Nuestra América ha ingresado a la tercera década del siglo XXI golpeada por una crisis que combina y potencia las dimensiones sanitaria, económica, social y ambiental. Se encuentra en un nuevo ciclo electoral sin tener definido como insertarse en el damero complejo dominado por las grandes potencias.
El nuevo orden internacional que domina la actual transición se va estructurando en torno al G-2 (EEUU/China). Sin embargo esta bipolaridad no sería sinónimo de polarización, como lo fue con la gobernanza que se construyó a la salida de la Segunda Guerra Mundial (bloque capitalista/bloque socialista). Por un lado porque la relación entre las dos potencias es de interdependencia (confrontación/colaboración) y por el otro porque como dice en un reciente artículo el Prof. Roberto Russel “… probablemente sea un sistema sin divisiones ni bloques en el que la gran mayoría de los estados procurará buscar formas diversas de no polarizarse”. No hay todavía condiciones para sustituir la hegemonía de un imperio en declinación.
En este contexto global América latina se muestra carente de un proyecto común con cierta homogeneidad que le permita, por ejemplo, negociar de conjunto la provisión de vacunas o el endeudamiento creciente de nuestros países, aprovechando el momento de la transición inconclusa para insertarse con intereses propios en un tablero internacional en plena reestructruación.
Sin proyecto
Si en las primeras dos décadas de este siglo proliferaban los discursos promoviendo la integración, si se crearon organismos supra nacionales como UNASUR, la CELAC o el ALBA-CTP -que por primera vez excluían la participación de EEUU y Canadá- si hubo proyectos como el Banco del Sur, Petrosur o la moneda única, hoy no hay nada de eso. Incluso el Mercosur está amenazado por la posición de Brasil, Uruguay y Paraguay de flexibilizarlo y permitir acuerdos bilaterales por países. El Grupo Puebla no llena este vacío, mientras que la Alianza por el Pacífico y el Grupo Lima (ambos de corte neoliberal sostenidos por EEUU) están totalmente desdibujados. Si algo faltara, favorecido por la demanda internacional, el extractivismo primarizador ha avanzado en la región mientras se ha devaluado la perspectiva industrialista.
Doble dependencia
Así la región ha perdido peso internacional, está dividida y fragmentada, sometida a la presión de una doble dependencia:
- de EEUU, porque no ha cambiado su status, en su declinación el imperio necesita recostarse en su histórico “patio trasero”. La designación en el BID de un funcionario norteamericano, rompiendo así una larga tradición, que el puesto lo ocupaba un latinoamericano (hay que computar que ayudó la ausencia de una candidatura unificada de nuestros países) y las recientes “visitas” de Juan González, el representante de la nueva administración norteamericana para la región y del almirante Craig S. Fuller, jefe del Comando Sur, son prueba de ello. El giro rooselveteano de Joe Biden en su discurso de los 100 días no parece contener cambios hacia la región.
- de China, porque no es solo el principal mercado para nuestros productos primarios sino también porque la República Popular es fuente de acumulación de capitales y proveedora de financiamiento. La penetración de China en nuestra región es por medio de las relaciones comerciales, el financiamiento de obras de infraestructura (la incorporación de cada vez más países al proyecto de la nueva Ruta de la Seda) y, pandemia mediante, por su superioridad demostrada frente a EEUU en controlar la pandemia y por la potencia de su industria sanitaria y farmacológica.
Ciclo electoral
En este marco la región ha ingresado en un nuevo ciclo electoral. Los primeros resultados en México, triunfo del centroizquierda; de Argentina, retorno del peronismo con fuerte presencia del kirchnerismo; Bolivia, con la recuperación del Movimiento al Socialismo, basado en grandes movilizaciones contra el gobierno de los golpistas; el triunfo de insurrecciones populares en Chile que impusieron el llamado a una Asamblea Constituyente y la primera vuelta en Ecuador que abrió la posibilidad de un triunfo del correísmo parecían marcar una tendencia de derrota de las derechas y de recuperación de los llamados gobiernos progresistas. Sin embargo el retorno de la derecha en Uruguay, el impensado triunfo de un banquero profundamente conservador expresión del neoliberalismo oligárquico en la segunda vuelta de Ecuador (posibilitado por múltiples factores, aunque sin duda el llamado al voto nulo por un amplio abanico de organizaciones con eje en el movimiento indigenista jugó un papel importante); la derrota en las parlamentarias bolivianas y el triunfo de un maestro izquierdista en primera vuelta en Perú (encuestas lo dan como seguro ganador del balotaje) muestran el carácter contradictorio de este ciclo electoral, que contiene para este año elecciones legislativas en México y Argentina. En un cuadro regional complicado sobresale la restitución de los derechos civiles y políticos a Lula y su posible candidatura en Brasil, que contrasta con las masivas movilizaciones en apoyo a Bolsonaro. Una región que está en disputa y que ve erguida en su dignidad y referente ineludible a Cuba y, con claroscuros, también a Venezuela.
Disputa indefinida
Puede decirse que las derrotas de las derechas no necesariamente implican el fin de las políticas neoliberales y que los nuevos gobiernos de corte progresista que acceden al poder político están más centrados en gestionar la crisis que en impulsar reestructuraciones profundas. No en vano son ahora calificados como “moderados” o de “baja intensidad”.
A riesgo de caer en un burda simplificación intentamos sintetizar el cuadro regional: domina la heterogeneidad, las tendencias progresistas han perdido empuje, las derechas reaccionarias no logran consolidarse y las alternativas de transformación radical no alcanzan todavía entidad suficiente para hacerse visibles y creíbles en su disputa por el poder político.
Es la acción conjunta de sus trabajadores y clases populares, como fue el ciclo de luchas en 2019 (Bolivia, Chile, Haití, Perú, Guatemala, Colombia, Ecuador) y nuevamente estos días en Colombia y su coordinación a nivel regional, la que puede abrir la posibilidad de una salida duradera a la región. Salida inevitablemente orientada al anticapitalismo.
Eduardo Lucita es integrante del colectivo EDI –Economistas de Izquierda-