Con un relato estremecedor, el periodista abrió la ronda de testimoniales en el juicio RIM 6. Allí se investiga el secuestro y desaparición de su madre, Rocío Ángela Martínez Borbolla. Camilo tenía 4 años cuando presenció el hecho junto a su hermana de 9, la también periodista Bárbara García.
Redacción: Fernando Tebele. Edición: Diana Zermoglio/Lucrecia Raimondi. Fotos: La Retaguardia.
—Camilo Martín García es mi nombre.
—¿Su edad señor? —pregunta Javier Feliciano Ríos, presidente del TOF N°2 de CABA.
—50 años.
Está sentado con la espalda bien recostada sobre la silla. Los dedos apenas apoyados sobre la mesa como si se tratara de un piano. Tiene una remera desde la que asoma la imagen de su mamá, Rocío Ángela Martínez Borbolla. Cuando la secuestraron, él y su hermana fueron testigos. Hoy también, esta vez por elección. Camilo va a contar sus recuerdos de aquella madrugada que cambió su vida para siempre, la del 14 de junio de 1976. “Yo tenía menos de 5 años… 4 años y ocho o nueve meses. Era de noche, entre domingo y lunes. Recuerdo esta circunstancia porque teníamos habitualmente bastante regularidad en cuanto a qué se hacía cada día y veníamos de un fin de semana. Iba a empezar la semana. En un horario que no puedo consignar con precisión, pero era indudablemente en el medio de la noche, estábamos durmiendo. Serían las tres, cuatro o cinco de la mañana, como mucho. Siento que empiezan a tocar el timbre. Y se escuchaban golpes de puerta, gritos…”. Camilo reconstruye los peores recuerdos:
—¿Quién es? —oyó a su madre preguntar a través del portero eléctrico.
—Policía militar.
—Es la Policía Militar, es la Policía Militar —se desesperó Rocío.
Aclara Camilo que algunas cosas las recuerda puntualmente y otras las fueron charlando con su hermana Bárbara, en un intercambio de imágenes que les acercara un poco más a la verdad. ¿Qué otra cosa podría buscar un familiar en esta circunstancia más que saber la verdad? “En ese momento no tomamos contacto con mi madre. Ella estaba con su compañero. Mi hermana dice que me hacía como el dormido y que ella me tiraba del pelo para que me levantara porque me quería sacar por una ventana. Y yo en realidad no estaba dormido, sino que estaba totalmente consciente de lo que estaba pasando. Pero en ese primer momento me había quedado muy asustado y me pareció que me tenía que quedar paralizado. O sea, como que no quería hacer nada porque me daba mucho miedo lo que estaba viviendo. Sobre todo porque vi todo el alboroto que se generó en mi casa —describe—. Nosotros vivíamos en un departamento de planta baja, en Envíon (en Haedo, en las afueras de la CABA). En ese momento era como un barrio de casas obreras, sencillo pero digno. Lo que recuerdo es que empezó a entrar un montón de gente”, dice con tono pausado pero muy seguro.
Abrigados y armados
Camilo es muy detallista en su relato. Y continúa con la descripción de lo que vio: “Entiendo que eran soldados. Porque estaban todos armados, vestidos con camperas oscuras y gorros de lana. Así como bien abrigados, pero bien armados también. Y entraban al cuarto de a tres, cuatro, cinco. Nos miraban a nosotros, de alguna forma se presentaban”. No olvida el detalle que se hablaran entre sí seguramente a través de apodos: “Nombres aleatorios que no podría recordar en este momento, pero me llamaba mucho la atención cómo se presentaban. Somos tal y tal”.
—Ustedes quédense tranquilos que no les va a pasar nada —recuerda Camilo que les decían a él y a su hermana.
Pero ese llamado a la calma lo desatendió con rapidez cuando escuchó los gritos de su madre: “Logré escuchar algún forcejeo, algún grito de mi madre y su compañero (Pedro Martucci) con esta gente que entró. Como que la llevaron violentamente y rápido fuera de la casa”. Hace extensos silencios. Piensa cada palabra. Le duele cada palabra.
Las sábanas y los fantasmas
Camilo reconstruye una conversación con una persona a la que señala como el jefe del operativo.
—Ahora tenemos que hacer algo que ustedes no pueden ver —recuerda la voz de la persona a cargo— ¿Y qué hacemos con ustedes dos? ¿Los matamos o no los matamos?
—Si tienen que hacer algo, nosotros nos tapamos con una sábana y no miramos —alcanzó a responder Camilo.
—¿Cómo que ustedes se tapan? —le dijo el militar, descolocado—. No espíen, porque si ven, los vamos a matar.
A pesar de la advertencia “que me dio mucho miedo, ahí sentí que estábamos realmente en peligro”, comenzó a espiar y los registró de espaldas, sacando cosas del ropero. Bárbara permanecía tapada. Luego de ese momento, el niño sintió cierto alivio: “como que el momento amenazante ya había transcurrido y nos habíamos portado bien, para decirlo de alguna forma”. Luego los sacaron de la casa y los dejaron en la de unos vecinos, en una planta baja. Varios años después, cuando Camilo trabajaba en la TV Pública, se le acercó una persona:
—Hola. ¿Sabés quién soy?
