La fórmula de Javier Milei y Victoria Villarruel, que reúne a un dogmático del ultraneoliberalismo con una apologista de la dictadura genocida de Jorge Rafael Videla, ganó el balotaje presidencial por 55,69% contra el 44,30% del candidato peronista y ministro de Economía de la Nación, Sergio Massa.
Lejos de los resultados ajustados que se esperaban en la víspera, la diferencia a favor del ultraderechista fue abultada, de casi tres millones de votos, imponiéndose en la gran mayoría de los distritos.
A partir del resultado, Milei abandonó el tono conciliador que había abrazado en la etapa final de la campaña cuando salió a cazar votos y recuperó su discurso radicalizado y agresivo.
En su primer intervención como presidente electo, se dirigió sólo a los “argentinos de bien” sin aclarar qué personas caen afuera de dicha categoría.
Entre sus primeros anuncios de gestión, prometió privatizar empresas públicas, en primer lugar YPF -parte del acuerdo político con el ex-presidente y empresario contratista del Estado Mauricio Macri, quien se quedaría con una parte sustanciosa de esa torta- y los medios públicos Radio Nacional, Televisión Pública y la agencia de noticias Télam, entre otras.
También insistió con la dolarización, que ningún economista de los considerados “serios” cree viable, pero que requeriría como paso previo una híper inflación y una alucinante licuación de los salarios en pesos, y hacia eso vamos.
Reafirmando su alianza con Macri también en lo discursivo, retomó el latiguillo de la “decadencia” de tantos años: “los argentinos han despertado a las ideas de la libertad. Se abre una ventana de oportunidades enormes de poner fin a esta decadencia de 100 años”, planteó Milei.
Mientras que el ex mandatario insistía en los 70 años, trazando una línea temporal a la Argentina pre-peronista, Milei, que en un momento estiraba su arco a “40 años de decadencia”, esto es, desde el fin de la dictadura genocida, volvió a hablar ahora de un siglo, es decir, la Argentina pre Irigoyenista, previa a la ley Nº 8.871 “Sáenz Peña” del sufragio universal masculino, cuando no existía el voto secreto y la élite oligárquica manipulaba elecciones, apretaba votantes y hacía fraude electoral a plena vista.
Era una Argentina extremadamente desigual, con mayorías sin los mínimos derechos sociales ni laborales, donde no existían los sindicatos y las mujeres no podían votar. Ese ha sido siempre el país al que la élite más rica del país ha querido regresar. El hijo de un inmigrante de familia con oscuro pasado criminal, el calabrés Macrí, abrazó con entusiasmo ese sueño de una oligarquía que siempre lo despreció y cree que “El Loco” será capaz de realizarlo.
Con su ayuda claro. Y recibiendo a cambio jugosos negocios con los recursos del Estado y los bienes comunes que le pertenecen al conjunto del pueblo argentino.
Un programa anti obrero y anti popular
Aunque el marketing electoral lo vendió hasta el hartazgo como un outsider, una incógnita y una novedad, el programa político, económico y social de Javier Milei no tiene nada de novedoso. Es el mismo esquema neoliberal de timba financiera, apertura de importaciones, destrucción de puestos de trabajo industriales, saqueo de recursos, intensificación represiva y de la propaganda mediática que aplicaron la dictadura genocida, el peronismo neoliberal de los noventa y el gobierno de Cambiemos de la mano de personajes como Martínez de Hoz, Domingo Cavallo y Federico Sturzenegger.
Para el movimiento obrero, lo que vienen preparando los cuadros técnicos tanto de la ahora quebrada alianza Juntos por el Cambio como de La Libertad Avanza es una reforma laboral, previsional y sindical que destruya de una vez el modelo sindical argentino, que ha sostenido -incluso a través de las profundas crisis que sufrió el país desde el retorno de la democracia formal- una serie de derechos y una tasa de afiliación que no tienen equivalente en los demás países de la región.
Y con esos derechos, la “excepcionalidad argentina”: una clase media golpeada pero aún existente que afronta quizás ahora su último momento histórico antes de ser liquidada como tal.
Persecución y represión
Los vínculos de la vicepresidenta electa, Victoria Villarruel, con los sectores más recalcitrantemente reaccionarios de las Fuerzas Armadas, particularmente con los presos por delitos de lesa humanidad, están sobradamente probados. Su presencia en el nuevo gobierno junto a la desaparecedora de Santiago Maldonado y fusiladora de Rafael Nahuel, Patricia Bullrich, y su jefe político, Mauricio Macri, no garantizan otra cosa que una espiral persecutoria y represiva para el conjunto de la militancia obrera, social y popular, así como para referentes partidarios y de otras instituciones.
El conjunto del activismo debe, después de la necesaria pausa para recuperarse del shock de ver a nuestra sociedad realizar un inaudito acto de suicidio colectivo, empezar ya mismo a organizarse con mecanismos colectivos de defensa y de seguridad, así como a aumentar todos los criterios de privacidad en las instancias públicas, como las redes sociales. Al pueblo argentino se le viene un tren de frente y aunque será capaz de enfrentarlo como tantas otras veces en la historia, traerá consigo mucho dolor. Intensifiquemos nuestros cuidados colectivos.