En el conurbano se tejen historias especiales y es por eso que nos fuimos hasta Morón, para conocer a Kuka, una colectivera fuera de serie, que maneja el bondi con taco alto y minifalda. Kuka transita sus géneros de manera simple, reivindica su fluir entre su costado femenino y masculino. “Si tuviera que nacer de vuelta, ¿qué pregunta? No se puede volver a nacer, pero si existe la reencarnación, yo quisiera hacerlo en un cuerpo igual al que tengo y la vida que hice hacerla de nuevo. Me gusta mi parte femenina. ¡Me encanta! Pero tengo una partecita masculina que también me gusta”.
¿Qué ves? ¿Que ves cuando me ves? (Divididos)
Algunas historias merecen ser contadas. Por eso nos cruzamos Buenos Aires para concurrir a la cita que habíamos pactado con Kuka. El día estaba gris, llovía y la esperamos en una pizzería en una esquina del centro de Morón. Detrás nuestro llegó al bar, y su presencia fue imposible no divisar. Tenía puesto un vestido floreado, los labios de rojo y caminaba sobre unos tacos altísimos que prolongaban sus largas piernas.
Habíamos acordado antes las preguntas que le haríamos. Nos interesaba consultarle sobre su autopercepción como travesti y que nos contara cómo es trabajar en un empleo tan masculino como manejar un colectivo. Sin embargo, Kuka te descoloca, porque en toda la entrevista jamás pronunció la palabra trans o travesti, y se refería a ella utilizando artículos en masculino. Porque no tiene ningún problema en transitar sus géneros con simpleza. Ella es Kuka y Rogelio, aunque más le gustaría llamarse Valeria, por su amor a la artista Valeria Lynch.
ANRed: Tenemos una sola pregunta
Kuka: ¿Nada más?
ANRed: Queremos que nos cuentes la historia de tu vida
Kuka: Para que te cuente la historia de mi vida nos tenemos que quedar a vivir aca 60 años.
El mozo nos trajo los cafecitos, play a la grabadora y el diálogo comenzo a fluir.
“Yo tuve madre y padre. Mi vieja murió en febrero del 2011 y mi papá el 25 de abril del 2015, el día que cumplía años. Yo la quise mucho a mi vieja, pero hubo algo muy importante en mi vida que fue mi viejo. Todo lo que sé de política lo aprendí de él. Mi viejo era zurdo. Era obrero de la carne y después tuvo su carnicería propia. Laburó hasta el cansancio, hasta matarse. Era un tano croto. Vivíamos en una casa muy humilde. Tuvo su carnicería propia en Laferrere y me dejó eso: la casa y el local. Tuve una hermana que murió unos meses antes que mi mamá, y con las otras dos hermanas no tengo buena relación: me abandonaron.
Quedé marcado por la muerte de mi papá. Tenía 88 años el día que murió y aunque pasaron tres años aún no lo pude superar. Tuve una infancia hasta los 12 años medio tristona porque me faltaba lo esencial, que gracias a Dios yo sí se lo puedo dar a mis hijos, que tienen más de 20 años y todavía los sigo mimando, malcriando, acariciando y besando.
Me casé en el 2006, pero estamos juntos desde el 96′. Cuando la conocía a ella, los chicos eran chicos y he sido padre y madre de los dos. Me hice cargo de ellos y nadie me obligó. Lo hice de corazón. Si yo me hago cargo de algo, lo hago de punta a punta. No te tiene que faltar nada, porque no te voy a traer a mi vida para verduguearte, para hacerte laburar, para no hacerte estudiar, para tenerte mal comido. Ellos tienen cada uno su piecita, su estufa, su televisión, su aire acondicionado.
Mi infancia fue dura por la pobreza. Cuando fui un pibe grande y tenía mas de veintipico de años, ya era colectivero. Mi viejo viajó conmigo y vos le veias la cara al tano, con una sonrisa de oreja a oreja: ¡mierda, mi hijo es colectivero! Era algo muy importante. Sin saber, ni él ni yo, que a la larga, pertenecer a una empresa tan importante como la 216 me iba a costar la vida por todo el daño físico que me ocasionó, típico del trabajo.
Me tira la sangre italiana, por el amor a mi viejo. Ahora tengo que guardar la compostura y tener una femeneidad que combine con lo que me pongo. Pero hasta los veintipico de años era terrible. Esa parte salvaje la heredé de mi papá. Mi vieja fue una mujer dura. Laburó cama adentro, por poca plata. Fuimos muy humildes hasta que mi papá pudo poner el local y ahí estuvimos mejor. Teníamos la casilla forradita, el piso de cemento y podíamos darnos gustos que antes no.
