La cumbre en Buenos Aires, en medio de la crisis del multilateralismo y de la guerra comercial entre Estados Unidos y China.
La cumbre del G20 en Buenos Aires se produce en un momento en el que la idea de la globalización, con los Estados definiendo reglas de juego en común en reuniones periódicas, luce venida a menos y desdibuja el impacto concreto de un espacio multilateral.
Argentina está en el centro de las luces por su lugar de anfitrión y eso explica la euforia del Gobierno. Pero en los análisis no aparece la lectura de que algo demasiado útil vaya a ocurrir para el país ni para imprimir cambios globales, más allá de la posibilidad de una foto entre los presidentes de Estados Unidos, Donald Trump, y China, Xi Jinping, mostrando gestos de buena voluntad para apaciguar la guerra de aranceles. Tampoco hay expectativas de que la cumbre vaya a generar modificaciones centrales para el país, al menos no en materia de desarrollo económico de largo plazo.
El Gobierno preparó el escenario para que no haya perturbaciones públicas en los tres días más fuertes de presencia de mandatarios extranjeros, con un operativo que implicará el corte de la circulación de subtes, trenes, aviones y servicios portuarion, una amplia franja de la ciudad de Buenos Aires convertida en espacio restringido, la sugerencia de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, de “salir de la ciudad” y la certeza de un operativo reforzado tras el desborde en el menos exigente control de un partido de final de la Copa Libertadores, cinco días antes del arribo de los mandatarios a la Cumbre.
El director de la Maestría en Políticas Públicas de la Universid de San Andrés, Marcelo Leiras, le dijo a BAE Negocios que desarmar al G20 implicaría pagar algunos costos altos. “El G20 nació en un momento de avance del comercio internacional, de expansión de la democracia como forma de gobierno y del libre mercado como actitud de los estados respecto a la economía. Ninguna de esas tres cosas describe al presente. Pero sigue existiendo porque destruir a esos foros tiene un costo más alto para los gobiernos, en reputación, en las inquietudes que generarían y en la sensación de crisis. Es más fácil reunirse, incluso para no acordar absolutamente nada concreto”, explicó. Para Leiras, en lo esencial, al país, la cumbre “no le sirve para nada” en el desarrollo de largo plazo ni tampoco es útil para muchos de los países más poderosos. Pero sí hay un valor diplomático.
En esa misma línea, el politólogo investigador de la UBA, Julio Burdman, destacó que hoy los líderes mundiales ya dieron varias muestras de desconfianza respecto de la idea de que las instancias multilaterales sirvan para resolver problemas del orden global. “Eso no impide que sigan existiendo. Pasa con todas las iniciativas multilaterales. Se ponen en marcha y luego son activadas y desactivadas por los sucesivos gobiernos, que tienen diferentes tipos de compromiso con ellas. Y en todo caso su utilidad depende del nivel de empuje que le den los estados. En este momento tenemos un G20 poblado de presidentes que no creen en él”, dijo.
Otra cuestión es importante: que el marco de un G20 gobernado por países que imponen reglas de apertura económica posiblemente no sea propicio para que Argentina logre encontrar el camino al desarrollo, como sostienen muchas lecturas, no quiere decir que en el corto plazo algunos intereses y especialmente el Gobierno no le saquen provecho a la oportunidad de ser anfitriones de la Cumbre.
El beneficio, en el largo plazo, puede terminar en un mero endeudamiento, lo que definitivamente es una posibilidad, pero todo parece indicar que el hecho de que Argentina haya recibido tanta ayuda por parte del FMI puede estar relacionado con su rol de organizador.
Privilegios de pertenecer
“Nunca sabremos qué tan importante fue el hecho de ser anfitrión del G20 en el apoyo internacional que recibimos, que fue muy fuerte”, destacó el economista Gabriel Caamaño Gómez. Y es cierto. El primer acuerdo con el Fondo fracasó en tiempo récord. Y sin embargo el FMI no sólo perdonó al país por no haber cumplido las condicionalidades sino que además le amplió el aporte financiero en u$s7.000 millones y le adelantó la casi totalidad de los desembolsos para que se produzcan antes del 2020, es decir en pleno año de elecciones presidenciales.
