¿Para qué cambiar de año? ¿Qué estamos festejando? Lo cierto es que el mundo aún no termina de salir de una pandemia que causó la muerte de unos siete millones de personas, tras la cual la esperanza de limpiar el medio ambiente se desvaneció. Y nuestro mundo -¿o el de ellos?- se metió en una guerra que amenaza con ser la última y que significa un retroceso sobre los escasos logros ambientales y de derechos humanos.
Por Aram Aharonian.
El 2022, que empezó con el lastre de la pandemia, siguió con un sismo geopolítico. La operación militar especial en Ucrania agudizó el enfrentamiento entre Estados Unidos-Unión Europea y Rusia, la crisis energética y el temor de EEUU a perder su hegemonía. Rusia y China, que han decidido oponerse a los modelos neocoloniales y al monopolio de los recursos estratégicos, parecen esenciales en la conformación de un nuevo orden global. ¿Traerá el 2023 la aceleración de ese mundo multipolar que muchos pregonan?
Las palabras del secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, sobre la realidad no podrían haber sido más crudas: “Estamos librando una guerra contra la naturaleza. Los ecosistemas se han convertido en juguetes para [obtener] ganancias. La actividad humana está devastando bosques, selvas, tierras de cultivo, océanos, ríos, mares y lagos que alguna vez fueron prósperos”.
“Los suelos, las aguas y el aire están contaminados por químicos y pesticidas, y repletos de plásticos. Nuestra adicción a los combustibles fósiles ha sumido al clima en el caos. La producción insostenible y los monstruosos hábitos de consumo están degradando nuestro mundo. La humanidad se ha convertido en un arma de extinción masiva. […] Actualmente hay un millón de especies en riesgo de desaparecer para siempre de la faz de la Tierra”, añadió el portugués. ¿Y entonces. ¿qué estamos festejando?
La elección de Lula da Silva en Brasil, el golpe de Estado en Perú, el intento de magnicidio y el lawfare contra la expresidenta y hoy vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, el fracaso de la reforma constitucional en Chile, la persistente crisis en un Haití controlado por mafias, el golpe derechista en Perú, los intentos para reflotar la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), la división en el Mercosur ante la insistencia uruguaya de avanzar sin sus socios, destacan entre los hechos acontecidos en la región.
Mientras, la guerra en Ucrania, la inflación mundial, las protestas en Irán, la inestabilidad política en el Reino Unido, fenómenos climáticos extremos, el tercer mandato de Xi en China, el fracaso de Trump en las elecciones de medio término en EEUU, el polémico Mundial de Fútbol en Catar, el relativo fracaso de la cumbre climática (COP27) en Egipto y el cuestionamiento del aborto en EEUU, son algunos de los grandes acontecimientos que marcaron el año 2022 en el mundo.
La pandemia nos mostró las inequidades y desigualdades, que lanzó a algunos sectores vulnerados a exigir procesos de decrecimiento de este sistema depredador, pero la búsqueda de recuperación de ganancias y de poder nos dejó frente a una nueva guerra como salida a la crisis de las economías occidentales -Estados Unidos, Unión Europea, Corea del sur y Japón- como también la rusa.
En materia geopolítica, surgen otros riesgos como el debilitamiento relativo de Estados Unidos, que aparece como una potencia menos imponente y que ahora acude a acciones agresivas puntuales para mantener su poder (y su industria armamentista, que financia a los políticos).
Mientras la máquina de crear imaginarios colectivos sobre un mundo global sigue a plena producción, la incómoda realidad muestra una reconfiguración bipolar en el marco de la crisis capitalista actual. Pero aunque todas las alarmas están sonando, los que manejan el poder mundial se niegan tozudamente a revisar el modelo de desarrollo capitalista.
El modelo, al cual nos condujeron aquellas economías neoliberales y sus corporaciones trasnacionales, ha conquistado no solo mercados sino el poder de construir subjetividades y de estructurar la dinámica mundial a su favor.
La realidad señala que esta perseverante defensa del modelo depredador y de apropiación de las elites deja en evidencia al narcotráfico, el cambio climático, el auge de las ultraderechas y la sistemática violación a los derechos humanos en nombre de la sacrosanta “democracia”, como males propios de este capitalismo a ultranza, donde estos males se potencian mutuamente.
Dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Entendida como una fe optimista en que las cosas saldrán bien, sin necesidad de apoyarse en ninguna base real, es una muestra más del enorme poder de la capacidad de fantasear. Sembrar esperanza es también una forma de manipulación: sin soluciones, queda la esperanza (y si no es en este mundo, quizá en el otro).
La palabra esperanza viene de esperar. En realidad, estamos cansados de esperar. La obligación religiosa de tener esperanza, ¿es el reconocimiento de que no hay propuesta posible en este mundo? Lo que sí sabemos es que nuestra esperanza no vendrá de las plataformas capitalistas: sólo puede venir de los sin esperanza, de los de abajo, de los nadies. Pero aún no hemos dicho ¡basta! y echado a andar, aunque son demasiados los que la pasamos mal.
El nuevo capitalismo
El contexto de la pandemia de la covid-19 creó las condiciones adecuadas para disponer de un marco institucional y normativo capaz de modificar las mentalidades, costumbres y valores de nuestras sociedades, impulsando nuevos deseos, hábitos y valores, pero, sobre todo, imponiendo el modo de producción de la economía digital, de plataformas.
Así, el comportamiento social se pudo regular, previsible y controlable, generando un nuevo estilo de vida, producción, consumo y de consumidores; respondiendo a intereses estratégicos del sistema capitalista. Las revoluciones tecnológicas no han sucedido por casualidad, sino que son la forma de asegurar el proceso de acumulación del beneficio capitalista en cada etapa de su desarrollo histórico.
El actual proceso está dando paso a una nueva modalidad del capitalismo basada en la economía digital, la deslocalización del trabajo y la precarización laboral, acompañada de la vigilancia y el confinamiento permanente; es una reorganización del sistema.
Este ahora llamado capitalismo de plataformas ha tenido muchos nombres: inteligencia colectiva, web 2.0, capitalismo de vigilancia, feudalismo digital. No es una tecnología, ni una aplicación, sino el modelo de negocio, de la agricultura a la educación, del transporte a la administración pública, de la economía a la comunicación o la salud.
Los algoritmos procesan la información de cada individuo y la correlacionan con información estadística, científica, sociológica e histórica para generar modelos de comportamiento como herramienta de control y manipulación de masas. “Quien controla el presente controla el pasado, y quien controla el pasado controlará el futuro”, escribió George Orwell en 1984.
Inmersos en la “comodidad” de nuestros dispositivos digitales (en especial nuestro teléfono más inteligente que nosotros) no tomamos consciencia de lo que está sucediendo y, por lo tanto, de la acción social.
En este mundo de plataformas se producen bienes de producción y consumo digital (smartphone, móviles y ordenadores, etc.) y energéticos (vehículos eléctricos, productos de aislamientos de edificios y hogares, etc.) sin avanzar hacia condiciones de producción y relaciones laborales y de consumo más humanizadas y humanizantes.
Mientras, la economía verde y digital fueron solo nuevos nichos de crecimiento para la expansión de las empresas privadas, como está sucediendo progresivamente con otros ámbitos claves: la educación y la salud, incluida la mental.
Las lógicas capitalistas y competitivas se ven favorecidas por la precariedad creciente y el individualismo de quien, concentrado en su pantalla, busca visibilizarse y va a lo suyo. La normalización capitalista de la autoexplotación habla de “un yo que se explota”, cuando es algo incentivado estructural y socialmente.
Las nuevas versiones del capitalismo digital están en la urdimbre ideológica de un mundo acelerado, que incentiva la hiperproducción como motor y la deslocalización y vigilancia como normas.
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¡Muu-chaaa-chos, hoy nos volvemos a ilusionar!, cantaron 47 millones de argentinos, al recibir en las calles de todos los pueblos y ciudades del país (cinco millones sólo en la capital), a los campeones mundiales de fútbol. Una enorme alegría para un país, una región, que padece una grave crisis estructural, donde (casi todos) sus gobernantes, siguiendo libretos tan ajenos como neocoloniales, no terminan de entender lo que los futbolistas argentinos –los “muchachos”- asimilaron: sólo juntos podemos.
Desde el otro lado del charco, también conocido como Rio de la Plata, Los Olimareños demandan un poco de cordura: “Sigue tu lucha del pan y del trabajo, que el tamboril se olvida, y la miseria no…”
Aram Aharonian es Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)