El 19 y 20 sigue cargado de futuro

La Batalla de Plaza de Mayo, 20 de diciembre de 2001. Foto: Indymedia Argentina.

1. En las tripas.

Recordar las jornadas del 19 y 20 de 2001 es volver a recorrer momentos de conmoción profunda. Conmoción como movimiento sísmico, como un golpe a la cabeza, como alteración social y como inmensa emoción, de las tripas a la cabeza, que nos sacude. Un punto de inflexión para el país y también personal, por muchas razones, la primera por eso mismo: porque fue un momento de reconexión entre lo individual y lo colectivo que, además de despertarnos políticamente a muchas y a muchos como generación y de recargarnos de energía para enfrentar lo que venía, significó un quiebre en el muro hasta entonces monolítico de la hegemonía del consenso neoliberal que aplastó las conciencias de nuestro pueblo por más de una década y de cuya rotura, hasta el día de hoy, el capital financiero y nuestra lumpen burguesía dependiente no han podido recuperarse. Aunque lo intentan.

2. La noche neoliberal.

La caída de la Unión Soviética y el derrumbe del gobierno de Alfonsín marcaron el inicio de la larga década de los 90 que dejaría al país quebrado, pauperizado y desesperanzado como nunca antes.

La dictadura genocida, mediante el terrorismo de Estado, había sentado las bases de lo que el gobierno de Carlos Saúl Menem ejecutaría de forma brutal. Tras una campaña con estética montonera y promesas de revolución productiva, “el Turco” interiorizó de forma ejemplar las lecciones que el mercado impartió entre remarcaciones y saqueos, y se abrazó al Consenso de Washington y a la ortodoxia que desembarcó con Domingo Cavallo y la Fundación Mediterránea.

Domingo Cavallo, funcionario de la dictadura genocida y de los gobiernos de Carlos Saúl Menem y Fernando de la Rúa.

El país se rindió al dólar con la Convertibilidad, se desmanteló el Estado productivo con las privatizaciones, se abrieron de par en par las importaciones y se destruyó el empleo como nunca. La reelección de 1995 desorientó y desmoralizó a numerosos sectores que resistían, lo que abrió las puertas a un largo proceso de confluencia de sectores progresistas y conservadores de distintos signos políticos: la Alianza, que terminaría empoderando a estos últimos en la figura de Fernando De La Rúa. Lograron el triunfo en 1999 cuando el esquema menemista ya exhibía profundo desgaste, con crisis social y crecimiento exponencial del desempleo de largo plazo, un fenómeno nuevo en aquel entonces.

Sin embargo, el esquema económico no se alteraría. De La Rúa había enfocado su campaña en el “honestismo” confrontando con la corrupción del gobierno menemista, pero dejando en claro que mantendría lo demás, fundamentalmente la Convertibilidad.

Carlos “Chacho” Álvarez y Fernando de la Rúa.

Su gobierno abandonó con celeridad toda pretensión de progresismo. De La Rúa profundizó todas las políticas de ajuste neoliberal -recortó salarios, desfinanció áreas estatales, aumentó impuestos- pero la crisis se le empezaba a desbocar. Pronto el gobierno de la Alianza se develó demasiado similar al menemismo, pero más débil e ineficaz, sobre todo tras la renuncia del vicepresidente “Chacho” Álvarez en octubre de 2000 tras el escándalo de las coimas con las que De La Rúa pagó a varios senadores para que voten una Reforma Laboral flexibilizadora -delito aún impune- y la llegada de Domingo Cavallo a su viejo cargo en Economía en marzo de 2001, tras la eyección de Ricardo López Murphy en sólo 16 días, luego de haber intentado aplicar un recorte particularmente salvaje en el Estado.

Pocos meses antes, en diciembre de 2000, su antecesor en el cargo José Luis Machinea había negociado con el FMI un paquete de salvataje de cerca de 40.000 millones de dólares (denominado “Blindaje”), que postergaba pagos de capital e intereses, que como todo en el gobierno de De La Rúa, rápidamente fracasó. En marzo de 2001 comenzó una gran fuga de depósitos de los bancos.

