La Facultad de Ciencias Médicas de Rosario homenajeó al Dr. Andrés Carrasco tras su fallecimiento y propuso el Día de la Ciencia Digna.
La ciencia no es neutral ni objetiva. La ciencia siempre tiene ideología y un sentido político. La ciencia puede aportar a la liberación o al sometimiento. La ciencia puede ser aliada de las corporaciones o estar al servicio del pueblo. Son algunas de las definiciones de la Declaración Latinoamericana por una Ciencia Digna, un espacio que reúne a medio centenar de científicos de cinco países, críticos al modelo transgénico y al extractivismo.
El borrador del escrito fue redactado por Andrés Carrasco, el embriólogo molecular que confirmó en 2009 los efectos devastadores del agroquímico glifosato y que falleció en mayo de 2014. Parte de su legado es la conformación de una red de académicos críticos al modelo de ciencia oficial que está al servicio de multinacionales.
La Facultad de Ciencias Médicas de Rosario, el 16 de junio de 2014, designó esa fecha como el Día de la Ciencia Digna, en homenaje a Andrés Carrasco por el día de su nacimiento, a conmemorarse todos los años.
En la oportunidad, Alicia Massarini, doctora en ciencias biológicas, investigadora del Conicet y compañera de Carrasco, leyó una carta. “Quiero destacar de Andrés su apego incondicional a los principios éticos que inspiraron su actividad como científico y al mismo tiempo como ciudadano, como ser político. Y en relación con ello una decisión crucial: elegir entre las normas de legitimación del saber científico que impone la academia y las normas éticas que deberían orientar la responsabilidad social de los científicos. Andrés optó sin dudarlo por su compromiso con la sociedad”.
Detalló que, por esa elección de vida, pasó a ser blanco de agresiones y aprietes de abogados y matones de las empresas pero, sobre todo, de una incesante campaña de desprestigio sin precedentes en la historia de la ciencia nacional, que no cesó ni cuando los resultados de sus investigaciones fueron publicados en una prestigiosa revista científica internacional. “Aunque nos llene de indignación este comportamiento de funcionarios, científicos y tecnócratas funcionales al modelo hegemónico, no debe asombrarnos. La desobediencia de Andrés desnudaba el lado oscuro y devastador de un modelo de producción agropecuaria basado en una tecno-ciencia instrumental, mercantil e irresponsable que se presentaba como virtuosa y progresiva”, denunció.
Reivindicó que el saber científico no es neutral y destacó que Carrasco mostraba que había dos maneras de hacer ciencia: una “pueblo céntrica” inspirada en las necesidades sociales más acuciantes y otra “empresa céntrica”, funcional a la lógica del sistema, proveedora de insumos tecno-científicos y de un discurso legitimador que se reclamaba como universal y objetivo. “Andrés interpeló la lógica de la comunidad científica”, afirmó.
Hizo especial hincapié en que Carrasco no ubicaba su investigación como una verdad absoluta, sino como una contribución que cobraba sentido junto a otros saberes, los de los pueblos que desde hace años padecen, resisten y saben que los agrotóxicos enferman y matan. “Andrés supo que esta era una lucha fundamental en Latinoamérica y no dudó en poner todo su empeño y energía en estrechar lazos, intercambiar experiencias y ofrecer todo su saber al servicio de las causas de los movimientos sociales”, detalló Massarini. Y aseguró que Carrasco reinstaló el debate iniciado en Latinoamérica por Oscar Varsavsky, Amílcar Herrera y Jorge Sábato respecto a la no neutralidad de la ciencia y que reclamaban la necesidad de apostar a un proyecto propio, acorde a las necesidades y prioridades de los pueblos.
Con un nudo en la garganta, Massarini leyó las últimas palabras: “Maestro, médico, científico, militante de la vida, compañero. Andrés, íntegro, único, indispensable. Andrés, siempre presente en nuestras luchas, siempre en nuestros sueños”.
