Por primera vez en la historia, un juicio de lesa humanidad se enfocó en la declaración de cinco mujeres trans y travestis víctimas de la dictadura.
Por María Eugenia Ludueña. Edición: Ana Fornaro.
Por primera vez en la historia, un juicio de lesa humanidad se enfocó en la declaración de cinco mujeres trans y travestis víctimas de la dictadura en el Pozo de Banfield. También participó una testigo experta travesti, la activista Marlene Wayar. En la jornada 101 del juicio por delitos perpetrados en las brigadas del sur del Conurbano de la provincia de Buenos Aires, conocida como causa Brigadas, brindaron su testimonio ante el Tribunal Oral Federal (TOF) 1 de La Plata Carla Fabiana Gutiérrez, Paola Leonor Alagastino, Julieta Alejandra González, Analia Velázquez y Marcela Viegas Pedro, sobrevivientes, contaron a los jueces (Walter Venditti, Esteban Rodríguez Eggers y Ricardo Basilico) que estuvieron cuando eran muy jóvenes en el Pozo de Banfield, uno de los 230 centros clandestinos que funcionaron en la provincia de Buenos Aires bajo el Terrorismo de Estado.
En la misma investigación, ya había declarado Valeria del Mar Ramírez. Valeria fue la primera mujer trans que se convirtió en querellante en esta misma causa y dio su testimonio en la jornada 88 de este juicio, donde contó las violencias y tormentos sufridos, también en el Pozo de Banfield. Los acusados son Jaime Smart (a quien durante la transmisión se lo veía por la pantalla hablando por celular mientras una de las víctimas declaraba), Jorge Antonio Bergés, Roberto Balmaceda, Alberto Candioti, Carlos María Romero Pavón, Juan Miguel Wolk, Héctor Di Pasquale y Luis Horacio Castillo.
De acusadas a querellantes
En la jornada de este martes 18 de abril las cinco mujeres trans/travestis que declararon como víctimas contaron que sufrieron la privación de su libertad en lo que luego supieron fue el centro clandestino Pozo de Banfield. Que sufrieron abusos, violaciones y diversos tipos de violencia sexual y psicológica. A muchas las obligaron a trabajar y las secuelas de los tormentos que padecieron permanecen hasta hoy. En sus relatos recordaron a muchas otras con las que compartieron cautiverio. Y dejaron en claro que ellas son sobrevivientes y que su declaración es también una forma de lograr Memoria, Verdad y Justicia para todas aquellas que quedaron en el camino y murieron a edades tempranas a causa de la violencia estructural, que continuó bajo otras formas pasada la dictadura cívico militar.
Esa persecución y criminalización que siguieron sufriendo, llevó muchas veces a travestis y trans a la justicia como acusadas. Este martes, después de muchos años, al menos algunas de ellas por fin pudieron contar lo que les pasó y ser escuchadas en el escenario judicial desde otro enfoque.
La audiencia duró 5 horas y fue transmitida a través de Youtube por La Retaguardia y Pulso Noticias, dos medios cooperativos que cubren este juicio que inició en 2020. Fue una de las sesiones que convocó mayor cantidad de público.
“En términos simbólicos la audiencia de hoy fue muy contundente porque parte de lo que venimos diciendo desde distintos lugares es que durante el Terrorismo de Estado parte de la persecución también incluyó al colectivo travesti trans”, dijo a Presentes la Auxiliar Fiscal Ana Oberlin. “Sabemos que sufrieron violencia antes y después del Terrorismo de Estado pero eso no quita que hayan sido sometidas a los mismos dispositivos, como muestran estos cinco testimonios de víctimas travestis y trans”.