—No, no sé.
—Te quedaste en mi casa el día que se llevaron a tu mamá…
“Eso me dio mucha emoción”, asegura ahora, también algo emocionado mientras lo relata. Cuenta que se entristeció a la vez, porque el vecino le confesó que no fue que hayan querido ayudarles, sino que al tiempo que observaba el operativo, se le cayó un escobillón al piso, lo escucharon, le golpearon la puerta y cómo no sabían qué hacer con el niño y la niña, se los dejaron. Durmieron allí hasta que al día siguiente lo fueron a buscar. “Diría que fue mi abuelo, que tenía auto. Entramos a mi casa, nos preparamos un bolso, una valija y nos fuimos. Bueno, esta persona que me vino a ver a la Televisión Pública me contó que, tres o cuatro días después de que pasó esto, la casa quedó abierta. Dice que volvieron unos soldados y levantaron una especie de tapa que había en el piso Esa casa tenía un flexiplast que se usaba mucho en la época. Levantaron como una tapa de agua y este señor dijo que de ahí sacaron un dinero que estaba embolsado. Que él vio esta situación y que se lamentaba por no haberlo sacado. No lo culpo, pero me dio mucha tristeza eso”, asegura.
El nombre de Sánchez Zinny
Recién ha pasado media hora de testimonio. En el centro de la escena presencial solicitada por la defensa de uno de los imputados, Camilo aparece rodeado. A su derecha están las partes acusadoras. A su izquierda quienes defienden al imputado Martín Sánchez Zinny. De frente lo tiene al presidente del TOF N°2, Javier Feliciano Ríos. El resto de las partes y los otros dos jueces, Jorge Gorini y Rodrigo Giménez Uriburu, están en la virtualidad. También los imputados asoman por los cuadraditos de la plataforma. Sánchez Zinny tiene calzados unos auriculares grandotes, con el micrófono cayendo sobre su boca. En las cuatro audiencias anteriores una sonrisa leve parecía asomar de su rostro; una esbozo de cierta distensión por lo menos. Esta vez su gesto es adusto. De tan rígido puede confundirse con una foto. Quienes conocen la causa esperan que se lo nombre, porque desde que Bárbara lo reconoció a través de fotos como una de las personas que ingresó a su casa, él le inició una causa a la víctima. Camilo lo nombra y se refiere a ese hecho: “Con respecto a Martín Sánchez Zinny, lo que quiero decir es que me pareció muy intimidante, muy cruel que le iniciara una causa a mi hermana o quisiera hacer quedar como que su reconocimiento era un falso testimonio”, señala para rápidamente defender a Bárbara con mucho amor: “Mi hermana era muy grande en ese momento, era una chica de 9 años que además era muy responsable porque prácticamente me cuidaba a mí… me crió a mí. Vivió todo ese momento de una forma más protagonista que yo, porque insisto, casi se quería pelear con esta gente. Y les gritaba y lloraba, les miraba a los ojos, los insultaba, los desafiaba y enfrentaba. Y yo no participé hasta que tuve que tratar de calmar los ánimos, porque me di cuenta de que la advertencia era muy seria y estaba tratando de que mi hermana no desencadenara algo peor. Por eso hablé y dije que nos íbamos a tapar con una sábana”. Reconoce a Sánchez Zinny de alguna manera, aunque no con la precisión que dará luego su hermana “entre la gente que tenía el poder de orden o de mandar a los demás en este operativo. Yo era chico y para mí todas las personas eran altas. Nunca vi a Martín Sánchez Zinny en persona, pero no estaría equivocado si dijera que entre las personas que tenían poder de orden en este lugar y en ese momento había alguien que era notablemente más alto que el resto. Yo no puedo reconocer a Martín Sánchez Zinny físicamente por la cara, pero sí puedo decir que había alguien entre la gente que tenía poder de decisión, que probablemente haya interactuado en el momento, que era visiblemente más alto que el resto, muy delgado y alto”. Sánchez Zinny no mueve un músculo.
El tío Herminio
Cuando comienzan las preguntas, su abogado Pablo Llonto le consulta por su madre, una de las editoras de la revista El Combatiente, la publicación del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) que se imprimía clandestinamente en San Andrés. Con la misma tinta también salía Estrella Roja, órgano de difusión del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Esa casa fue atacada el 10 de julio de 1976, casi un mes después del secuestro de Rocío y su compañero Pedro Martucci. Sánchez Zinny reconoció en su indagatoria haber participado de ese ataque, aunque lo romantizó con un tamiz heroico, con su evidente apego a intentar cambiar roles entre víctimas y victimarios.
Llonto consulta por el hermano de Rocío, quien también fue secuestrado. Camilo ratifica que efectivamete se lo llevaron porque “le guardaba revista a mamá”. Detalla que su papá, el también periodista Martín García, tenía una inmobiliaria en ese momento. Que le vendió una casa a un militar, al que le pagaron para que les diera el paradero de Herminio. Finalmente consiguieron que lo blanquearan, y luego de estar preso en la cárcel de Villa Devoto, pudo salir del país para regresar a su España natal, pasando por México.