La primaria no la quería terminar, no quería seguir más. Después por presión de mis hermanas mayores que son abogadas, psicólogas, estudiosas, me obligaron a seguir, y llegué hasta tercer año del secundario, y no quise seguir. Pero desde chiquito mi papá me preguntaba: ‘¿qué vas a ser cuando seas grande?’. Yo respondía: ‘yo quiero ser colectivero’.
Mi papá me enseñó a manejar y al poco tiempo me regaló una bicicleta. Me la desarmó para que maneje la camioneta, porque la bicicleta ha sido una pasión de toda la vida. Aún lo sigue siendo. Ahora más que nunca, porque ya no quiero manejar más. Imginate que llevo 48 años manejando, toda mi vida. Tengo que reconocer que en otros tiempos donde no había tanto tránsito era hermoso para mi manejar. Yo me he llegado a ir a Entre Ríos sólo a los 13 años. Aprendí a manejar a los 12 años, en una Ford 60 motor 8 cilindros, Ford Global, no sé si la conocían, pero es un caño”.
Kuka habla pausado. Mientras cuenta su infancia vuelve al presente costantemente, recuerda anécdotas y casi siempre hace algún chiste sobre ella. Cuando le preguntamos en qué momento comenzó a aparecer Kuka, con su simpleza nos explicó, sin embrollos teóricos, cómo la identidad no es una peluca que se pone y se saca. Kuka no aparece de repente, Kuka estuvo siempre.
“Mi viejo siempre supo sobre mi. ¿Tienen hijos ustedes? Bueno, viste cuando vos sabés algo y te haces el boludo. Cuando el corazón manda… Manda.
De chico tuve mi piecita, que era una casilla aparte, porque mis hermanas no querían compartir nada conmigo. No querían que coma al lado de ellas. Cuando mis viejos no estaban comía afuera. Porque el que me permitía entrar a la casa era mi papá.
Mi mamá era dura conmigo. Teniendo 13 una vez me preguntó: ‘¿vos te estuviste depilando?’ Yo tenía un aspecto muy femenino a esa edad. Y empece a cambiar a los 18 años, a parecer hombrecito, porque la sociedad me exigía que trabaje como varón. ¿Quién me iba a dar trabajo a mi?
A los 13 años salía a las comparsas y como no tenía plata para comprar plumas, requechaba de gente amiga de las hermanas de amigos, zapatos de taco alto, algún lápiz de labio, para los ojos. En los basurales se encontraban muchos zapatos de mujer. Hoy no los encontrás. Yo frecuentaba lugares de Castelar, Ituzaingó, y en los basurales me encontraba zapatos casi nuevos. LLegué a tener 40 pares que los cuidaba y lustraba. Una vez entró mi vieja a la pieza y pensó que se iba a encontrar con un chiquero y no fue así.
Y vió todos los zapatos, y le expliqué que eran para la murga, que me disfrazaba. No lo tomó a mal.
Nunca me gustó tener secretos y menos secretos que no son delitos. Cuando quien es hoy mi pareja me conoció, la había abandonado el marido. La había dejado sola sin un mango con dos hijos chicos y yo me hice cargo al toque. Ella era clienta de mi papá, ahí la conocí. Y le conté la verdad sobre mi. Como les dije, no guardo secretos”.
ANRed: Si pudieras volver a nacer ¿quién elegirías ser?
“Si tuviera que nacer de vuelta, ¿que pregunta? No se puede volver a nacer, pero si existe la reencarnación yo quisera hacerlo en un cuerpo igual al que tengo y la vida que hice hacerla de nuevo. Me gusta mi parte femenina, ¡me encanta! pero tengo una partecita masculina que también me gusta. La casilla en la que viví durante mucho tiempo la armé yo a los 16 años. Es decir, sé hacer muchas cosas que si fuera una mujer no las podría hacer. Entonces gozo de mi parte de varón. Te puedo hacer una instalación eléctrica, puedo armar un motor. Tengo un Ford Taunus que lo compré desarmado y yo lo arreglé en el 98′. Una coupé roja y negra.
