en el Parlamento. La reforma agraria, la nacionalización de la banca y una vigorosa política social, marcaron el carácter del gobierno popular y democrático. En las elecciones municipales de 1971, el respaldo a la Unidad Popular aumentó al 49,73%. Sin embargo, los grupos de derecha -el fascista Frente Nacionalista Patria y Libertad y el Comando Rolando Matus del Partido Nacional-, asesorados por oficiales de las FF.AA., desataron la violencia mediante sabotajes y atentados. Una de las víctimas fue el comandante Arturo Araya, edecán naval del presidente, asesinado por el comando Rolando Matus y cuyos autores serían indultados por la dictadura militar.

Al terrorismo se sumaron el desabastecimiento, el paro de los camioneros, la huelga de los obreros de El Teniente, el boicot norteamericano a las exportaciones de cobre, la asfixia crediticia, etc., que agudizaron las tensiones políticas y sociales. La DC se alió con el Partido Nacional en la Confederación de la Democracia (CODE). Mediante su mayoría parlamentaria destituyeron ministros e intendentes y acusaron al gobierno de transgredir la Constitución y las leyes.

El esfuerzo reaccionario se orientó a obtener en las elecciones parlamentarias de marzo de 1973 los dos tercios que le permitirían destituir al presidente. Pero si bien la CODE consiguió mayoría (54,78% contra 43,85% de la Unidad Popular), no alcanzó lo necesario para sus propósitos. Eso dejó vía libre al plan golpista. El 29 de junio de 1973 se rebeló el Regimiento Blindado Nº 2, causando más de veinte víctimas. La conspiración se orientó a conseguir la renuncia del constitucionalista general Carlos Prats a la comandancia del ejército. Una vez logrado ese objetivo la traición de los generales y almirantes -alentados por la oligarquía y el imperialismo- se precipitó.

El golpe impidió el último gesto de convicción democrática del presidente Allende que se proponía anunciar el mismo 11 de septiembre un plebiscito para que el pueblo decidiera la continuación de su gobierno o llamar a nuevas elecciones.

Allende nunca desmayó en el cumplimiento de su deber como presidente de la República ni ocultó sus convicciones de luchador social. No eludió responsabilidades ni se sometió a la fuerza bruta. Sus últimas horas en La Moneda asediada por el ejército y bombardeada por la aviación, dan cuenta de un comportamiento heroico que hace aún más vergonzante la miseria moral de los militares y civiles traidores. Allende cumplió la promesa de entregar su vida si era necesario para retribuir la lealtad del pueblo.

A los luchadores sociales y políticos de hoy corresponde hacer honor a la memoria de Salvador Allende y de todos los chilenos y chilenas caídos en los 17 años de dictadura militar-empresarial. Solo una Constitución democrática, producto de una Asamblea Constituyente plebiscitada por el pueblo, permitirá retomar el camino de liberación que interrumpió La Moneda en llamas.

*Editorial de “Punto Final”, edición Nº 789, 6 de septiembre, 2013


Fuente: https://estrategia.la/2023/09/08/un-sangriento-golpe-a-la-via-pacifica-al-socialismo-allendista/

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