—¿Su familia materna siguió viviendo en la Argentina? —pregunta Nuria Pinol, la auxiliar fiscal.
—Buena pregunta… Mi familia materna, después de que cayó el gobierno de (Francisco) Franco, volvieron a España. Puedo agregar que mi abuelo materno, Ferrer Martínez, fue minero en la Guerra Civil española. Luchó junto a La Pasionaria. Había sido condenado a muerte dos veces, ante un pelotón de fusilamiento que le dispararon en las piernas, pero no lo mataron. Y así vivió hasta los 96 años.
También suma unas palabras para el triste y doloroso recorrido que hizo el abuelo, que incluyó por supuesto Hábeas Corpus. “Mi abuelo materno me contó que recorrió comisarías y destacamentos militares. Incluso me contó que un día lo llevaron a un lugar donde había personas muertas y que, de muy mala manera, le dijeron: ‘Fíjate si alguna de estas putas es tu hija’, y eso me lo contó mi abuelo con lágrimas en los ojos, en la búsqueda que tuvo, que fue por todos lados”.
La defensa de Sánchez Zinny
Es el turno de quienes ejercen la defensa de Sánchez Zinny, María Laura Olea y Ricardo Saint Jean. Ambos pidieron que los testimonios de Camilo y Bárbara se realicen de manera presencial, a lo que el TOF 2 accedió. En teoría se trata de una manera de asegurar que al dar testimonio no se lea ni haya otras personas guionando. Sánchez Zinny y el resto de los imputados que eligieron hacer uso del derecho a la indagatoria, declararon cómodamente desde sus hogares.
La abogada y el abogado son mucho más que eso. Son familiares de genocidas. Se les juega mucho más que una defensa letrada, como a todas las partes en disputa. Olea es hija de Enrique Braulio Olea, condenado a 25 años de prisión en uno de los juicios de Neuquén; ella fue su abogada defensora. Llegó a decir que su padre no estaba al tanto de las detenciones ilegales y las torturas, a pesar de que fue, entre diciembre de 1975 y noviembre de 1977, el jefe del Batallón de Ingenieros de Montaña 181, en el que funcionó un Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio conocido como La Escuelita. Difícil de creer.
El otro abogado, Ricardo Saint Jean, es hijo de Ibérico, el militar que gobernó la Provincia de Buenos Aires entre 1976 y 1981. Saint Jean padre murió en 2012, antes de escuchar la muy probable condena a prisión perpetua por los crímenes cometidos en lo que se conoce como Circuito Camps. Quedó en la historia, entre otras fechorías, por su temible frase: “Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes y, finalmente, mataremos a los tímidos”. Todo indica que mientras pudo, trató de cumplir su visión. Ricardo, su hijo, pone esmero y dedicación para preguntar. Habitualmente está al filo de la provocación, mientras Olea tose reiteradamente y sin barbijo. Es notoria la necesidad de incomodar a las víctimas. Dan vueltas para preguntarle a Camilo García acerca de lo que dijo la única vez que habló del secuestro de su madre en el programa Intratables, del que participaba como panelista. Le quieren mostrar el video incluso. Al final, tras varios frenos de parte del juez Ríos, es Camilo quien ordena el debate:
—Creo entender la pregunta del doctor. ¿Usted la quiere formular correctamente? —le dice girando su cuerpo hacia atrás para mirarlo de frente.
—Para hacerlo más imparcial. ¿Tuvo usted alguna recomendación de no señalar quiénes eran los nombres que ustedes tenían identificados en el año 2015 o en el año 2012 como supuestos autores de estas desapariciones?
—La recomendación que yo recibí tiene que ver con mi deseo previo a este programa de Intratables, de generar una entrevista con alguna de estas personas. Yo me pregunté: ¿qué tal si hago una entrevista con estas personas?, y en algún momento le pongo la foto de mi madre o le pregunto: ¿Usted se llevó a mi madre? Tuve la intención, la fantasía, el pensamiento, la intriga de generar ese encuentro. Hablé con muchas personas de organismos de derechos humanos que me contaron experiencias de hijos que hicieron cosas similares. Yo no quería tener un encuentro para generar un momento de violencia o algo por el estilo sino, por el contrario, quería tener una afirmación cargada de una persona y exponerla a la verdad a ver qué sucedía.
Aclara que decidió finalmente no hacerlo. La siguiente media hora será un ida y vuelta entre Camilo y Saint Jean, con Nuria Piñol, la fiscal auxiliar, o alternativamente Llonto indicando que las preguntas son improcedentes. Incluso el presidente del tribunal hará esfuerzos para que sean reformuladas cada vez. Camilo está ahí, a punto de terminar, con la misma frialdad de aquel niño que descolocó a los secuestradores de su madre. Ella sigue en su remera. Sonríe Rocío en la foto estampada sobre tela blanca. Mira de costado. Está desaparecida. Salvo en días como hoy, en los que su hijo y su hija dan un paso certero hacia la verdad, y la traen un poco de regreso.