El pueblo argentino frente al lenguaje de las balas

Argentina vivió otra semana convulsionada en la que contrasta el triunfalismo del gobierno y los poderosos que lo sustentan con la profundización de la deriva represiva y los síntomas de descomposición institucional.

20 de diciembre de 2001 en Buenos Aires.

Por Daniel Campione.

Un asesinato por balas de la gendarmería en un área fronteriza de la provincia de Salta puso de manifiesto la conjunción de pobreza y trabajo precario, al margen de las leyes. Atacada en nombre del combate a las “nuevas amenazas”, en línea con los preceptos de la DEA, el Comando Sur y el Departamento de Estado. El “bagayeo” de hojas de coca fue presentado como narcotráfico.

No habría que limitarse al papel que cumple la ministra de Seguridad y sus escasas aptitudes para el razonamiento lógico y la exposición oral coherente. Fernando Martín Gómez ha sido víctima de toda una política de criminalización de los pobres que abarca al conjunto del gobierno. Hace juego con el alineamiento total con EE.UU e Israel y el propósito de disciplinamiento de trabajadores y pobres.

Todo confluyó en el ataque a tiro limpio enmarcado en un “Proyecto Güemes” que hermana al gobernador de procedencia peronista Gustavo Sáenz con el gobierno nacional. Que no produjo sólo la muerte de Gómez, sino varios heridos, entre ellos al menos uno de gravedad.

Algo se pudre.

Es todo menos casualidad que en los mismos días hayan aparecido normas que establecen la intervención de las fuerzas armadas en funciones de “seguridad interior”, amén de otorgarle facultades al Poder Ejecutivo para determinar “objetivos estratégicos” que podrían ser defendidos de reales o supuestos ataques por los efectivos militares. La barrera entre “seguridad interior” y “defensa nacional” está en trance de ser derribada, en línea con lo que se preconiza desde el Norte.

Por añadidura el avance represivo es correlato de la marcha a fuerza de decretos del Ejecutivo sobre las facultades del Congreso Nacional. Desde el área sometida al poder directo del Presidente de la Nación se legisla sobre casi todo.

El mantra liberal del poder decisorio de la representación parlamentaria y la división de poderes se hunde cada vez más en el pantano de una discrecionalidad que no las reconoce en la práctica. Y cada vez las invoca menos en el discurso.

La cuestión no se detiene en la esfera legislativa. Al poder judicial se le ven los hilos de su subordinación a diversos poderes fácticos, a estructuras partidarias conservadoras. Y a persistentes políticas de desprestigio hacia unos y de encubrimiento sistemático para otros.

La Corte Suprema de Justicia genera en estos días su propio espectáculo decadente. Habilita juzgamientos ya caídos, como el de Cristina Fernández de Kirchner en la causa Hotesur-Los Sauces. Se aproximan las elecciones y se impone minar la imagen pública de la ex presidenta.

En otra línea la mayoría de la Corte (Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Juan Carlos Maqueda) busca protegerse frente al eventual nombramiento por decreto de dos nuevos integrantes. Y aprueba un sistema de designación de conjueces.

Eso no es nada. Tercia el cuarto ministro de la Corte, Ricardo Lorenzetti, con cuestionamientos a sus colegas que abarcan desde ambición desmedida de poder a gastos excesivos. Así como retardos e ineficiencia en su cometido esencial de juzgar como tribunal de última instancia.

Las disputas al interior de la “familia judicial” y las internas del campo de la derecha se libran con estruendo en el máximo tribunal.

No más “lucha anticorrupción”. Viva el dólar barato.

Otro costado que se deshilacha a ojos vistas es el de las banderas anticorrupción. El silencio “prudente” o cómplice ocupa ese espacio. El jefe del bloque de PRO en la Cámara de Diputados, Cristian Ritondo y el reciente titular de la agencia impositiva, Diego Vázquez, no son sujetos del cuestionamiento generalizado de la oposición.

Sólo Elisa Carrió y las no muy nutridas filas de la Coalición Cívica le han apuntado con fuerza a ambos. “Republicanos” casi no quedan, solo lo eran para oponerse a los gobiernos Kirchner.