Oberlin es abogada especializada en Derechos Humanos, Género y Derecho Penal, doctora en Derecho y Ciencias Sociales y familiar de desaparecidxs. Ella considera que “la contundencia de estas declaraciones está dada porque esto que ellas mismas contaron hoy, no había tenido un reflejo dentro de una de las las cuestiones más importantes que tiene Argentina como son los juicios de lesa humanidad que se vienen llevando adelante. Esto marcó la sistematicidad de la persecución a este colectivo hacia muchas más personas que las que logramos que lleguen a juicio hoy. En términos de lesa creo que hay un antes y después. Es la primera vez que hay un grupo tan grande de víctimas que son escuchadas. Ojalá este sea un primer paso y otros tribunales hagan lugar a esos planteos. Que tenga un reflejo y quede inscripto en una sentencia como parte de lo que pasó en Terrorismo de Estado”.
Para ellos nosotras éramos monstruos
La primera en declarar fue Fabiana Gutiérrez. Lo hizo por videconferencia, desde Italia, adonde llegó huyendo de las violencias hace más de 40 años. Carla contó que era una adolescente cuando fue llevada al Pozo de Banfield.
“En una de las noches que empecé a trabajar en la calle, yo era muy chica, vivía cerca de La Tablada, tenía 14 o 15 años, empecé a trabajar en la ruta. En 1976 o 1977 fui llevada en un coche particular, yo era menor, lloraba, fui detenida a la fuerza. Fue la primera vez que me detuvieron. Me sacaron del auto a las patadas, me tiraron en un lugar que no se podría decir que era una celda.
Nunca fui registrada. Había otras chicas, me decían no vayas a decir que sos menor porque es peor.
Me sacaron los zapatos, me dejaron media desnuda. Para comer teníamos que pedirles que por favor nos dieran las sobras, y teníamos que pagarles con sexo. Si querés comer tenés que hacer eso. Hacer esto era chuparle el pene. A veces te daban un mate cocido o un pedazo de pan.
Tres noches estuve ahí adentro. Creía que me llevaban por prostituta. La primera noche me encontré ahí con otras colegas, me dieron fuerzas.
Yo vivía enfrente de los cuarteles de Tablada y en la rotonda conocí a Claudia Lescano, que ya no está más.
La auxiliar fiscal Ana Oberlin le preguntó si recordaba otros nombres.
Estaba Estrellita, La Muñeco, La Jujeña, Paola Alagastino, con quien nos conocemos hace años. Estaba la Maricela. Quedamos pocas, muchas de las chicas murieron. Fui varias veces detenida, esa fue la primera”.
En una de las veces que me pegaron con un palo en la cabeza estuvo la Meri conmigo. Ellos nos daban patadas, nos decían putos de mierda. Cuqui López, La Perica, Norma correcaminos. Todas nos poníamos apodo. Yo era Fabiana la cañito. Me acuerdo de la Judith. De la Luli. De todas no me puedo acordar porque pasaron más de 40 años.
Yo era menor, cuando desaparecí mi mamá se dirigió a los cuarteles de La Tablada para ver si podía saber algo de mí. El oficial le dijo: no le habrá pasado nada. Yo salí al tercer día la primera vez.
No quería involucrar a mi familia, tener un hijo homosexual era la vergüenza del barrio. Me fui a lo de mi madrina a Villa Madero. Estaba cansada de estar en los calabozos, para ellos éramos animales pero cuando querían sexo nos venían a buscar a nosotras. Tenían problemas psicológicos porque nos terminaban pidiendo sexo oral o anal a cambio de un pedazo de pizza. No nos podíamos negar, si te negabas te mataban a palos.
Fabiana contó que anduvo por distintos lugares del país hasta que decidió irse a Italia en 1986.
Me vine sola. Nosotras nos acostumbramos a todo. Nosotras nos rompemos por las cosas que nos pasaron y nos hicieron. Que hoy se haga Justicia por nosotras es algo que ganamos después de tantos años de saber que no están más las chicas”, dijo Fabiana con la voz quebrada.