Carlos Vicente, de la organización internacional GRAIN, presentó un escrito de Andrés Carrasco, puntapié para el lanzamiento de la Red de Científicos Comprometidos. Un texto largo, por momentos con explicaciones técnicas que detalla por qué los transgénicos han demostrado su fracaso y confirmado sus perjuicios a la salud y el ambiente. También, el texto contiene aportes que no se disfraza de falsa neutralidad ni sin ideología (como suele argumentar buena parte del establishment científico):
-“El modelo de agro-negocios y el control territorial: la apropiación por despojo de tierras y territorios debe ser vista en el marco de un diseño geopolítico extendido a lo largo y ancho de América Latina y que forma parte de un proyecto de dominación y control de la producción de alimentos mediante la diseminación legal e ilegal, de semillas genéticamente modificadas o transgénicas. Derogando así la soberanía alimentaria de nuestros pueblos”.
-“El modelo extractivista, es una pieza fundamental del modelo neocolonial de apropiación por despojo. Es imposible entenderlo sino a través de un fuerte protagonismo de una tecnología amañada y con fundamentos científicos frágiles en concepción”.
-“Existe una ciencia cada vez más dependiente de los poderes hegemónicos, violando el derecho a una ciencia autónoma para beneficio directo de la sociedad”.
-“Los cultivos transgénicos son vehículos diseñados no para alimentar al mundo, sino para la apropiación sistemática e instrumental de la naturaleza y, sin duda, un instrumento estratégico de control territorial, político y cultural, de una nueva etapa neocolonial”.
-“Los pueblos latinoamericanos tienen el derecho irrenunciable a desarrollar una ciencia transparente, autónoma y que sirva a sus intereses”.
-(Empresas y gobiernos) “Violan procesos biológicos con procedimientos rudimentarios, peligrosos y de consecuencias inciertas que mezclan material genético de las plantas con el de distintas especies (vegetales y animales)”.
-“El círculo se cierra al ocultar el condicionamiento y cooptación de instituciones como las universidades públicas y el sistema científico por las fuerzas económicas y políticas que operan en la sociedad. Logran así el mérito de ser la parte dominada de la hegemonía dominante”.
-“La manipulación genética es solo una tecnología y afirmamos que hoy no tiene una base científica sólida por lo que constituye un peligro para el equilibrio natural y la diversidad biológica y, por lo tanto, para el proceso evolutivo cuando ésta se aplica en la naturaleza”.
-“Hay grandes negocios y un enorme relato legitimador que los científicos honestos no podrán evitar interpelar, aunque las empresas transnacionales compren todas las editoriales de revistas científicas o bloqueen las publicaciones y voces que interpelan el sentido de la ciencia neoliberal-productivista. La ciencia, su sentido del para qué, para quién y hacia dónde, están en crisis y nosotros en la Patria Grande no podemos fingir demencia si queremos sobrevivir soberanamente”.
-“Ante el peligro de esta embestida neocolonial es urgente el debate sobre la autonomía en los países periféricos ante la prepotencia de las corporaciones y sus gobiernos en América Latina”.
El texto, escrito por Andrés Carrasco semanas antes de su fallecimiento, esboza conclusiones que también son llamados a la acción: “La activación del principio precautorio ambiental, biológico y alimentario debe ser inmediata. Debido a la debilidad y la falacia de los argumentos de los defensores (de los transgénicos), es urgente la prohibición absoluta de todo organismo genéticamente modificado (OGM) en el territorio latinoamericano” y, por otro lado, remarca la “necesidad urgente de establecer una red de científicos con concepciones respetuosas de la complejidad y con capacidad de interpelar a las empresas y las comunidades científicas que sostienen y promueven los OGM”.
El sueño de Andrés Carrasco, la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad de América Latina, comenzaba a andar. A los pocos días, ya había más de 50 reconocidos y respetados académicos de Argentina, México, Ecuador, Costa Rica y Brasil.
Reproducimos la última entrevista que le hiciéramos en “Metrópolis”, que se emite por FM La Boca (90.1) de Buenos Aires los martes de 21:00 a 22:00, del cual fuera columnista
Las estrategias tecnológicas que prometían las grandes empresas semilleras han fracasado
Mario Hernandez (MH): Estamos escuchando a María José Cantilo interpretando “Depredadores”, tema con el cual recibimos al Dr. Andrés Carrasco con quien la última vez que nos comunicamos recién comenzaba la lucha de Malvinas Argentinas, el bloqueo a la planta de Monsanto, que hasta ese momento no había tenido mucha repercusión pero luego tomó una trascendencia muy importante.
