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Desde un inicio, era más que esperable que el gobierno de Alberto Fernández sea un gobierno de ajuste. La burguesía exigía mejores niveles de ganancia para invertir, y el Estado capitalista requería duros recortes para ser sostenible en el tiempo. Dicho esto, también era esperable que el nuevo kirchnerismo gestione la miseria como una olla a presión, intentando conciliar un ajuste real en las condiciones de vida de la clase trabajadora con un discurso progresista.
La aparición de la pandemia ayudó parcialmente a lavar las culpas del gobierno en el ajuste, al tiempo que también obstaculizó la implementación del mismo, dados los nuevos requerimientos de recursos que traía consigo el inesperado coronavirus.
En este marco, desde principios de 2020 el Albertismo viene avanzando lenta pero constantemente en un durísimo ajuste sobre la clase trabajadora. . En tanto que cada vez cuesta más conseguir trabajo, entre abril de 2020 y marzo de este año, el total de trabajadores formales se contrajo un 0,8% (-74,5 mil personas). Los datos del Ministerio de Trabajo muestran que esta caída se compone de retrocesos del 1,5% en el sector privado (-92,7 mil) y del 5,4% en el trabajo en casas particulares (-26,7 mil), mientras que el sector público se sumaron casi 45 mil trabajadores en ese período (1,4%); los salarios caen en picada, según datos oficiales del INDEC estos perdieron en 2020 (-2,3%) con respecto a la inflación y la pobreza aumenta de manera sostenible, el índice de pobreza llegó al 42% al término del segundo semestre del 2020, 6,5 % encima del 35,5% de igual período de 2019..
Frente a esto, los laburantes presentan un importante descontento, el cual desgraciadamente no siempre se expresa plenamente. En tanto que el sector de trabajadores desocupados es el más golpeado por la crisis, los movimientos piqueteros son la fracción más movilizada de la clase trabajadora. No obstante, una importante porción de los mismos abandonó la lucha y se transformó en gestor del ajuste al formar parte de este gobierno. Por el lado de la fracción ocupada de la clase trabajadora, ante la caída salarial y los abundantes despidos, se observan un número importante de conflictos, pero se desarrollan de forma aislada, sin una coordinación.
A la par de este proceso, el gobierno apuesta casi todas sus fichas a que el plan de vacunación surta efecto antes de las elecciones. Asimismo, el mismo gobierno desanda parte del ajuste del primer trimestre del año e intenta incrementar coyunturalmente los ingresos de la población, habilitando una nueva ronda de paritarias, lanzando planes de consumo en cuotas, y prometiendo algunos bonos extraordinarios para jubilaciones y planes sociales, con la finalidad de generar la ilusión de que estamos mal, pero vamos bien.
No obstante, se van acumulando desequilibrios económicos que el gobierno elegantemente patea para fin de año. En tanto que refinancia los pagos de la deuda externa, intenta sostener fijo el valor del dólar para frenar la inflación, postergando así una inevitable devaluación que pacientemente nos espera una vez terminadas las elecciones
De esta forma, el nuevo Kirchnerismo maneja una olla a presión. El gobierno que comenzó con políticas de restricción a la circulación, compra de insumos para el sector salud y programas como el IFE y ATP luego avanzó
en aperturas cada vez mayores y eliminó esta inyección -aunque muy insuficiente- de dinero. El sistema se robusteció pero no dio respuesta a problemas estructurales como los sueldos y las condiciones laborales del personal en gran parte de nuestro país. Con el correr de los meses, frente al aumento de inflación y pérdida de puestos de trabajo, la respuesta no fue continuar con el cuidado de la salud sino que se trató de volver a “la
normalidad”. Hoy contamos más de 100 mil muertes. Todo esto no implica que ambos gobiernos -kirchnerismo y
macrismo- “son lo mismo”, pero si se evidencia que expresan una clara continuidad en la sucesiva pauperización de las condiciones de vida de la clase trabajadora.
En un escenario como este, como laburantes debemos apuntar a unificar las luchas, tanto de los trabajadores ocupados como desocupados, entendiendo que la mejor defensa siempre es un buen ataque, no dejarnos engañar por el placebo de las elecciones de medio término que se avecinan ya que en estas no se resolverá ninguno de nuestros problemas. Como clase debemos pasar a la ofensiva, luchar por las reivindicaciones más urgentes y apostar a la coordinación.
Por Equipo de El Roble.