La hora de los carroñeros
Por Ernesto - Tuesday, Jan. 11, 2005 at 3:11 PM

Una cosa es conmoverse y luchar para terminar con el desamparo y la injusticia. Otra, muy distinta, es lucrar con la sangre para obtener réditos políticos.

Harto, literalmente asqueado hasta la náusea por la impunidad indecente con que una cantidad de dirigentes y opinadores corren a sacar provecho de la sangre ajena. Espantoso destino el de los muertos de Cromañón: fueron sacrificados a la sed de ganancias de un empresario amoral que explotaba su urgencia por “vivir la vida” y ahora se ensañan sobre sus restos los inútiles e incapaces que, a fuerza de comprobar que los vivos nunca les dan pelota, aprovechan cuanta muerte se produce para colocarle su propia estampilla, por lo general con la foto del Che. Hablo de los que al mirarse en el espejo ven La Izquierda Revolucionaria. No digo que todos, pero sí algunos, demasiados, al menos los más capaces de hacerse notar. Ahora resulta que los rockeros de Cromañón leían a Gramsci y a Lenin, y cayeron víctimas de una conspiración urdida por Ibarra, Kirchner, Bush y el FMI. ¿No hay ningún límite al uso irresponsable de la lengua? ¿Ni siquiera el repudio o el ridículo? ¿Por qué nadie les dice que se callen aunque sea un rato, que tengan un mínimo de respeto al sufrimiento de los demás (o, en algún caso, al sufrimiento propio), que se dejen de seguir hundiendo en el descrédito a alguna de las más nobles ideas de la humanidad, de las que se dicen titulares? ¿No son tan inescrupulosos, al fin y al cabo, como Chabán, que también se ponía la camiseta de heraldo de la insumición de los jóvenes? Si los medios convierten en mercancía el horror y el sufrimiento –lo que no tiene por qué extrañarnos, para eso están–, la imbecilidad zurda olfatea como perro hambiento el horror y el sufrimiento para politizarlos. Lo que no estaría mal si “politizar” fuera orientar las acciones y los pensamientos en función del bien común, de una vida mejor para todos (y sobre todo de los que están peor), pero acá se trata de otra cosa, mucho más miserable: conseguir más poder para sí mismos o para su organización, ganar visibilidad, alimentar su insaciable necesidad de creerse protagonistas. Por eso pueden reaccionar tan rápido ante cualquier desgracia, sin ponerse a pensar qué habrá ocurrido o qué podría hacerse, porque las respuestas ya las tenían desde antes, desde siempre, y porque lo que les importa es no dejar ninguna oportunidad sin aprovechar, no el dolor de las personas concretas ni sus necesidades. Ahora se excitan ante el supuesto renacimiento del “que se vayan todos”, del mismo modo en que, durante el 2002, autoconvencidos de que estábamos ante una situación revolucionaria, descuartizaron el movimiento piquetero y llevaron al borde de la desaparición a las asambleas barriales. La filosofía popular lo sabe bien: suele hacer mucho más daño un inútil que un malvado.

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