En el lapso de cinco meses, Ucrania y el gallinero europeo han perdido 87 votos en la ONU. De no existir el bloqueo que hay a las noticias sobre el hundimiento de las tesis atlantistas, habría gente seria y honesta que se pondría a analizar las causas de un cambio tan radical.
Por Augusto Zamora R.
El autor suele publicar en el diario español Público; este artículo se lo han censurado.
Edgar Allan Poe, en su magnífico cuento La carta robada, nos hizo ver (a quienes leímos el cuento) cuán difícil es, tantas veces, ver lo más evidente. No diremos de qué va el relato para picar la curiosidad de quienes no lo han leído y no estropearles el gozo, pero recordarlo es una buena manera de empezar este artículo. Lo más evidente, en las circunstancias en que se vive en este gallinero, es recordar que el mundo es ancho y redondo, aunque despojado de agua más parece un pedrusco mal tallado. Tiene, nuestro planeta, 510 millones de kilómetros cuadrados, de los cuales sólo el 30% corresponden a tierra firme, es decir, unos 150 millones de kilómetros cuadrados, distribuidos de manera muy desigual. Rusia ocupa 17,2 millones de kilómetros cuadrados; Canadá, 9,9; China, 9,5; EEUU, 9,5; Brasil, 8,5; Australia, 7,6 e India, 3,2 millones. La Unión Europea, en comparación, tiene 4,2 millones de kilómetros cuadrados, la mitad que Brasil y un 25% del tamaño de Rusia. No es una extensión territorial para presumir.
La asimetría se hace mayor si entramos a la demografía. Hay, en este planeta, casi 8.000 millones de seres humanos, concentrados principalmente en China e India, con 1.400 millones de habitantes cada uno. Le siguen EEUU (340 millones), Indonesia (271 millones), Paquistán (220), Brasil (212) y Nigeria (206). La UE tiene, en total, 447 millones de habitantes, que sería igual a la suma de Paquistán y Brasil. Rusia borda los 150 millones. El censo de la Unión Soviética de 1937 arrojó la cifra de 162 millones de personas, una diferencia de 12 millones con la población de Rusia este 2022. Con aquella población, Stalin movilizó a 34,5 millones de personas, de los cuales 11 millones eran soldados. China podría poner en armas a los que quisiera, a partir de 30 millones de efectivos, que ya son número, considerando que, en la II Guerra Mundial, entre ejércitos aliados y potencias del Eje, fueron movilizados 70 millones de soldados.
Mirando hacia el gallinero, los datos son todo, menos alentadores.
Según el último informe de la UE “Demografía en Europa”, de 2021, dichos datos no permiten soñar en movilizaciones militares masivas, partiendo de que la edad adecuada de movilización es el periodo entre los 18 y los 45 años. La edad media del gallinero es de 44 años, cifra engañosa, pues esa edad media es de 51 años en España, 47 años en Italia y 46 años en Alemania, tres de los Estados más poblados de Europa. La población mayor de 65 años representa el 21% de población, y la menor de 14 años, el 15%, es decir, casi el 40% del total de gallináceos. A esto debe agregarse la natalidad negativa. La Unión Europea ha perdido 278.000 habitantes en los doce meses anteriores al 1 de enero de 2021. El cambio natural de población ha sido negativo desde 2012, pues nacen menos niños vivos (la tasa de natalidad ha pasado de 10,2 a 9,1 de nacidos vivos por mil habitantes), al tiempo que ha aumentado la tasa de mortalidad en este periodo (merced a los genios que la gobiernan, en la UE lo único que aumenta son mortalidad, inflación y energía). Dado que el periodo de mayor productividad humana está entre los 18 y los 50 años, la UE tendría que optar entre la movilización masiva de la clase productiva –con el consecuente colapso de la economía- o con repetir el modelo de Hitler en la batalla de las Ardenas, en 1944, en Bélgica, cuando, falto de efectivos, movilizó a mayores de sesenta y menores de quince para lanzarlos contra las tropas aliadas. Berlín fue defendido por niños, ancianos y despojos de los ejércitos derrotados. Así que, por si acaso, vayan los potenciales reclutas haciendo números o –cautos- calculando el precio de un rancho en las Fiji.
Viene lo anterior a cuento de un hecho obvio, elemental y necesario: situar al gallinero europeo en su contexto internacional, pues, leyendo u oyendo a sus medios de comunicación (más bien, medios de incomunicación), pareciera que la península europea ocupara 145 millones de kilómetros cuadrados y el resto del mundo 5 millones. Que Rusia tiene el poder de Luxemburgo y España el de Rusia y así hasta el delirium tremens, que esto, más que gallinero, parece un manicomio sacado del siglo XIX.