Quisiera que nos aclarara algunas cuestiones científicas. Estuve viendo que en esta planta que intenta instalar Monsanto quieren producir una semilla de maíz llamada “Intacta”, aprobada por el gobierno, que es una semilla MON89034, una versión mejorada del MON810 que sintetiza tres venenos diferentes para matar orugas, mariposas y vaquitas de San Antonio.
Andrés Carrasco (AC): Tiene tres insecticidas más un herbicida.
MH: Resistente al glifosato y al glufosinato.
AC: Tiene cinco modificaciones genéticas.
MH: Quisiera que me explicara en qué consiste esta semilla.
AC: Es la nueva generación de semillas. Uno debería advertir a la audiencia que las grandes empresas semilleras cuando salieron al mercado hace 15 o 20 años con este tipo de tecnología, este tipo de estrategia tecnológica para producir insecticidas dentro de las semillas o porotos, decían que esa estrategia iba a ser superada por otras y que en los próximos 10 o 15 años a más tardar, no iban a utilizar ningún tipo de químicos.
Está visto que esas estrategias que prometían producir alimentos en forma intensiva, con monocultivo, no fueron exitosas. Entonces, lo que Ud. tiene hoy es una profundización de aquella vieja estrategia de usar químicos o sustancias tóxicas en el campo. A mi modo de ver, implica un fracaso de las estrategias empresariales que pensaron que eso lo iban a poder superar y cuando el ruido se hiciera muy, muy grande iban a salir con una novedad que iba a calmar los ánimos, pero no han sido exitosos. Por eso, Ud. ve que hoy en vez de tener un gen contra insectos tiene tres. Uno no le alcanza. Tampoco le alcanza con el glifosato solo, por lo tanto, tiene que agregar glufosinato. Seguramente en el futuro aparecerá el glifosato combinado con el LicanB o con 4D, lo cual nos dice de la profundización de la estrategia tecnológica de usos químicos para producir semillas.
Aprovecho para aclararle que las semillas no se producen en la planta de Córdoba sino en San Luis o alguna otra región más al suroeste. La planta de Monsanto, que parece está parada, que no va a ser fácil seguir construyéndola aunque la empresa haya dicho que van a hacer otro informe ambiental, porque el primero fue rechazado, ahí van a procesar y manipular la semilla, la van a tratar, van a usar otros químicos.
MH: Podríamos decir que la van a “curar”.
AC: Así es, le pondrán nuevos químicos y la van a embolsar para venderla.
MH: ¿La van a curar con insecticidas?
AC: Algunos plaguicidas y hongofungicidas tienen que usar porque si no una semilla puede ser atacada por algún bicho.
MH: Leí, aunque confieso que soy bastante ignorante sobre el tema, que van a curarlas con dos insecticidas de Bayer: Pancho y Gaucho.
AC: Puede ser, no sé los detalles.
MH: Se trata de dos agrotóxicos prohibidos en Europa y se van a utilizar 108.000 litros de Pancho.
AC: Es muy probable.
Lo importante es que la planta de Monsanto en Malvinas Argentinas está congelada[1]
MH: ¿Qué significan estas cifras?
AC: Que todavía siguen dependiendo de agregar nuevos químicos para mantener el modelo productivo y que evidentemente a futuro eso no va a disminuir o ser sustituido por otra cosa, por lo tanto, para cultivar esas semillas van a usar más químicos o más modificaciones genéticas cuando tengan que procesarlas en los 160 silos que hay, porque son semillas para 3.500.000 de hectáreas, es una producción formidable.
Pero lo importante es que la planta está congelada, no han podido avanzar, lo cual supone otra reflexión porque el problema ahora lo tiene Monsanto. Ellos necesitan esa planta para su negocio.
MH: Tengo entendido que iba a ser la mayor planta de Monsanto en el mundo.
AC: Ellos necesitan procesar semillas para fraccionar y vender a los agricultores argentinos y de otras partes del continente, para lo cual necesitan una planta de ese tamaño. Si la gente se resiste y no la pueden construir tienen un problema de estrategia empresarial. ¿Dónde la van a hacer? Estarán pensando en irse a otro país, no sé, tampoco importa demasiado, importa que no pudieron progresar en base a la resistencia de las Madres de Ituzaingó y de Malvinas Argentinas.
MH: Quiero volver sobre la cifra de 108.000 litros de Pancho y 112.000 litros de otro insecticida que se llama Nativo. ¿Qué hacen con los desechos líquidos?