Ustedes sabrán que trabajamos en Panamericana, nos atropellaron y muchas también fallecieron ahí. Empezar en otro país no es fácil. Yo tuve suerte después de haber sufrido tanto y encontrar gente, trabajar en un restaurante. De la Argentina tengo lo peores recuerdos de mi vida por las injusticias que sufrí. Para ellos nosotras éramos monstruos. No se puede entender cómo nos trataban. Haces sexo con una persona y a la vez la odias, no se puede entender. Creo que tenían problemas psicológicos. Yo vi cuando le doblaban los brazos a una compañera. O cuando me pegaron un palazo en la cabeza, que me dejó secuelas hasta hoy, la cabeza toda hinchada, el cráneo astillado. Un amigo me llevó al hospital Salaberry. Hasta el día de hoy sigo teniendo dolores, pierdo la memoria a veces, sigo tomando pastillas. Son cosas que pasaron y cosas que quedan dentro de nosotras. Por más que somos fuertes a veces nosotras mismas nos rompemos.
Ellos hacían lo que querían con nosotras
Paola Leonor Alagastino fue la segunda testigo, también por videconferencia desde España. Contó que tenía 17 años cuando la llevaron de Camino de Cintura, la metieron adentro del baúl de un Falcon Blanco, en el invierno de 1977, y la llevaron a la Brigada de Bánfield, donde funcionó este centro clandestino.
“Cuando me bajaron, pensé que me iban a matar. Gracias a Dios no sucedió eso. Pero fui maltratada, violada, me pegaron con palos. Algunos estaban ahí de civil y algunos llevaban esas ropas no de policía, sino una ropa gris con botas negras. Teníamos miedo, nos trataban mal, nos insultaban, nos decían de todo. Querían sexo y si no había sexo, eran palos.
Nos daban el borde de la pizza. Nos decían puto, maricón, ustedes tienen que morirse, los vamos a matar, los vamos a tirar por ahí y quién los va a buscar.
Escuchábamos la picana a las chicas y chicos en otro piso arriba. Era un infierno todo eso. A Fabiana la agarraron y le pegaron con palos en la cabeza. No les importaba nada de nosotras, peor que un animal nos trataban.
Nos dábamos cuenta cuando llegaban al lugar los militares por esas botas que hacían ruido. Pum, pum. Gritaban y le daban picana. Nosotras pensábamos que nos tocaba. Hubo palo, violaciones, hambre, frío, insultos. Horrible lo que pasamos. Además de Fabiana recuerdo a Yenny, Mónica, Estrellita. Pero ellas no están mas con nosotras. Fallecieron todas. Estaba Maricela, está viva. Somos pocas. Perica. Cuqui. Marcela que falleció hace 2 o 3 años. Carla. Una vez me hicieron pasar a la oficina del comisario. Me mostraron una foto y me preguntaron: ¿La conocés a ella?
Cuando le preguntaron cómo sabía que a las secuestradas le aplicaban picana, contó que se daba cuenta por las lámparas y luces, que subían y bajaban, y por los gritos.
Estábamos en un lugar como si fuese que no existíamos.
Querían sexo y si la persona no quería, venían palos y más palos. No era sexo, eran violaciones. Ellos hacían lo que querían con nosotras. A estos putos hay que matarlos, decían.
Después me quedó miedo hasta de salir a hacer las compras.
Cuando llegué a España fui la personas mas feliz del mundo porque sabia que no iba a sufrir más.
Continuamente se sentía la muerte
Analía Velázquez, tercera testiga, declaró de modo presencial, sentada ante una mesa desde donde colgaba una bandera del Archivo de la Memoria Trans, que permaneció durante las declaraciones de las dos víctimas siguientes. El Archivo de la Memoria Trans colabora con esta investigación aportando datos de personas trans y travestis sobrevivientes que fueron víctimas del Terrorismo de Estado.