Vayamos aterrizando. 3 de marzo de 2022. Resolución de la Asamblea General de la ONU sobre Ucrania. De 193 países miembros, 141 votaron a favor y apenas cinco en contra (Bielorrusia, Corea del Norte, Siria, Eritrea y Rusia). China y Cuba, aliadas de Moscú, se abstuvieron. Triunfo resonante de las tesis atlantistas. 25 de agosto de 2022. Ucrania promueve una nueva resolución condenatoria de Rusia. La iniciativa ucraniana la votan sólo 54 países, abrumadoramente los miembros del gallinero y unos cuantos Estados más, desperdigados en América Latina y Asia-Pacífico. Una derrota sin paliativos. En el lapso de cinco meses, Ucrania y el gallinero han perdido 87 votos. De no existir el bloqueo que hay a las noticias sobre el hundimiento de las tesis atlantistas, habría gente seria y honesta que se pondría a analizar las causas de un cambio tan radical. En las circunstancias del gallinero, en muerte cerebral, esos menesteres son caca de vaca.
Hablemos ahora de la vibrante fraternidad europea, en máximos gracias al feísimo y malo, ogro-ogro apellidado Putin. Hablemos, concretamente, de la fraterna Noruega, la mayor productora europea de gas y petróleo. En lo que va de 2022, la hermana Noruega ha ingresado 94.000 millones de dólares, que van directo a su multimillonario buche de pensiones. En 2021, Noruega ingresó en total 30.000 millones de euros. “Colosales. Son unas ganancias colosales”, comentó Dane Cekov, directivo del grupo Nordea, el gigante financiero noruego. Rusia vende su gas y petróleo a China e India con rebajas que llegan a veces al 30% de su precio de mercado. El hermano noruego no da gratis ni medio vaso de gas, aunque vea a sus ‘hermanos’ ahogándose en una crisis terminal. El gallinero debe pagarle a tocateja, porque hermanos sí, para que acudan a defenderlos de los rusos, pero compartir beneficios, por favor, hermanos, entiendan, se juega con el santo, pero no con la limosna. Fraternidad europea en su expresión más pura, como la francesa con el gasoducto hispano-alemán (idea delirante donde las haya, dicho sea de paso: lo que falta es gas, no tuberías). Ya ven para qué sirve la fraternidad, caracolitos.
No se quedan ahí los hermanos vikingos. Noruega quiere reducir el suministro de energía hidroeléctrica a sus vecinos, incluyendo Alemania, alegando la sequia atroz que ha afectado sus centrales hidroeléctricas. Dinamarca, Finlandia y Suecia acusan a Noruega de socavar el mercado energético europeo y, de esa forma, ayudar a Rusia. Los noruegos, como si vieran nevar. Andreas Bjelland Eriksen, secretario de Estado en el Ministerio de Petróleo y Energía noruego, confirmó que su gobierno recortará la producción y, por tanto, la exportación, a partir del momento en que el agua de los embalses caigan “a niveles muy bajos” y que esa medida no violaría “las obligaciones” del país con los consumidores europeos. No quiere uno ser mal pensado, pero, cerrando el grifo hidroeléctrico, los afectados se verán obligados a comprar más gas noruego, que está, ya lo saben, a precios astronómicos, como el gas gringo. Es encantador el espíritu de fraternidad vikingo. Digno de un premio Nobel de Humanidad, si tal premio existiera (y, si hubiera tal, seguro que los noruegos se lo dan a la OTAN, tan tan).
Sigamos con estas muestras de fraternidad universal. Según la revista Australian National Review, de 31 de agosto de 2022, en un artículo titulado Three Large American Multinationals Bought 17 Million Hectares of Ukrainian Agricultural Land, firmado por Laura Aboli (no diga nadie que escondemos datos, eh, picarillos), tres grandes multinacionales de EEUU adquirieron 17 millones de tierras agrícolas en Ucrania, equivalentes al 40% de la tierra cultivable. Se trata de Cargill, Dupont y Monsanto, el trío de empresas que, entre otras cosas, patentan plantas y semillas que la naturaleza nos dio para luego obligar a pagar por ellas, así de buenas son. Tomando en cuenta que Italia –por poner un ejemplo- posee 16,7 millones de hectáreas de tierras agrícolas, el funesto trío posee, en Ucrania, más tierras que toda Italia. La basura no termina ahí. Los fondos buitre Vanguard, Blackrock y Blackstone son accionistas principales del funesto trió. Blackstone, recuerden, es el fondo buitre al que el gobierno del PP –tan generoso con las empresas carroñeras-, le ‘vendió’ 20.000 viviendas sociales y, desde su posición dominante, reventó al alza el mercado de alquileres.