AC: Eso nunca lo aclararon. En un Impacto Ambiental tienen que decir qué hacen con los desechos después de usar esas sustancias y no es fácil trajinar con ellos, cuesta caro y seguramente pensaron que podrían engatusar fácilmente a la gente pero ésta se plantó. No conozco los procedimientos pero sé que no es fácil.
Por alguna razón el Impacto Ambiental que presentaron muestra su impunidad, su desprecio por la gente, porque seguramente hicieron una cosa que no sirve para nada, pero también su omnipotencia, su soberbia, porque dijeron los arreglamos con esto, pero no pudieron. La Secretaría de Medio Ambiente de Córdoba lo rechazó. Ahora tendrán que hacer otro, pero es más difícil porque van a tener que hacerlo en serio, a menos que tengan fuerza para cambiar leyes provinciales que los eximan de los requerimientos de las normativas actuales.
El sistema de evaluación es una trampa que el Conicet sabe jugar muy bien
MH: Cuándo un científico denuncia este tipo de situaciones, ¿qué pasa?
AC: Uno se liga palos por todos lados. En general los productores, asociaciones como la Asociación Argentina de Productores de Siembra Directa (Aapresid), con Gastón Fernández Palma a la cabeza, quien dice que es médico, gente como Trucco, que son importantes jugadores en este negocio, Huergo de Clarín se enojan y usan toda la munición que tienen. La principal es la descalificación y el ninguneo. Como tienen muchos medios en general lo hacen en ausencia y no hay debate, es sumamente arbitraria.
En definitiva los empresarios están defendiendo sus intereses económicos y tienen enredados, empastados en el sometimiento a ese modelo a científicos. No solo científicos sueltos sino, en la misma dirección y con mayor grado de gravedad, pedazos grandes del INTA, de las Universidades de Santa Fe y Rosario y del Conicet, que es un fiel subordinado y obsecuente jugador a favor de darle la razón a estos intereses, por lo tanto, no quiere tener científicos que estén diciendo cosas que no le cierran con sus alineamientos.
Hay distintas formas de tirarles munición, pero el Conicet tiene una muy pesada que tiene que ver con lo laboral porque uno es miembro de la carrera de investigador y cumple con una serie de requisitos, es evaluado periódicamente, le pagan un sueldo para compensar esa dedicación, radicado en el sistema de evaluaciones ya sea por promociones, becarios, subsidios, etc., que les permite ejercer discriminaciones sin ningún empacho. Por ejemplo, le pueden poner a uno que está en contra de los transgénicos y viene hablando hace años y tiene cosas hechas al respecto, como evaluador a alguien que trabaja con transgénicos y los desarrolla y que públicamente se ha expresado en un polo diferente. Eso no debería existir en el sistema de evaluación. Es una trampa que el Conicet sabe jugar muy bien.
En el proceso de evaluar a una persona ya sea para darle un becario, un subsidio, promoverlo, es donde ellos juegan y emiten dictámenes y decisiones que pretenden ser disciplinadoras. Negando un becario, una promoción, más allá de los méritos que uno tenga, ellos juegan con ese sistema de evaluación, no al servicio de la ciencia sino del juego político de la institución.
Hay muchos científicos que trabajan con Huergo, Trucco, etc. y tienen organizaciones, fundaciones y plata como, por ejemplo, la de Grobocopatel, aunque por detrás también deben estar las transnacionales. Hay una imbricación profunda en los lugares de investigación como en Santa Fe y Rosario donde a los institutos privados no se los puede separar de los oficiales porque están involucrados científicos del Conicet, no vaya a creer que contra su voluntad. Si miramos la totalidad de la masa de investigadores en el país, los que están en este juego es una pequeña porción, pero son muy poderosos porque en general son prestigiosos y sino el mismo Conicet les construye el prestigio año a año para que su palabra sea legitimadora.
Hay todo un mecanismo que la industria transnacional y los productores argentinos han explorado con picardía y ellos necesitan para seguir adelante con estos negocios y modelos productivos que científicos supuestamente no sospechados de estar mezclados con ningún interés, los legitimen a través de su expresión pública. Hay unos cuantos y cada vez va a haber más porque el proceso de legitimación también está desafiado por el discurso contrario, entonces ahí se va a establecer un debate que va a durar un tiempo hasta que alguno encuentre la manera de saldarlo. No es difícil hacerlo, el problema es que ellos no debaten, enuncian y dicen ‘el que no está con los transgénicos está entorpeciendo la ciencia’ y eso es una barbaridad, pero como hay mucho cholulismo en los sectores medios argentinos, las palabras de algunas personas están sobrevaluadas, se hacen sentir.