“Yo tenía 22 o 23 años. Fui secuestrada de la casa de mi familia y llevada al Pozo de Banfield, donde estuve en varias oportunidades. Por lo general siempre nos llevaban de madrugada.
He pasado todo tipo de torturas, también psicológicas. Me han violado. He escuchado cosa muy horribles por las noches. Ellos decían “máquina”, se sabía que eso era picana, y advertían que en cualquier momento me podía pasar. En una oportunidad me hicieron desnudar, llegué a conocer una cama elástica, toda de metal. Decían que ya me iba a tocar.
Cuando querían nos sacaban de la celda y nos hacían hacer strip tease, querían que bailáramos para ellos, a veces estaban alcoholizados. Recuerdo estar con una compañera y nos sacaban fotos y nos preguntaban cuál de las dos era más linda. Me he negado. Estaba muy nerviosa, siempre fui de temperamento nervioso. Y creo que el cuadro de ella estaba puesto en una de las oficinas del comisario. Esa chica se llamaba Claudia Lescano, creo que ya no esta.
Entre 1976 y 1978 estuve 6 o 7 veces en ese lugar. Recuerdo a Paola Leonor, Fabiana. Perica. Claudia Maderna. Judith.
No solo éramos travestis ni trans sino que había otras mujeres que hacían lo mismo que nosotras. En ese lugar sufrimos tortura, hambre, frio. Dormíamos sobre papel de diario. No nos daban de comer. Si bien a mi me atendía mi familia, no comía porque soy muy delicada. Estaba siempre como….enojada.
Mi familia me ponía un abogado para saber cual era mi destino y ese abogado me encontraba. Mi madre y mi hermana hacían hábeas corpus.
De día estaban policías y de noche militares. Me sacaban de madrugada y me bañaba con agua fría.
Continuamente se sentía la muerte, se oían los gritos de las personas a las que les daban picana. Hombres, mujeres, señoras y chicos que lloraban. Mamá no me abandones, gritaban.
Todo eso pasaba en el Pozo de Bánfield. Era un lugar como una pocilga.
Mi nombre de pila era Maricela. Tuve que hacer juicio para ser reconocida como mujer y como argentina. He salido en diarios, en revistas, en el noticieron, en televisión. Existía una revista que se llamaba Asi. Mi familia estaba muy asustada porque se decía que yo era una delincuente, no lo era. El barrio estaba convulsionado. Ellos te inventaban causas, hacían lo que se les ocurría con nosotras.
Nos soltaban de madrugada. Me llevaban a una estación de trenes, yo iba pidiendo plata para poder llegar a mi casa. Nunca sabía dónde estaba, por donde salía.
A veces estaba 15 días, o 30, 60 y a veces hasta 90 días nos tenían tiradas en esos lugares.
Analía contó al Tribunal que en un momento tuvo que teñirse el pelo de negro y salir del país por Misiones para cruzar a Foz do Iguazú en Brasil. De ahí se fue a San Pablo, anduvo por Río de Janiero. Después volvió a la Argentina y cayó presa. Y se fue a Europa.
¿Cómo me siento después de todo esto que vivi? Con muchos miedos, con muchos temores que no se van. A veces no duermo, tengo pesadillas. He vivido en lugares muy oscuros. Tengo eso. Soy muy nerviosa.
La abogada de la querella de Abuelas de Plaza de Mayo, Coleen Torres, le preguntó si sabía la edad de los niños que mencionó en su testimonio, cuyos gritos escuchaba,
-Tendrían 6 o 7 años.
Ahora vas a saber lo que es bueno
A Marcela Viegas Pedro, como cualquier persona que va a declarar después de haber sufrido años de violencias, le temblaba la voz. Contó que cuando estaba por cumplir 15 años fue secuestrada en Camino de Cintura, provincia de Buenos Aires, adonde llegó escapando de Rosario (Santa Fe).
-Fui detenida, desaparecida y después pude volver otra vez. Fue entre fines de 78 y principios del 79. Tuve que ir a trabajar a Camino de Cintura, por persecución en Rosario.
