El lunes, después de la foto con la que Martín Guzmán procuró exhibir un frente interno unificado antes que aterrizara la misión del Fondo Monetario, Máximo Kirchner se quedó a conversar un rato a solas con el ministro de Economía. La otra camporista del salón, Fernanda Raverta, ya estaba chocando puños con Sergio Massa, antiguo ocupante de su silla en la ANSES. Cecilia Todesca y Santiago Cafiero también habían salido.
-La reforma impositiva está bien. Charlala con ellos todo lo que quieras. Pero reforma laboral o cualquier otro retoque a lo previsional, olvidate.
El tono de la advertencia fue cordial. El jefe de la bancada oficialista en Diputados no quiere confrontar en público ni en privado con el del Palacio de Hacienda, pero sí marcar el límite de lo que considera un ajuste tolerable. No solo desde el punto de vista político -a las puertas del siempre temible diciembre y de un año electoral como 2021- sino también para no ahogar la reactivación económica que el Frente de Todos implora tras un desplome récord como el que impuso la pandemia.
Como hacía su padre con la recaudación casi a diario, el hijo mayor de los Kirchner monitorea obsesivamente indicadores de la economía real que en algunos casos también recolecta de modo artesanal. A un puñado de intendentes, por ejemplo, les pide que le informen los permisos de construcción y la diferencia entre los cierres y habilitaciones de comercios en sus distritos. A dos banqueros con los que tejió cierta confianza les consulta si crecen o caen los saldos en las cuentas sueldo de sus clientes. En base a esos informes y a lo que conversa con tres economistas, Máximo cree que 2021 puede ser un año de recuperación “casi vertical”.
Lo que le advirtió el mes pasado uno de esos consultores, ahora gobernador, es que un recorte demasiado severo del gasto puede trasmutar la crisis en un estancamiento prologando. Y que si bien la oferta puede recuperarse rápido, como ya ocurrió en la industria manufacturera, el estrangulamiento va a ser de demanda. De ahí su disgusto con la suspensión del cuarto pago del IFE. Dos semanas atrás, inmediatamente después del acto que compartió con intendentes del Conurbano para evocar a Néstor a 10 años de su muerte, esos mismos intendentes salieron a coro a pedir que el desembolso se haga. Terminó por imponerse la férula fiscalista de Kristalina Georgieva.
Una divergencia complementaria es la relativa al impuesto sobre las grandes fortunas que pisó Sergio Massa en la misma Cámara baja y que anoche terminó de pactarse que se tratará en una sesión especial el martes. En reuniones privadas la semana pasada, el líder renovador lo dio por caído definitivamente y hasta propuso como alternativa algo muy similar al contraproyecto que en su momento esbozó el macrismo: un bono para que suscriban voluntariamente los contribuyentes con patrimonios altos.
Uno de los diez mil potenciales contribuyentes que le propuso esa opción a Máximo la semana pasada se llevó una respuesta ambigua. “Si querés que sea un préstamo en vez de un impuesto, sabé que va a ser más caro. Va a tener que traer más guita y por más tiempo”, le dijo. Habrá que seguir el debate. Cerca suyo aseguran a la vez que empujará un bono de fin de año o “IFE focalizada” para compensar el tijeretazo de Guzmán. También habrá que verlo.
Consolidemos
Son movimientos de palacio que pueden prefigurar otros en la calle, como el que preparan para el martes próximo algunos gremios para celebrar el Día de la Militancia. Quizá sea incluso un acto más populoso que el de la CGT el 17 de octubre. ¿Será a favor o en contra del Gobierno? ¿A favor o en contra del Fondo Monetario? Quizá sea hora de hilar más fino. ¿Será a favor de unos y en contra de otros dentro del Frente de Todos?
El documento que publicó la CGT el martes por la noche contra las “restricciones presupuestarias” no solo mantiene el tono cauteloso de toda la era Macri-Daer sino que apela a otro eufemismo para evitar condenar el ajuste dictado por el Fondo, al que en Economía denominan “consolidación fiscal”. Su redacción respondió más a lo exhaustas que quedaron las arcas de las obras sociales por la pandemia que a la desilusion de los dirigentes por el súbito arranque fiscalista oficial. Muy distinto al comunicado de La Bancaria por el aniversario de las elecciones del 30 de octubre de 1983, donde Sergio Palazzo escribió: “No estamos de acuerdo con que ese necesario aporte a la riqueza no se sancione ahora. Tampoco con seguir con el actual y regresivo esquema tributario que castiga los ingresos”.