Mi aparición como Kuka en la empresa fue conflictiva, porque como mujer no me iban a dar trabajo nunca. Entonces me tuve que enfrascar en este trabajo, que aclaro, hasta lo 15 0 20 años de laburo me gustó. Después de esos años el tráfico se incrementó, la cantidad de gente que viaja, la presión de la empresa, la presión de la calle y me fui gastando. Llegué a mi límite, pero antes era lindo manejar. Yo viví del volante durante muchos años y siempre digo lo mismo: gracias a mi viejo, porque no sé qué hubiera sido sino no hubiese sabido manejar.
Les cuento una anécdota graciosa. Manejé en un ramal de Laferrere a Pompeya. Iba por la Ricchieri, que pasan muchos camiones, que agarran Perito Moreno y luego autopista. En una, cuando arranca el tránsito, yo le toco bocina al camión y lo cierro, y el chabón arranca y tiene que clavar los frenos. A un camionero lo peor que le podés hacer. No le toques el camión porque te mata. Lo veo que se baja, con un garrote. Yo cuando vi que el chabón me atravesó el camión, salgo del volante, agarro la cartera y me siento en el primer asiento, me cruzo de piernas. Sube el tipo con semejante garrote, barbudo, un lomazo y me pregunta: ‘¿y el chofer?’. Y le digo: “mire, agarró un revólver y bajó’. El tipo no entendía nada. Yo manejo así vestida el bondi, con vestido.
A partir del 2006 decidí no cambiarme más. Un día caí así como estoy ahora y el inspector de control me dice: ‘mire Pistone, no le puedo dar el servicio así’. ‘Yo le voy a explicar una cosa’, le dije, ‘usted es inspector de control y yo chofer. Usted tiene un trabajo medio duro, de ortiba, de buchón de la empresa, pero para mi es un compañero porque es un asalariado igual que yo. Le explico de qué se trata esto. Usted no me da el servicio a mi y me voy al INADI. ¿Sabe lo que es el INADI? Bueno, lo mando en cana y cuento que me discriminó, y no me dió el servicio por vestirme de mujer. Entonces, como la empresa no quiere problemas, se abre de gambas y al que lo van a mandar al frente es a usted. Tome la decisión que quiera, yo le aviso como es’. Y me dejó salir.
Nunca hice el cambio de identidad en el DNI, pero lo haré una vez que me jubile. Porque por ahora el chofer es Rogelio Pistone. Valeria Yanet, que es el nombre que me voy a poner, no la conoce nadie. Valeria por Valeria Lynch, que la amo. Me da miedo por el laburo cambiar el nombre, que al tener el femenino me digan: ‘a esta persona no la conocemos’. Según mi hija, me dice que no pueden hacerme eso, pero yo prefiero no jugármela.”
A Kuka le encanta hablar de su trabajo y de mecánica. Es fierrera y trajo su álbum de fotos para mostrar las réplicas de autos, trenes y aviones que hace en maquetas. Cuando le preguntamos su relación con la empresa, sus compañeros y los pasajeros, cuenta que es muy buena, pero siempre aclarando que se hace respetar.
“En la empresa me hacen chistes los compañeros, pero no me afecta. Nunca me importó. De hecho, me cargo yo mismo. Una vez escuché a Landrisina decir: ‘solo los grandes de alma y sanos de espíritu saben reirse de sí mismos’. Y eso me quedó grabado. Todos los días me saco fotos con mis compañeros y después las subo a Facebook y les pongo el bocadillo de humor. Ellos me lo piden: ‘¡Kuka subila al Facebook!’
Soy una persona que me pongo en la piel de todos. Yo cuando me subo al colectivo, ¡mirá! Sólo el empresario no me quiere, pero me quieren mis compañeros, me quieren los pasajeros, los mecánicos, los chapistas, los pintores, los electricistas, hasta los que barren el baño. Sólo los empresarios no me quieren, y eso no me importa, porque ellos no quieren a nadie.
Hay una cosa que me enternece mucho de la gente que viaja conmigo. Vos podes ser un ogro, pero te sentaste en el primer asiento, pusiste tu bolso sobre tus piernas, y yo vengo por autopista y la gente se duerme como un angelito. Eso quiere decir que estas confiando en mi. Te dormiste porque confiás en mi. Me llena de orgullo como profesional del volante que soy.”
Kuka es una anónima más, que habita en el conurbano. Que trabaja, sostiene económicamente una familia, que tiene sueños y deseos, pero con la peculiaridad de romper con la normatividad binaria, y con su sola presencia, sin más esfuerzo que su existir, nos ayuda a compreder la variabilidad de la diferencia, porque como dice Susy Shock: “que otrxs sean lo normal”.
Fuente: https://www.anred.org/?p=110026