También es un espacio de ida y vuelta. Uno prevé que en el futuro las instituciones tendrán que dar mayor grado de precisión acerca de qué están apoyando, qué es lo que están facilitando, qué están subvencionando. Yo creo que tarde o temprano esto se termina, tardará más o menos, pero se termina, porque es una construcción muy virtual.
Hoy, uno ya está convencido que la tecnología transgénica, más allá de los efectos tóxicos de los agroquímicos, es una tecnología sumamente rudimentaria, que tiene muchos problemas de sustentabilidad biológica, desafíos por solucionar y que no lo van a poder hacer porque no tienen en cuenta determinadas y más modernas hipótesis de cómo funcionan los organismos vivos. Entonces, es una tecnología, no es ciencia.
Si un científico que trabaja en el laboratorio y hace demostraciones científicas dice a un diario que criticar a los transgénicos es una actitud anticientífica está negándose a sí mismo porque uno podría esperar ese tipo de afirmaciones de alguien que no sepa. Es un juego que tiene un alto contenido político.
MH: Se me terminó el programa pero me quedé con algunas preguntas y Ud. con algunas respuestas cuando estaba por hablar del componente político, por eso lo invito a continuar esta charla el martes que viene.
AC: No hay problema.
Creo que nunca nos terminamos de ir del neoliberalismo de los 90
Mario Hernandez (MH): Una cortina musical un poco más prolongada de lo habitual porque estábamos tratando de comunicarnos con el Dr. Andrés Carrasco para completar la entrevista del martes pasado porque no nos alcanzó el tiempo y al Dr. Carrasco le quedaron pendientes respuestas y a mí preguntas. Cuando cortamos la comunicación la semana anterior se iba a referir a cómo la política influye sobre la investigación científica. Por mi parte, como ya se lo he comentado, me estoy desasnando en una temática sobre la que conozco bastante poco, aunque la difusión de estos temas me ha valido recibir el premio “Lanín de Oro” a Mejor Programa Ecológico por “Fe de erratas” en 2012 que se emite en FM La Boca (90.1) los miércoles de 9:00 a 10:00.
Días pasados, recordando lo que comentaba en nuestra charla anterior, el martes 15, el filósofo Santiago Kovadloff aduló sin eufemismos la gestión del ministro de Ciencia y Técnica, Lino Barañao, en el programa televisivo de Alfredo Leuco “Le doy la palabra”. Yo comenté, confieso que con cierta brutalidad, que Barañao sostiene que se puede tomar un vaso de Round Up y no pasa nada. Con esta introducción podríamos continuar desarrollando los aspectos políticos que influyen en la investigación científica.
Andrés Carrasco (AC): Así es, podríamos empezar por el ejemplo que usted trae. Leuco es un periodista no-oficialista, más bien todo lo contrario, un crítico y Kovadloff, quien escribe para el empresariado, también. Tiene textos muy neoliberales. Días atrás se dio a conocer una declaración de un grupo empresarial que pide volver al neoliberalismo de los 90. Aunque yo creo que nunca nos fuimos, hay grupos empresarios que desean que la política gubernamental sea mucho más transparente. Le están pidiendo al gobierno que profundice sus rasgos neoliberales y los haga claros.
En ese contexto aparece el elogio de Kovadloff a Lino Barañao que puede estar en un gobierno supuestamente progresista como el actual[2] pero también en otro neoliberal extremo. Esto sirve para reflexionar, ¿será que esta política es realmente progresista? ¿La política de Ciencia y Técnica (CyT) es progresista? Yo empezaría por ponerlo en duda, primero por el ejemplo que usted me sirve en bandeja y después podríamos empezar a analizar aspectos de su política y ver cómo el Ministerio de CyT acordona todas sus instituciones y las pone para que sirvan de soporte al sector privado, en particular al agronegocio, la megaminería contaminante y eventuales negocios que siempre traen dudas porque, en general, mediante la transferencia de tecnología ponen a los investigadores en situación de generar conocimiento para las grandes transnacionales.