Para aquel entonces las expectativas populares estaban por el suelo. La celebración de la ida del menemismo se contrastaba con la realidad de un nuevo gobierno que continuaba con las mismas políticas, igualmente sacudido por escándalos de corrupción y era, además, lánguido e inoperante. El festejo popular por haber frenado a López Murphy se estrelló con la noticia del retorno del ministro insignia de los 90. Mientras la economía no encontraba piso, nuevos escándalos rodeaban operaciones como “El Megacanje” ejecutado por el Secretario de Política Económica Federico Sturzenegger junto a Cavallo, otro delito también impune.

La sucesión de episodios de crisis sin salida a la vista se instaló en el invierno de 2001 como una gran nube negra sobre el conjunto de la sociedad argentina. Las grandes jornadas piqueteras de aquel invierno vinieron y se fueron. Había conflictos en todo el territorio nacional, pero sin obtener avances significativos. Parecía cumplirse el mantra neoliberal de la Thatcher: “no hay alternativa”.

Protestas piqueteras y represión de Gendarmería en Mosconi, Salta, el 21 de julio de 2001. Foto: Marco Díaz Muñoz.

En ese marco, las legislativas de octubre de 2001 en las que el Justicialismo se alzó con la victoria y el gobierno recibió un voto castigo abrumador, dejó un mensaje rotundo: el voto en blanco o nulo alcanzó cifras récord en la historia de la democracia argentina, que sumado al ausentismo, marcó que un 41% del padrón eligió no votar a nadie. En algunos distritos, como CABA o Santa Fe, el “voto bronca” resultó ganador. El rechazo al sistema político burgués era generalizado. Ese mismo mes la desocupación llegó al 18,3%.

3. Se viene el estallido.

El mes de diciembre comenzó con la noticia de que el FMI había decidido interrumpir el flujo de capitales comprometidos en el “Blindaje”, soltándole la mano al gobierno. Para mitigar el impacto en el sistema bancario el 2 de diciembre Cavallo anuncia el “Corralito”: la prohibición de extraer dinero en efectivo en sumas superiores a 250 pesos-dólares por semana. La medida cortó en seco el movimiento de dinero en una economía ya en crisis y quebró todas las cadenas de pagos. El impacto en los sectores informales fue mayúsculo.

El 13 de diciembre la CGT oficial, los sectores disidentes de la CGT -como el MTA- y la CTA realizaron una huelga general contra la política económica del Gobierno, la de mayor adhesión hasta ese momento. En distintos puntos del país comenzaron a multiplicarse las protestas populares y en algunos puntos volvieron por primera vez desde 1989 los saqueos.

En ese contexto la CTA junto con un arco de organizaciones -el FreNaPo- realizó los tres días siguientes -14,15 y16- una consulta popular en la que participaron 3 millones de personas para que se implementen seguros de empleo y formación para jefes y jefas de hogar desocupados, una Asignación Universal por hijo y otra para los mayores de 65 años sin jubilación ni pensión. Distraída quizás con el éxito de esa iniciativa, la CTA estaba a punto de quemar buena parte del capital político acumulado en los años de resistencia, cuando vacilaría tres días después ante el reclamo de sus bases de sumarse a las protestas.

Día a día se multiplicaban los saqueos en el conurbano y las periferias de las grandes ciudades, donde las fuerzas policiales, ante la marea humana del pobrerío desesperado, optaban por liberar zonas y dejar pequeños comercios a su suerte, mientras protegían a las grandes cadenas de supermercados. Al menos siete personas fueron asesinadas por las fuerzas de seguridad y algunos propietarios de comercios en estos días.

Lejos de parar, la situación social era insostenible, la miseria y el hambre sacaban a más y más personas de sus hogares y los saqueos, los robos a camiones y las protestas callejeras se multiplicaban.

La crisis política llegó a su máximo punto cuando al caer la noche del 19 de diciembre De La Rúa en cadena nacional anunció la implementación del Estado de Sitio en todo el territorio nacional. Como respuesta, en las principales ciudades del país empezaron a escucharse cacerolazos de protesta y cientos de miles, o millones, de personas de barrios y zonas hasta ese momento no afectadas por la convulsión social, esto es, de “clase media”, salieron a las calles a rechazar el Estado de Sitio y exigir la renuncia de De La Rúa. Esa noche se empezó a escuchar la consigna “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo” en la Plaza de Mayo, en el Monumento a la Bandera, en la Quinta de Olivos.