Una de mis amigas en Florencio Varela, que colaboraba con la policía, me ofreció de ir a trabajar a su lugar. Era un lugar en la ruta donde había un montón de fábricas. Todas las noches tenía que pagar un canon al patrullero y cada tanto hacer favores sexuales. Cuando me agarraron yo dije: hoy me toca hacer el favor sexual.
Esa noche fue diferente porque cuando estoy adentro del patrullero me ponen unas bolsas de cebolla en la cabeza, me llevan no se adónde, me entregan a otras personas no sé a quiénes. Termino en una celda. Y me acuerdo de todas las palabras: Ahora vas a saber lo que es bueno, puto.
Al día siguiente empezó el calvario. Sistemática y metódicamente todos los días me venían a buscar. Me ponían una capucha. No sé adónde iba. Teníamos una venda y yo podía espiar por abajo. Me tiraban en una cama. Me ataban. Y me ponían 220 (electricidad).
Ellos querían que yo dijera los nombres de los chicos con los cuales salía, su domicilio y de qué hablaban, pero mi única relación con ellos era sexual, no conocía sus nombres. Además de eso también me violaban. Y después me volvían a la celda.
Cuando Oberlin, la fiscal auxiliar, le preguntó si recordaba a alguna persona, Marcela dijo que tenía muy fresca la imagen de un morocho de cejas gruesas.
El que me viola. Y el que empalaba. Porque me metían esos palos negros en la cola, hasta que tenía hemorragias y después me volvían otra vez a la celda. No tengo mucha noción si subíamos o bajábamos.
No sabia si era mañana, tarde o noche. El lugar tenia una sola bombita y no había luz. Perdí la noción del tiempo ahí adentro. Una amiga me dijo cuánto estuve ahí: 17 días.
Soy una persona que mide 1,77 y pesa entre 78 y 80 kilos y salí con 40 kilos.
Gracias a mi amiga Gina Vivanco y estoy acá pudiendo contar, ella ya no está más.
Se escuchaba más gente ahí adentro. Como de gente de mi misma edad, 15 o 16 años.
Yo tenia un noviecito que me llevaba en el auto y me esperaba en la vereda de enfrente (de donde trabajaba). Cuando vio que me metían ahí, le fue a contar a Gina, era el lugar donde ella hacía el arreglo.
La persecución duró hasta hace poco. Hace unos años me hicieron un reconocimiento por ser una mujer trans sobreviviente, y desde esa muestra está mi foto colgada en la Universidad Nacional de Rosario. Nosotras no tenemos 40 años de democracia, tenemos 12, desde que se aprobó la Ley de Identidad de Género.
Los militares se van, empieza una época de democracia pero ahí llegan las contravenciones. Es una hijaputez que nos pongan prostitución y vagancia. Yo iba a trabajar todas las noches porque por ser travesti no me iba a dar trabajo nadie.
Vagancia no era porque tenía que hacer eso para poder pagar mi techo, mi comida, sustentarme.
Me quedaron secuelas de las reiteradas empaladas. Estuve medicada. Hay un medicamento que puede cortar esa problemática. No tenía continencia. Me hacia popó encima. Me da mucha vergüenza.
Trabajo esclavo y abuso sexual
Julieta Alejandra González fue la última de las testigas víctimas. En su declaración, contó:
“Yo tendría 19 o 20 años, fue en 1977 o78. Nosotras en ese tiempo ejercíamos la prostitución en Acasusso, San Isidro. Nos dijeron que subiéramos a un auto, subimos, nos llevaron a San Martín. Ahora vas a ver, me decían. Me habían agarrado de los pelos. Te voy a pelar. Como a la madrugada viene un hombre. Ahí no nos querían.