Daremos otras notis para que terminen de deprimirse. La base de datos de transacciones de tierras Land Matrix ha registrado arrendamientos de tierras agrícolas, entre empresas ucranianas y extranjeras, por un total de 3,4 millones de hectáreas, aunque se cree que la extensión real de terrenos arrendados por las mayores empresas que operan en Ucrania ascendería a más de 6 millones de hectáreas. El mayor terrateniente es Kernel, empresa propiedad de un ucraniano registrada en Luxemburgo, con 570.500 hectáreas; seguiría la estadounidense UkrLand Farming (570.000 hectáreas), la también estadounidense NCH Capital (430.000 hectáreas), MHP (370.000 hectáreas) y Astarta (250.000 hectáreas). En suma, que el paripé montado para la exportación de granos de Ucrania no buscaría, en lo real, salvar de hambre al mundo, sino a las multinacionales. De cohetes.
Sigamos en esta ruta de optimismo, saltando al otro lado del Atlántico, para conocer un poco lo que se escribe sobre temas que, en este gallinero decrépito, ni siquiera se tocan, aunque son temas recurrentes en EEUU. Por ejemplo, el tan cacareado suministro masivo de armas a Ucrania. El coronel (r) Douglas Macgregor escribió en The American Conservative (Reinforcing failure in Ucrania), el 23 de agosto pasado, lo siguiente:
“La dura verdad es que la introducción de nuevos sistemas de armas no cambiará el resultado estratégico en Ucrania. Incluso si los miembros europeos de la OTAN, junto con Washington DC, proporcionan a las tropas ucranianas una nueva avalancha de armas, y llegaran al frente en lugar de desaparecer en el agujero negro de la corrupción ucraniana. El entrenamiento y el liderazgo táctico necesarios para llevar a cabo operaciones ofensivas complejas no existe dentro del ejército de 700.000 hombres de Ucrania. Además, hay un gran error al no reconocer que Moscú reaccionaría ante tal desarrollo intensificando el conflicto. A diferencia de Ucrania, Rusia no está actualmente movilizada para una guerra mayor, pero podría hacerlo rápidamente.”
Por su parte, Christopher Caldwell, en su artículo Why are we in Ukraine? (¿Por qué estamos en Ucrania?), hacia estos comentarios:
“Reducir las dimensiones de Rusia parece ser el principal objetivo de guerra de Estados Unidos. Es arriesgado. Aquellos líderes occidentales con la ambición de llevar Europa a las puertas de Moscú, en ocasiones han llevado a los guerreros de las estepas euroasiáticas a las calles de París y Berlín. […] En la década de 1990, cuando Estados Unidos imponía su voluntad en Irak y Kosovo, el G7 constituía el 70% de la economía mundial. Hoy representa el 43%. India y China son mercados de exportación gigantes para el petróleo y el gas rusos. […] Sí, Occidente “se movió rápidamente” contra Rusia, pero seis meses después, estos movimientos parecían sorprendentemente ineficaces. La razón es que, sin importar dónde se coloque el punto de apoyo y la palanca, Rusia, China e India, colectivamente, son, ahora, demasiado para que Estados Unidos los levante.”
Visto lo visto, resulta obvio que quien estaba en muerte cerebral era el gallinero, no la OTAN. Dentro del proceso de extinción de neuronas, ahora la UE quiere entrenar a tropas ucranianas, lo que hace necesario pedir a los ministerios de Defensa que se den prisa en preparar a las fuerzas que invadirán Rusia, poniendo ametralladoras ligeras y motores en las sillas de ruedas de la División INSERSO, que será vanguardia en el futuro segundo sitio de Leningrado. También un programa urgente contra la obesidad, para evitar que el grito militar “Pecho a tierra”, se convierta en “Panza a tierra” y los reclutas, más que feroces soldados, parezcan barricadas de tocino. Todos a una con los líderes de la UE al frente, que, según la demografía bélica del gallinero, tendrán aun edad de combatir en los frentes de guerra, al grito de ¡A mí la legión! (Bueno, más que la legión, tiktokers, instagramers, youtubers y pendejers: lo que ofrece la sociedad hoy).
Terminemos como empezamos, con Poe y C. Auguste Dupin: “Las medidas -continuó- eran excelentes en su género, y fueron bien ejecutadas; su defecto residía en que eran inaplicables al caso y al hombre en cuestión”. Hagamos, ahora, un acto erudito y, con Poe, citemos a Virgilio y su “facilis descensus Averni”. Es fácil el descenso a los infiernos. Línea 126 del libro VI de La Eneida (para que vean que somos leídos).
Nosotros, que vamos de prudentes, nos largaremos al Caribe, a bucear entre mansos tiburones vegetarianos, con lo que establecer relaciones inteligentes, que aquí, de eso, sólo quedan residuos tóxicos. No lo olviden. La carta robada. El cerebro, en este caso.
Resumen Latinoamericano, 8 de septiembre de 2022