Para el Gobierno el beneficio de corto plazo es claro. Y a la ayuda del FMI se le pueden sumar otros porotos. Leiras dio algunas pistas: “Al gobierno de Cambiemos la cumbre le sirve para demostrar una actitud distinta a la del gobierno anterior, por motivos ideológicos; un tipo de inserción internacional en particular. Y le sirve para otra cosa más: es una oportunidad para demostrar que no tiene miedo de reprimir las protestas que puedan surgir”.
“Uno de los rasgos más importantes del Gobierno es desde el comienzo la idea de que Cambiemos implica un retorno a las relaciones internacionales con occidente. Forma parte del relato. Estar vinculado con el G20, desde este lugar, es muy tentador, aunque se sabe que en el calendario Argentina estaba designada como anfitriona desde mucho antes”, redondeó Burdman.
Así, no para todos los intereses resulta inútil o cosmético el foro multilateral que paralizará a la ciudad el próximo fin de semana. Una arista que predomina entre las principales lecturas que genera la pregunta “¿para qué sirve la cumbre del G20?” es la de su efecto potencial como dinamizador de la economía argentina. Estar integrados, ¿de qué sirve? Ahí la por ahora invisible lluvia de inversiones aparece como protagonista. Aunque formar parte del G20 no va a ahuyentarlas, ya prácticamente nadie cree que vaya a provocarla.
Desarrollo y multilateralismo
Otra cuestión es la del desarrollo. Algunos analistas sostienen que el escenario del Grupo de los 20 no es el más propicio para encarar políticas que permitan un desarrollo inclusivo. La ex subsecretaria de Comercio Exterior, Paula Español, contó su experiencia: “Participé en reuniones del G20. En los espacios de negociación multilateral se limitan las herramientas de políticas productivas industriales que los países hoy desarrollados utilizaron para desarrollarse en su momento. Los lineamientos apuntan a cómo tener una mayor apertura de la economía, como si eso fuera a generar desarrollo”.
Y ahí aparece una clave que es que la política de los grandes países subiendo aranceles sin ningún remordimiento pero usando las herramientas multilaterales para impedirles hacer lo mismo a los emergentes no es una novedad histórica. El economista coreano Ha Joon Chang recreó un concepto interesante al respecto, en su libro “Qué fue del buen samaritano”, en el que se dedicó a reseñar las políticas proteccionistas que llevaron a Gran Bretaña, Estados Unidos, Japón, Corea, entre otros, al desarrollo. El concepto es el de “patear la escalera”.
Chang lo explicó así: “Al mismo tiempo que imponían el libre comercio a naciones más débiles, los países ricos mantenían aranceles altos, especialmente aranceles industriales. Ya en 1841, un economista alemán, Friedrich List, criticó a Gran Bretaña por predicar el libre comercio a otros países, pese a que había conseguido su supremacía económica por medio de aranceles altos y subvenciones considerables. Acusó a los británicos de ‘patear la escalera’ por la que habían subido para alcanzar la posición más alta de la economía mundial. Hoy las naciones ricas predican el libre mercado y el libre comercio a las naciones pobres con la finalidad de capturar porciones más grandes de los mercados y evitar la aparición de posibles competidores”.
No todas las lecturas son del todo pesimistas respecto a la importancia que puede tener la reunión de líderes en Buenos Aires sobre la economía local. El consultor en negocios internacionales, Marcelo Elizondo, opinó que la cumbre es una posibilidad real de mostrarse frente al mundo inversor. Pero coincidió en algo: “ Argentina, de todos los países presentes, es el más débil, y no puede exigir demasiadas cosas”.
Aunque mucho más pesimista, en eso también coincidió el investigador de la Universidad de San Martín, Alexandre Roig: “El G20 implica resignar autonomía en manos de la lógica financiera. El negocio de los commodities es financiero y si Argentina pretendiera plantear una agenda en torno a las manufacturas escaparía de esa lógica. El problema que aparece es que desarrollarse implica organizar la acumulación capitalista de forma tal que se beneficie la mayor cantidad de gente. Implica poner en el centro al trabajo, al salario y al consumo. La tendencia del capitalismo hacia lo financiero, en cambio, busca que los salarios sean bajos”.
Fuente: https://www.baenegocios.com/suplementos/El-G20-y-la-ilusion-de-la-economia-global–20181125-0035.html