En el segundo calabozo, después del traslado, nos trajeron dos colchones azules de lana. Tenían pelos y coágulos de sangre. A la mañana nos sacan, estaba medio de noche aún, que hiciéramos el mate cocido. Nos preguntaron su sabíamos cocinar.
Al Negro (Claudia Gómez) y a Judith los ponen a picar cascotes. A la mañana vemos que era grande el lugar. Tenían como dos fosas donde nos hacían lavar los autos. Tenían barro, pero adentro muchos tenían sangre. Siempre recuerdo mucha sangre en un Falcon amarillo. Nos hacían cocinar, lavar la ropa, lustrar borcegos. También abusaban sexualmente de nosotras.
En un momento escuchábamos llorar a una chica. Y después escuchamos llorar a un bebé. Y después la chica no se escuchó mas y el bebé tampoco. Como que nació el bebe. Tenía unos repulmones porque lloraba fuerte. Pensar que nosotros estuvimos en ese nacimiento, decíamos después. Gritos de gente joven se escuchaban. Chicas y chicos. Cuando gritaban se sentía como que la luz subía y bajaba.
Cuando nos llevaban a tener relaciones, no nos podíamos negar. Pasaba también en las comisarías. En otro momento, recuerdo que una vez en la Panamericana, cuando se estaba construyendo, nos llevaron y nos hicieron violar por todos los soldados, después nos soltaron, ese día no nos llevaron presas.
Yo pude verlos a muchos a la cara. Ellos te manoseaban toda, los pechos, en ese tiempo no existía silicona ni prótesis, nos poníamos anticonceptivas de mujeres, te crecía el pelo. Pasaban y te manoseaban. Nos llevaban al calabozo, después de limpiar, a la tarde. Una vez bajo y estaba esta persona. Vení, yo le decía no, no. Me agarró del brazo y me lo dobló. Sí que vas a ir, me tira del pelo y me mete en una pieza. Ahí tuve que hacer lo que él quiso.
La mirada de Etchecolatz
Una vez que estaba viendo la tele me pareció que había visto a uno de esos militares. La mirada era muy penetrante. Lo teníamos así enfrente la noche que llegamos. Y cuando lo enfoca la televisión, la mirada que vi era como volver el tiempo, lo estaban juzgando. Cuando dicen en la tele “el famoso Pozo de Banfield”, ahí me doy cuenta que estuve detenida ahí.
-¿Sabes el nombre de esa persona?, le preguntó Oberlin.
Ellos decían era Etchecolatz. Yo lo tuve ahí enfrente. Cuando lo enfocaban la mirada era la misma que cuando lo conocí. Para mi era la misma persona, pero ya vieja. La mirada era la misma.
Mi mamá me encuentra como a los 15 días de estar ahí.
A veces escucho ruidos, el llanto del bebé. Los gritos me hacen mal, más si son gritos desesperados. Una cosa es gritar de alegría pero el grito de dolor es diferente. Me hace recordar a ese lugar, siempre.
Marlene Wayar, testiga experta
En la audiencia de este martes, la activista travesti, ceramista y psicóloga social Marlene Wayar declaró como testiga de contexto. En noviembre de 2020 había declarado en el mismo rol ante la Corte Interamericana de DDH en el juicio histórico por el asesinato de la activista trans hondureña Vicky Hernández Honduras.
Marlene explicó al Tribunal algunos conceptos para enmarcar la hasta hace poco invisible persecución del colectivo travesti trans y el impacto social del accionar del Terrorismo de Estado. Habló del perfil de ciudadano obediente, enmarcado en la heterosexualidad obligatoria, que entronizaban las fuerzas armadas.