En ambos casos la acusación es la misma. Bienes ocultos en guaridas fiscales bajo la cobertura de sociedades off shore. El ocultamiento de bienes mal habidos y la evasión tributaria son marcas de fábrica de la clase dominante argentina. La dirigencia política los secunda, en una escala bastante menor.

La airada expulsión del senador Edgardo Kueider queda sumida en su cuota de ridículo ante la manifiesta inacción parlamentaria cuando los ilícitos provienen de personajes con mayor relieve.

En el campo de la economía se afianza el clima de “éxito” del programa económico gubernamental. Ya se habla del “efecto riqueza” que tendría para minorías importantes de la población la conjunción de baja de la inflación y peso sobrevaluado.

El término “veranito financiero” ha pasado de moda, junto con las predicciones acerca de próximas devaluaciones. Parece apuntar un nuevo ciclo de reformas estructurales retrógradas y redistribución regresiva de la riqueza. Con el “dólar barato” como colchón susceptible de generar consenso por fuera de los sectores más desfavorecidos.

El final infeliz que suele recaer sobre esos recorridos en la historia de nuestro país parece hoy lejano. El consumo de importados baratos y la mayor posibilidad de viajes al exterior empiezan a arropar una vez más la promesa de que “esta vez sí será diferente”.

El oficialismo ya saborea lo que se supone es una buena perspectiva electoral para 2025. Lo estimula la ovación de los grandes empresarios. Han hecho ingentes ganancias en dólares y disfrutan o esperan los beneficios de las desregulaciones y el R.I.G.I. Sobre todo aguardan el aplastamiento de la organización sindical y los movimientos sociales.

La herencia de 2001.

Los movimientos populares más consecuentes prosiguen en el rumbo de lucha, mientras palian los efectos del desgaste sufrido en este año tan duro.  El espíritu de resistencia no se alimenta sólo de las reivindicaciones económicas y del combate contra el ajuste brutal.

Fluye en el mismo sentido la perspectiva de reverdecer el espíritu del “argentinazo” de 2001. Mediante el ascenso de nuevas formas organizativas y de refundación de tradiciones que se debilitaron en los tiempos siguientes. Las victorias de 2024 han sido pocas. Algunas significativas, como la evitación del cierre del hospital Laura Bonaparte.

El acto de recordación del 19 y 20 de diciembre albergó la impugnación al reforzamiento del aparato y las prácticas represivas; la búsqueda de impunidad para los genocidas, la reversión de las políticas de género y diversidades, la negación del cambio climático, el culto desenfrenado por el poder de EE.UU. Y sobre todo el supuesto imperio del “libre mercado” que encubre la intervención a favor de los poderosos.

El grueso de la militancia sabe que este no es un proceso que vaya a contrarrestarse, ni siquiera a detenerse, en las mesas de negociaciones, ni en la devaluada institucionalidad parlamentaria. Tampoco puede esperar ninguna garantía de un poder judicial despreocupado por completo de cualquier coherencia jurídica y del resguardo de las instituciones.

La oposición con más votos sólo espera recoger los sufragios del padecimiento y la desilusión en el plazo más corto que se pueda. No se propone ahorrar ningún sufrimiento, a veces pareciera ni siquiera interesarle un dolor que siente ajeno.

Los ámbitos populares más conscientes del sentido y alcance del proceso en curso necesitan como nunca la confianza en sus propias fuerzas. Construir sus liderazgos, ir al encuentro de los modos de expansión de las creencias y prácticas que los animan. Múltiples indicios apuntan a que no será un camino sencillo ni rápido.

Lo fortalecería la apuesta a que no sea un alivio pasajero. Y que no descansará en un recorte periférico del poder económico, ideológico y comunicacional sino en una acción sistemática y persistente para perforar sus propias bases.

Hoy nos enfrentamos a que el propósito de “bien común” es obvio que no existe para el “arriba”. Y a un sistema político que no tiene nada que ofrecer a los de “abajo”, salvo manipulación y silenciamiento.

No queda otro camino que la “invención” de una tradición nueva, un proyecto de transformación desde abajo que haga creíble la perspectiva de una construcción societal diferente.


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Fuente: https://tramas.ar/2024/12/22/el-pueblo-argentino-frente-al-lenguaje-de-las-balas/

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