Cacerolazo en Buenos Aires la noche del 19 de diciembre de 2001. Foto: Indymedia Argentina.

Esa noche renunció Cavallo y a medida que avanzaron las horas del día siguiente, todo el gabinete.

Mientras las protestas en los barrios de clase media transcurrieron sin mayores alternativas esa noche, en los barrios populares de varias ciudades se desataba la represión. Como en Rosario, provincia de Santa Fe, donde el trabajador estatal y militante social Claudio “Pocho” Lepratti fue fusilado en la terraza de la escuela donde cocinaba, al reclamar a la policía que dejen de disparar porque había chicos comiendo.

En la mañana del jueves 20 de diciembre quedaban algunos, pocos, manifestantes de la noche anterior en la Plaza de Mayo. Empezaron a llegar más personas, manifestantes de organizaciones populares y de izquierda, y después las Madres de Plaza de Mayo para realizar su ronda de los jueves. Entonces la Policía Federal empezó a reprimir primero en la Plaza y luego en todo el centro de la Ciudad.

Las Madres fueron atacadas por la Policía Montada, que desató una cacería. Los efectivos empezaron a disparar con escopetas y armas de distinto calibre, y a las balas de goma y los gases lacrímogenos les sumaron proyectiles de plomo.

Esto era transmitido en vivo y en directo por todos los canales de televisión y por la incipiente internet. Miles y miles de manifestantes, jóvenes y activistas de los barrios y del conurbano, reaccionaron yendo a Plaza de Mayo para reclamar la renuncia de De La Rúa y enfrentar a la Policía. La Ciudad de Buenos Aires se convirtió en escenario de lo que llamamos entonces “La Batalla de Plaza de Mayo”.

La rebelión del 20 de diciembre de 2001 en Buenos Aires. Foto: Nicolás “El Francés” Pousthomis, Indymedia Argentina.

A las 16 horas del 20, De la Rúa anunció por cadena nacional que no renunciaría e instó a la oposición y otros sectores a dialogar.

En otras ciudades del país volvieron a autoconvocarse cacerolazos y marchas exigiendo la salida del mandatario.

Casi cuatro horas más tarde, con el país incendiado y en la mayor soledad política, De La Rúa presentó la renuncia y se retiró de la Casa Rosada por el techo en helicóptero, en una imagen que quedaría grabada a fuego en toda una generación.

Su ida se celebró masivamente en las calles y en las plazas.

39 personas, entre ellas siete adolescentes, fueron asesinadas por la represión en aquellas jornadas.

4. El despertar.

Para cientos de miles de personas, en particular para quienes fuimos jóvenes en los 90, esas jornadas fueron un antes y un después, de una vez y para siempre. Sentir que teníamos el poder de frenar el ajuste, de poner contra las cuerdas a un gobierno injusto, apático, violento e intolerable y llevar a la renuncia al que había ordenado fusilarnos en las calles fue una sensación colectiva de empoderamiento, de renacer de la alegría y la esperanza como no creíamos poder sentir desde hacía muchísimo tiempo. En aquella crisis terrible, de pronto éramos felices de habernos encontrado, de luchar, de avanzar. Estábamos viviendo un despertar político y muchas y muchos ya no volveríamos atrás.

“No sé, fue como un click en la cabeza, yo nunca pensé que pudieramos hacer esto”, es una frase textual de aquellos días, reflejada en una de las cientos de crónicas y reflexiones que en los días posteriores se compartieron en Indymedia Argentina junto a otros espacios alternativos y comunitarios de la primitiva internet de aquellos días.

“Las jornadas del 19 y 20 de diciembre, a pesar de los medios de comunicación, los políticos e ideólogos que quieren tergiversarla y luego borrarla de la historia, quedarán en nuestra memoria para siempre”, escribíamos. Ya entonces en esos días había quienes querían cambiar el sentido de lo que habíamos vivido.

La crisis política continuó a todo ritmo: se sucedieron Ramón Puerta, que convocó a la Asamblea Legislativa para elegir un nuevo presidente; Adolfo Rodríguez Saá, que dispuso la suspensión del pago de la deuda externa y duró sólo siete días; se hizo cargo del Poder Ejecutivo el presidente de la Cámara de Diputados Eduardo Camaño, quien procedió a convocar otra vez a la Asamblea Legislativa. El 1° de enero de 2002 asumió la presidencia interina el exgobernador y senador bonaerense Eduardo Duhalde.