“Hay una cuestión jerárquica en la que podemos ver que como grupo poblacional destinatario de una política especifica de persecución van a ser destinadas a policías locales porque no suponen un peligro tan intenso como supone el perpetrador que son los polos gremiales, sindicales, estudiantiles que participan del activismo político particular. Tenemos que enmarcar esto, ver el sistema sexogenérico específico”, explicó Wayar. “Si no nos enmarcamos en esto, no vamos a poder analizar cuál es la pertinencia, la particularidad y la especificidad de este llamado proceso de reorganización nacional. Esta fuerza opresora busca sobre todo un hombre familiero, que vaya de casa al trabajo, que no haga juntas masivas. Se entiende a disidencias sexuales en ejercicio de prostitución como una amenaza al sistema familiar cristiano”.
Para la activista y teórica travesti, los relatos de esta época van a cambiar respecto de los anteriores o posteriores. “Se empieza a elegir a hacer una inteligencia para saber quiénes son travestis y sacarlas de sus casas. Es fácil encontrarlas en la calle, en zonas de prostitución. Al sacarlas de sus hogares, se hace efecto de visibilidad que estas personas son peligrosas, nocivas o contagiosas como el discurso que se pretende contra los activismos políticos”.
Wayar considera que estas prácticas que vincularon a travestis y trans con ideas de peligrosidad social, abonaron a un estigma que llega hasta nuestros días. “Eso surtió un efecto arrollador de carácter masivo. Lo que observamos en las estadísticas es que personas travestis y trans empiezan a ser expulsadas de su hogar ni bien asumen su identidad de género, en promedio a los 13 años. Empiezan a quedar en situación de calle. Esto es un efecto de toda esta propagando previa que se ha hecho con tanta crueldad durante el proceso genocida”, explicó.
Es importante que una travesti cuente
Recordó a Lohana Berkins cuando dijo que hubo una generación postdictadura que no sólo se cambió el nombre sino también el apellido. En sus palabras: “Hay un proceso donde las masculinidades han obedecido a ese operativo normalizante de los procesos dictatoriales de cumplir con una moral determinada, incluso a costa del amor que se debe brindar un hijo o hija. Y esto no venía sucediendo así de manera masiva”.
Wayar habló acerca de los usufructos de la caja chica de la policía, de los diferentes usos, reales y simbólicos, que se dio a esos cuerpos. “Con la idea de que nadie va a pedir explicaciones por ellas, se siembra que todas las personas que estén relacionadas con estos cuerpos también son juzgables y están contaminadas. Es importante que una travesti salga de un campo de concentración donde ha visto atrocidades y las cuente. Porque puede provocar un efecto. Después del proceso militar hemos tenido que escuchar miles de relatos. Pero una no ve que nuestros relatos interesen. Por eso la importancia trascendental histórica porque es este juicio es de los primeros donde podemos escuchar estas voces. Nunca hemos tenido derecho a la verdad, a la justicia ni a la memoria, ni a sentir el respaldo de que nuestros cuerpos importan”, dijo y la sala la aplaudió.
“Esos cuerpos eran casi un juego en manos de personas macabras acostumbradas al ejercicio de la tortura. Podíamos ser un ensayo. No son cuerpos que importen. Es el papel barato donde se puede bocetar algo que va a ser hecho con otra calidad en otros cuerpos que les interesa. Las razones no podemos saberlas porque no estamos en condiciones de entender”.
“No tenemos abuelas travestis. Vivimos un promedio de vida de 32 años. Las generaciones posteriores no hemos podido conocer la picana porque no están en las comisarías pero todas las otras formas que siguen vigentes, las hemos vivido”, recordó. “Acaban de matar a una compañera en una comisaría en Pilar. Tenemos a Tehuel desaparecido”.
Y antes de cerrar, compartió: “He tenido qué pensar cómo venir a este juicio para no ser vista como una travesti libertina, porque está la posibilidad de ustedes de mirarnos y juzgarnos. Tenemos derecho a la vida, a proyectos de vida legítimos, deseables, amables. Tenemos derecho a la memoria, la verdad y la justicia. Por todas las muertas, que ni siquiera tienen una lápida, pido que las reconozcan por lo que quisieron ser”.