El que inequívocamente apunta a fortalecer a Fernández frente al ala kirchnerista del Frente de Todos es el pronunciamiento que ayer publicó un puñado de empresarios y dirigentes sindicales “guzmanistas”, que se formó a instancias de Martín Cabrales, Pablo Peralta (BST) y José Urtubey (Celulosa) a fines de abril, en respaldo de la oferta oficial a los bonistas. Luis Barrionuevo, enemigo irreconciliable de Cristina, citó a los empresarios para un almuerzo en su sindicato el martes. Decidió sumar su firma y la de media docena de dirigentes bajo su ala (como Carlos Acuña, de estacioneros, o Daniel Vilas, de Carga y Descarga) pero también la de pesos más pesado como Gerardo Martínez (UOCRA), Omar Maturano (La Fraternidad) y José Luis Lingieri (Obras Sanitarias) a un texto que pide que el acuerdo con el FMI “tenga como norte la sustentabilidad de la economía argentina”.
La sostenibilidad, ese concepto tan lábil cuando lo económico se cruza con lo político, es también lo que empujó a Raverta a las contorsiones discursivas que hizo al defender el cambio de la fórmula jubilatoria. ¿De verdad alguien puede creer que una formula puede servir a la vez para blindar el poder adquisitivo de los haberes y reducir el déficit previsional? ¿No sería más honesto admitir que en principio es un ajuste y que después los haberes pueden recuperarse? ¿Tanto subestiman desde la ANSES el raciocinio de los gremios? ¿Tenía razón acaso la profecía envenenada de Guillermo Calvo, el ortodoxo que antes de las PASO dijo que lo mejor era que ganara el peronismo “para que se haga el ajuste con apoyo popular”?
La otra cuestión es el piso desde el cual parte ese ajuste. Matías Kulfas citó varias veces en reuniones el ejemplo del jubilado griego Georgios Georgiardis, un mecánico de aviones que cuenta en el documental “Fondo” (2019) cómo su jubilación cayó de 2500 a 1200 euros durante el lustro de Acuerdos de Facilidades Extendidas de su país con el FMI. Acá un jubilado de la mínima cobra 193 euros. Al tipo de cambio oficial.
La cinchada
Lo que no terminó de cerrarse es la disputa oficial con los empresarios que empujan una devaluación más brusca, como lo reconoce abiertamente Paolo Rocca en privado, por ejemplo. Esa parte del establishment, envalentonada un mes atrás por la corrida cambiaria y el blue a $195, se sintió en condiciones de imponer medidas como la rebaja de retenciones, el torniquete monetario y el descongelamiento de tarifas y precios de alimentos. Pero pasado ese frenesí, también chocó con ciertos límites. Se dio cuenta también de que sus alternativas orgánicas todavía no están maduras. Algunos de sus popes ahora creen que Rodriguez Larreta se probó demasiado prematuramente la banda presidencial y hasta se animó a fantasear una fórmula presidencial con Vidal, un ejercicio para el que al menos habría que haber terminado de sepultar a Mauricio Macri.
Las reuniones que mantuvo esta semana la misión del Fondo con funcionarios de Economía y del Central no sugieren que Georgieva empuje esa devaluación. “Los supuestos que están haciendo no incluyen eso”, contó a BAE Negocios uno de los que vio a los enviados Julie Kozack y Luis Cubeddu. Pero con el gasto vinieron duros. “Sí tienen pensado que el déficit previsto para 2021 es muy alto. Dicen que 4,5% del PBI es imposible de financiar sin mercados”, agregó la fuente. Quizás hoy convenzan a Massa de sacar el impuesto a las fortunas del cajón donde lo durmió.
Lo seguro es que el Acuerdo de Facilidades Extendidas (EFF, en inglés) va a incluir condicionalidades más duras que las que habría exigido un Stand By como los que firmó Macri. Por eso, cuando el año pasado lo proponía Martín Redrado, Guzmán se oponía terminantemente. Los dos únicos EFF del Fondo con Argentina los firmaron Domingo Cavallo y Roque Fernández en 1992 y 1998 respectivamente.
Es el problema de la manta corta, pero también el de las identidades mutantes. Lo entendió una dirigente kirchnerista cuando el Presidente la cruzó feo por cuestionar que recibieran los subsidios ATP los empleados de empresas como Techint o Clarín. “¿Y por qué a ustedes no les hacen ruido otras empresas que quizá lo necesitan menos?”, le espetó. Hasta ese momento, quizá cándidamente, ella creía que no había “ustedes” y “ellos” sino “nosotros”. Como Miguel Pesce con Guzmán, antes que el empoderado lo desautorizara por escrito y en un comunicado de prensa.