En las calles continuaban las protestas y los cacerolazos y el enorme repudio ante el sistema político, que desembocó rápidamente en otro fenómeno inesperado: las asambleas populares, en las plazas y en los barrios.

Aunque su auge duró sólo pocos meses, el espíritu de autoorganización, democracia directa, solidaridad y horizontalidad que las guió perduró mucho más allá de la disolución de la mayoría de las asambleas. Se retroalimentó con los movimientos sociales, dentro de los cuales persiste con mucha más vitalidad que la que se pudo sostener en la mayor parte de la “clase media”.

Resistió en los centros ocupados, floreció en las experiencias culturales, en las empresas recuperadas y las cooperativas de trabajo, en el movimiento de asambleas ambientales, en los medios alternativos y de comunicación popular.

Se replicó en experiencias dentro del movimiento obrero, relativamente refractario a aquellas jornadas como tal.

Resurgió con fuerza en la siguiente década en el movimiento feminista tras años de lucha de unas pocas activistas que, en los años posteriores al 2001, pusieron en pie la primera Campaña por el Derecho al Aborto e hicieron crecer de la nada a la total masividad los Encuentros de Mujeres.

5. El 19 y 20 sigue acá.

Ya lo advertíamos en los primeros días tras aquellas jornadas. Había demasiados interesados en tergiversar lo que habíamos vivido, en ningunearlo, en formatearlo en algo inofensivo o funcional a la rosca política. El primer interesado era el propio De La Rúa, que nunca reconoció la movilización popular como tal y se esforzó en reducir todo lo ocurrido, hasta el último día de su vida, a una conspiración de Duhalde. Tampoco admitió su responsabilidad en la criminal represión estatal.

Otra gran reescritura de la historia la desarrolló el kirchnerismo, la principal apuesta desde el interior del sistema político burgués para reconstituir la legitimidad perdida. Para el relato que se despliega en los años posteriores desde los progresismos panperonistas, el 2001 fue “sólo una crisis” y el despertar político de aquella generación se traslada al 2003, con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia, y más aún, con su gran momento de refundación, la confrontación con las oligarquías rurales en 2008.

Ese año marca el momento en que al poder económico y la burguesía local dejan de tolerar las políticas heretodoxas que desplegó el kirchnerismo. El cagazo que les agarró tras el 2001 se les termina de pasar y consideran que ya estuvo bien, y desde entonces apuestan a reinstaurar la hegemonía neoliberal sin matices que añoran de los 90.

Logran su mayor éxito en 2015 con la llegada al gobierno de Mauricio Macri, que de todas formas se vio obligado a implementar lo que llamó “gradualismo”, para no despertar al monstruo. Que igual asomó la cabeza en diciembre de 2017 con las masivas movilizaciones de organizaciones populares y sindicales, enfrentamientos durante horas ante el Congreso y la sorpresa del cacerolazo porteño a la noche (otra vez el rechazo a lo represivo, como con la intentona del 2×1 a los genocidas de la Corte Suprema). En ese momento el proyecto de Macri entró en crisis y empezó el derrotero que lo llevaría a abandonar el gobierno en 2019.

Lo sucederían dos años anómalos donde la pandemia nos sacó demasiado tiempo de la calle, donde transcurrió siempre una parte sustantiva y muchas veces definitoria de la historia de nuestro país. Eso que ya era cierto antes, lo es mucho más profundamente desde el 19 y 20 de 2001.

Aunque se sucedan los intentos de reescritura de la historia, aunque los sectores que encarnan el capitalismo sin ambages aspiren a retonar recargados en 2023, desplazando a quienes buscan administrar un capitalismo de buenos modales en tiempos de plaga sin demasiados éxitos ni luces, ni unos ni otros han podido ignorar la potencia del estallido popular que, como un fantasma, está ahí siempre, marcando la cancha desde los márgenes a la política argentina. Insuficiente para terminar de torcer la historia, falto de una síntesis que genere una dinámica distinta, pero omnipresente, amenazante para los que quieren arrebatarnos todo y condenarnos a la más absoluta explotación. Ese estallido, esa potencia, somos nosotros. Ese futuro.

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