Se lo digo claramente, de hecho el último anuncio que se hizo ayer de otorgar una exención impositiva a los biodiesel o el de Mar Azul que involucra a la industria pesquera. Como ya terminaron la política de instalar el modelo extractivista en la tierra, ahora van a estudiar el Mar Argentino. Esto no se hace para favorecer a la nación sino a los grandes negocios. Le pueden poner el color que quieran, pero cuando una política como la tecnológica está atada a los intereses de las grandes empresas debería ser puesta en debate.
Argentina no ha sabido nacionalizar el financiamiento científico
Hay otros aspectos que anuda el Ministerio de CyT que son menos públicos, por ejemplo, que no se haya desembarazado de los préstamos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para sostener la investigación en Argentina. Todos nosotros estamos atados a conseguir financiamiento que viene del BID para poder seguir manteniendo la infraestructura en equipos. Argentina no ha sabido nacionalizar el financiamiento científico. O los procesos de asociar nuestra ciencia a monstruos como Alemania a través del Instituto Max Planck o cosas más grandes como el Laboratorio de Biología Molecular. Son proyectos de asociación, intercambio, formación de recursos humanos que también tienen aspectos políticos que habría que discutir porque pueden crear una especie de abrazadera a la decisión política argentina acerca de cómo conducir sus decisiones políticas, qué tipo de proyectos y a quién van dirigidos.
Cuando el estado nacional anunció con bombos y platillos en el 2007 que iba a hacer una sociedad con el Max Planck, edificio de por medio que, por supuesto, lo pagamos todos nosotros, significaba atarnos a las políticas del Max Planck que no solo es un instituto de investigación, sino aplicada a la industria. Ellos están orgullosos en Alemania, nació para eso, además a los alemanes les viene bien pero, ¿por qué tenemos que trabajar nosotros para la industria alemana? Me consta que fue hecho para patentar, para transferir tecnología.
MH: Quisiera profundizar esto porque se habla mucho de las empresas, por ejemplo, lo hicimos en nuestra charla anterior sobre Monsanto, pero resulta que han aparecido en distintos Parlamentos de América del Sur en 2012, 2013, una cantidad de proyectos de Leyes de Semilla, todos muy parecidos. ¿Tiene algo que ver con esto el Ministerio de Agricultura de EE UU?
AC: Yo empezaría por casa. ¿Por qué el Ministerio de Agricultura argentino promueve esa tendencia? Lo mismo pasa en Ecuador, en Brasil, en México, todas las leyes de semillas conducen a formar un marco normativo legal que favorece y cuida los intereses de las empresas, no solo de ganar dinero, vendiendo y cobrando regalías, sino de apropiarse de las semillas, es decir, ellos son los propietarios de las semillas y nosotros usamos las que ellos nos venden. Estamos atados a eso porque en realidad lo que hacen es proteger la propiedad de las empresas que desarrollan esas semillas. Habría que poner en debate si eso conduce a la soberanía o a un grado de dependencia. Lo llamativo, que usted marca muy bien, es que muchos países latinoamericanos tengan proyectos de ley, en algunos casos peores que el argentino, en la misma dirección: instalar las semillas transgénicas como insumo para la producción de alimentos para exportar alimentos-mercancía y asegurar la propiedad de esas semillas, que no haya disputas.
En Argentina hay una situación muy particular porque las patentes no corren en las semillas, por lo menos por ahora. El gobierno le prometió a Monsanto sacar una ley que se parezca a las otras que dice usted.
Yo no puedo dejar de pensar que en realidad los que están conduciendo este tipo de actividades productivas no son los ministerios de Agricultura sino los intereses de las grandes empresas. Obviamente, la Secretaría de Agricultura de EE UU con sus organismos de control, participa de todo esto puesto que Monsanto y otras empresas son americanas. No sería una sorpresa que sus intereses sean defendidos en cada país por los embajadores estadounidenses. De esto hay una larga historia en América Latina.
Eso no me llama la atención, el asunto es preguntarse por qué los ministerios de Agricultura de nuestros países son obedientes a los intereses de las empresas aunque les impongan a los productores que van a usar semillas por las cuales van a tener que pagar patentes y no las van a poder utilizar de un año para el otro, el uso propio como lo llaman en el campo, si no pagan esas regalías que las empresas les van a cobrar al productor aunque no les compre las semillas y las produzca él para usarlas en la cosecha siguiente.
Además, aparece la figura de la patente que hasta ahora no se había aplicado. Sería como si alguien recibe a un hambriento y le regala la comida uno, dos, tres, cuatro días al mes y después se la empieza a cobrar. Nos acostumbramos durante 20 años a usar semillas que les permitieron entrar también en Bolivia, Paraguay, Brasil, Uruguay, pero las próximas deberían tener ese nuevo marco. Deberíamos discutir si eso conduce a mayor soberanía o a mayor dependencia.
Esta batalla nunca tiene fin
MH: Otro de los temas políticos fue cuando hacía referencia a la lucha que se libró en Córdoba contra Monsanto y allí ahora hay en debate una nueva Ley de Ambiente.
AC: Esa es la carta que debe haber sacado Monsanto a las autoridades para modificar la ley actual y poder instalarse. Evidentemente, con la ley bastante deficiente que tienen hoy día no es suficiente para que Monsanto pueda instalarse en Córdoba. Esa es una técnica que viene de los 90: desarmar los marcos normativos que impiden o ponen corralitos a las grandes empresas. Esa ha sido la tarea del neoliberalismo en los 90 para que suceda la presión de las grandes empresas extractivistas como pasa hoy en América Latina, tanto con el petróleo como minerales de todo tipo, alimentos, etc. Cuando Menem destruía la Junta Nacional de Granos tenía un objetivo. Si hoy la tuviéramos funcionando como en aquel momento tendríamos herramientas desde el Estado que harían difícil el desbloqueo. Hoy hablaba con un especialista que reconocía que habría que crear una Junta de Granos, pero no es fácil hacerlo en medio de un estado de conflicto. Estas construcciones necesitan un apoyo político muy serio para que el rebote de una medida así no le haga un agujero debajo de la línea de flotación del propio barco. Cuando se fundó la Junta Nacional de Granos en la época del primer peronismo había mayor acumulación política en el gobierno. No obstante, parecería ser que ahora es el momento para recuperar esa institución que fue desmontada.
Como no es suficiente tienen que ir agregando otras medidas de desmonte de instituciones regulatorias. Ahora hay que cambiar la Ley de Semilla que es mala pero suficientemente restrictiva como para que a las empresas no les convenga, necesitan una más flexible.
Esto también nos enseña otra cosa: esta batalla nunca tiene fin porque hoy van a querer cambiar la ley en algunos aspectos y si lo logran dentro de algunos años, por alguna situación nueva, esa misma ley les va a dificultar un nuevo desarrollo productivo y van a pretender cambiarla nuevamente y la van a escribir ellos para que nadie les meta una coma de más.
Eso es pérdida de autonomía porque siguen desmontando y, cuando doblegan a las instituciones para que hagan determinadas cosas, también están haciendo lo mismo. Cuando hablábamos de los investigadores vinculados a estos desarrollos tecnológicos crean un estado de condicionamiento. ¿Cómo se vuelve de eso? Es como desmontar una ley, porque si uno metió una quinta columna de un sistema de producción científica, después cómo la saca y además con esta noticia que la oposición, que supuestamente quiere ganar las elecciones en 2015, está alabando a Lino Barañao[3], lo cual es una pésima noticia, porque quiere decir que está haciendo “bien” las cosas y se juega a perdurar, lo cual va a ser catastrófico porque si ahora es malo, en manos de esta otra tendencia se va a desatar. Hay que recordar que el ministro es un hombre de izquierda y progresista. Así lo declaró toda su vida, que viene de la izquierda socialista. Parece un chiste de mal gusto.
MH: Lo entendimos perfectamente. Le agradezco mucho haber podido completar la entrevista del martes pasado.
AC: Cuando quiera o necesite acá me encuentra. Un abrazo.
[1] En 2012, Monsanto anunció la construcción de la mayor planta de semillas de maíz transgénico de América Latina, que iba a funcionar en Malvinas Argentinas. Sin embargo, la resistencia de la comunidad, liderada por la Asamblea de Vecinos Malvinas Lucha por la Vida, logró frenar este proyecto.
[2] Se refiere al segundo mandato de Cristina Kirchner (2011-15).
[3] Fue Ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación Argentina entre 2007 y 2018, en las dos administraciones de Cristina Kirchner y en la de Mauricio Macri.